Rudolph Wurlitzer | Foto: Tropo Editores

Zebulon

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Rudolph Wurlitzer | Foto: Tropo Editores

Zebulon, el protagonista que da nombre a la novela de Rudolph Wurlitzer (The Drop Edge of Yonder, 2008), es un trampero que sobrevive cazando y comerciando con pieles y que, a  causa de una experiencia sexual deficientemente resuelta, es maldecido por una mestiza a vagar sin destino el resto de sus vidas, afectado por una insaciable sed de whisky, una extraña quemazón del dinero en su bolsa y un patológico calambre en el índice de la mano derecha cuando empuña su colt. Incapaz de mantener el culo quieto, y también obligado a no detenerse debido a la costumbre, casi patológica también, de dejar cuentas pendientes allí por donde pasa, emprende un periplo, acompañado en primera instancia por su madre, una anciana que sobrevive cazando después de que su marido la abandonara, y Hatchet Jack, un mestizo que ha sido criado como su medio hermano y que ha cambiado el oficio de cuatrero por el de curandero, siguiendo la línea de la costa Oeste desde las montañas de Colorado hasta el Gran Norte.

«Me criaron mi madre y mi padre a más de mil millas del poblado más cercano. Me lo enseñaron todo sobre los pieles rojas y sobre cómo cazar con trampas y hacer un fuego en mitad de una tormenta de nieve. Luego seguí mi propio camino y me las apañé como pude. Atravesé el pico Pikes descalzo; viví con los sioux y los hopi; cacé búfalos en las Colinas Negras; hice avanzadillas para el ejército; viví con los shoshoni, que me llamaron Hombre Atrapado Entre los Mundos; le rebané el pescuezo a más de uno; les afané caballos a los comanche y a los arapajó; puse trampas con Jake Spoon, el que le declaró la guerra a los crow; en California recogí pepitas del suelo tan grandes como un puño; robé cabezas de ganado desde Colorado hasta Texas; cabalgué por la senda de los forajidos, orgulloso de hacerlo.»

Tropo Editores

Son tiempos de la Revolución mexicana y de la fiebre del oro, mediados del siglo XIX, y la vida no es fácil ni para los emigrantes que emprenden su viaje hacia la quimera con destino a la costa Oeste, a un estado de California recién admitido en la Unión, ni para los colonos que acometen la peregrinación en sus caravanas en busca del Pacífico; son momentos de gran efervescencia en los que parece que nadie puede quedarse quieto.

«El oro es una maldición […], una amante peligrosa que va seduciendo a todo lo que se interpone en su camino. Esta es mi tercera travesía hasta California. El viaje de ida alimenta siempre las esperanzas a base de adicción y de codicia. El de vuelta es todo pérdidas y desolación.»

Es un viaje sin un objetivo claro, como no sea el de escapar, en el que se cruzará con personajes de lo más variopinto: una enigmática cortesana abisinia, un dudoso conde ruso, una resolutiva puta irlandesa, un inspirado agricultor mexicano, un avispado periodista que sigue sus hazañas para contarlas, con una dudosa pero muy «periodística» fidelidad, en tiempo real, y sujetos de dudosa realidad de «ambos lados de la hierba». Zebulon lleva media vida intentando deshacer conjuros y maldiciones, y la otra media conjurándose para engañar a los amigos, a los enemigos y a los espíritus.

«Me preocupa que estemos ligados a un destino que no controlamos. Aunque ¿no es eso el destino, una especie de esclavitud?»

Inculpado injustamente de homicidio involuntario, Zebulon es recluido en un barco-prisión del que es liberado mediante una rocambolesca intervención de sus amigos, pero arrastrando, aun en libertad, la maldición de continuar perseguido más por sus circunstancias que por sus actos (aunque también), una maldición que actúa como el destino, y cuando no es debido a alguna fechoría lo es por la fama de forajido, no enteramente injustificada, que se ha ido creando en torno a su persona.

«Â¿Eso es todo lo que nos hace falta? ¿Un mapa? ¿Por eso estamos aquí? ¿Para seguir adelante y seguir adelante, más y más, y perseguir al alguien que avanza detrás de nosotros, o tal vez delante, porque no sabemos cómo perseguirnos a nosotros mismos?».

Zebulon es un libro que es una fiesta; Wurlitzer, veterano en esas lides, da una vuelta de tuerca al western clásico empleando los mismos elementos que caracterizan al género pero subvirtiendo su función narrativa en la trama. No sé si el cine actual puede remedar la época de oro del western, ni esa cuestión es el objeto de estas Notas de Lectura, pero lo que sí queda claro, y Wurlitzer se encarga de demostrarlo, es que en la era de la post-modernidad pueden escribirse novelas del oeste que pueden rivalizar con los grandes títulos del pasado.

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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