Heroísmos

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Palas Atenea | Rembrandt | WikiMedia Commons
Palas Atenea | Rembrandt | WikiMedia Commons

Secreto no es que la nuestra es una época cínica y simplona, a pesar de nuestros ordenadores y naves espaciales. Podría ser un síntoma del cuerpo moribundo occidental, cansado y envenenado, que se prepara para el fin de su atardecer. La idea de esta muerte no es nueva, mucho menos emocionante; es un proceso largo y cansado del que ya Spengler escribió al respecto a inicios del siglo XX, junto con otros tantos autores que le siguieron. Se podría tachar a esta visión como pecadora de cierto centrismo, de supremacismo dentro de lo corrupto, y no habría falsedad en eso, pero la cierto es que para bien o para mal las sensibilidades, los logros y los horrores occidentales definen a una gran parte del mundo, desde lo práctico hasta lo metafísico.

Un ejemplo vulgar, pero que viene al caso, es el éxito de las producciones Hollywoodenses en sociedades milenarias como en China e India, versus la mínima influencia de estas culturas sobre la nuestra. Producciones, no se olvide, que evangelizan a un público doméstico e internacional la cosmovisión de sus productores, guionistas y directores, quienes, aunque en los últimos años no han hecho más que escupir, una tras otra, películas de superhéroes, lo hacen tan solo por el rico botín que estas generan y no por inclinación moral. Así es este negocio. El nihilismo no está en la aparente insignificancia del hombre ante el universo, sino en continuar aceitando una máquina creadora de riqueza a expensas de la falta de originalidad. Tal vez esta es una declaración demasiado generalizadora y contundente, incluso cultureta y arrogante, y quien así lo piense estará en lo correcto. Es verdad. Mea culpa. Pero el cine no hace más que reflejar y retroalimentar las realidades de los tiempos, y los tiempos, no se olvide, son cínicos y triviales. Superhéroes simplones y chillones para sociedades simplonas y chillonas. Y mejor ni hablemos del éxito de los antihéroes. Qué difícil es hoy día ser un héroe de verdad.

Para Samantha Devin, quien ha dedicado una parte importante de su tiempo al estudio y desarrollo de lo heroico en la individualidad, esto es más que claro. El sentimiento sigue una lógica de modas: lo que antes era considerado noble y digno, una aspiración que guiaba a una vida, hoy es visto como anticuado y pueril, puede ser que hasta peligroso. El heroísmo, esa virtud que es aceptada en la ficción y se exige en su faceta funcional, la valentía, en bomberos, policías y soldados, está del todo ausente en la experiencia diaria de cada uno de nosotros. Y no por la falta de situaciones en la cotidianidad que la reclamen, sino porque el heroísmo tiene un trasfondo filosófico que nos es ajeno del todo y que Devin pone de manifiesto en su novela Heroica (2019, Aristeia Press).

La superficie cuenta una instancia en la larga historia de Andrea, huérfana en condiciones curiosas e hija de la multitud de hermanas que cuidaron de ella en el convento siciliano donde creció, una situación poco convencional que hizo de ella una mujer enamorada del silencio, la calma y el misterio. Debido a una de esas tantas coincidencias que tejen las rutas de las personas, descubre la obra de Francesco Visconti, un viejo aristócrata especializado en la figura del héroe y que sirve de catalizador para el propio desarrollo de Andrea, quien, luego de ganarse el derecho a los estudios universitarios, logra que el propio Visconti la invite a su residencia como escribana de sus memorias, ignorantes ambos del desastre familiar que su presencia causará.

Juana de Arco | Albert Lynch | WikiMedia Commons

Una lectura rápida y poco reflexiva haría ver a Heroica como una historia de intriga filial, de atmósferas un poco góticas y pequeños matices de western, lo que no estaría mal para el lector que busca solo eso, pero que perdería todas las sutilezas que la autora ha colocado en el texto. Por una parte, se encuentran los nombres de los personajes, que hacen referencia a la mitología, a ciertos pensadores o situaciones por lo demás propias de la leyenda. Luego está la situación de los Visconti como familia salida de alguna tragedia griega, con sus tramas ocultas entre los miembros y la sensación de perdición profética.

Muchos guiños se van a extraviar en la primera lectura, y seguramente en una segunda también, y mientras que un tipo de lector podrá interpretar algunas de estas escenas y relaciones de una manera más profunda, los habrá quienes se conformarán con el rostro más visible al sol. De igual manera, lo que uno vea aquí entre luces no es necesariamente lo que la autora trajo al banquete. La participación del lector con el contenido de un texto velado no siempre es la misma de la autora con su manuscrito, y ambos descubren lo que ambos cargan con ellos. Ahí está el dominio de la creatividad y la intuición.

Como ocurre con muchas lecturas de este tipo, aquí hay dos planos. Por una parte, se puede hablar de la dimensión exotérica del texto; la cara vistosa que cuenta la historia de Andrea y Francesco Visconti, los dramas de cada quien y las pruebas que han de superar. Por otra parte, se encuentra la dimensión esotérica del texto; la cara oculta en la que Devin traza la filosofía que construye al heroísmo, encarnada en la figura pública y las acciones de Andrea, el avatar por medio del cual la autora explora las interpretaciones de esa frase de Heráclito, el carácter del hombre es su destino, sentencia mucho más compleja de lo que parece, pues su lectura puede darse desde la izquierda o desde la derecha, y que funciona como la espina dorsal de toda la historia: Andrea, de carácter humilde pero regio, se encuentra en esa encrucijada cósmica entre la absoluta libertad individual y la Providencia, e intenta a su manera de encontrar la respuesta en los entresijos de su vida. Ya Francis Bacon hizo nota de esto cuando escribió que «las perfecciones francas y visibles suscitan elogios, por el contrario las virtudes secretas y ocultas, es decir, ciertos rasgos del carácter para los que no hay nombre, generan fortuna».

Tomiris sumerje la cabeza de Cirio | Alexander Zick | WikiMedia Commons

Andrea no es dócil y es mejor dejarlo en claro: con sus miras puestas en un objetivo difícil de definir y maneras parcas, habrá a quienes no les caiga del todo bien. Incluso como persona literaria está fuera de los mal llamados esquemas narrativos a los que estamos acostumbrados, y no será extraño que alguien la cuestione a nivel de construcción de personaje. Andrea está fuera de la actualidad en la que, como consumidores y creadores modernos, esperamos de nuestros personajes unos perfiles psicológicos y conductuales mucho más penosos, acordes a lo que consideramos gente real. Entender esto de antemano ayuda, pues incluso los demás protagonistas de Heroica se percatan que algo extraño, magnánime pero peligroso, existe en Andrea, quien está a mitad de camino entre la humildad de una santa Teresa de Ávila durante sus meditaciones, y la violencia de una Tomiris al descabezar a Cirio el Grande.

No estamos acostumbrados a este tipo de héroes en la cultura popular, incluso si fueron comunes en la clásica. Son más propios de épocas duras y legendarias, anteriores a lo que hoy consideramos una humanidad decente, aunque habrá quienes la llamen aborregada. Nada de lo cual invalida el trasfondo metafísico de la novela, pues no es necesario ser una Andrea para llevar una vida heroica, sobre todo en estos momentos en los que es tan sencillo ser complacientes con las comodidades a nuestro alrededor. Andrea es un arquetipo, y los arquetipos son potencialidad en todo ser humano.

El verdadero heroísmo demanda servir a una serie de ideales y es el héroe quien carga sobre sus espaldas con la responsabilidad de llevarlos en alto. Los ideales verdaderos no son terrenales, no son ni la gloria ni la riqueza, pues lo terreno está destinado a la corrupción y la finitud; todas las glorias nacionales terminan y todas las riquezas se desvanecen. Ahí está la eterna roca de Sísifo. Los ideales del héroe son trascendentes, nacen en la interioridad de su ser y dan significado y guían su vida. De esa manera Sísifo sube más allá de las estrellas a una cumbre en lo infinito, y su piedra no vuelve a caer. Para unos, el heroísmo no llega nunca, para otros nace después de una situación trágica o penosa.

Aristeia Press es una editorial independiente y bicéfala, con presencia en Londres e Ibiza, y aunque pequeña, se perfila a ser una de esas casas que tienen sus miras en la formación de un catálogo único y bien definido. Por el momento sus publicaciones son pocas, pero sin duda en algunos años habrán armado una colección que valdrá la pena atesorar.

Antonio Tamez-Elizondo

J. Antonio Tamez-Elizondo (Monterrey, 1982) es arquitecto, Máster en Arquitectura Avanzada y Máster en Creación Literaria. Su libro de cuentos 'Historias naturales' ganó X Certamen Internacional de Literatura 'Sor Juana Inés de la Cruz', 2018.

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