Sobre el hombre visual y los ecos de James

Giovanni Sartori escribió alguna vez que el animal racional que creemos ser está siendo atacado como nunca antes. “Somos la humanidad del postpensamiento”, subraya el sociólogo. Cada vez más distanciados –en tanto masa– de construir demostraciones lógicas y deducciones racionales, por contrapartida nuestra capacidad de ver y fantasear se fortalece día a día, página a página, byte a byte.

Ese hombre ocular –y virtual– requiere altas dosis de estímulos sensoriales para mantener controlada su pulsión hacia esa fotonicotina. El chute debe ser siempre mayor, una inyección en la más gorda de sus venas para satisfacer las ansias de ficción, de historias ajenas a su conciencia. Y año tras año la dosis debe ser más alta. Si entendemos que la ficción es todo aquello que no puede ser comprobado a través de la experiencia individual, es lógico que situemos en esta lista a lo que llamamos “noticias”.

Las noticias, sí, esos trozos seleccionados de realidad. El hombre visual las persigue con fanatismo, busca ser inoculado por ellas con un frenesí que asusta. Javier Marías nos recuerda que la etimología de la palabra inocular viene precisamente de ojo, de algo que entra por los ojos. Sin embargo se produce una peligrosa sinécdoque: organismos públicos o privados se encargan de esa selección de realidad, la decoran, le ponen un nombre, la mastican. Multiplicada hasta el paroxismo, esa selección pasa a ser llamada realidad de forma totalitaria. En cambio, lo efectivo, lo empírico o consciente (o sea, la realidad individual) acaba subordinada a aquella otra. En la conciencia del hombre visual, la imagen de portada del informativo o la voz de un periodista de Intereconomía o de la Ser resuenan más que su propia voz interior que le pide darse una ducha caliente antes de dormir.

A diferencia de la ficción narrativa, en la que el lector o espectador establecen un pacto de engaño con el autor (sabemos que nos dan ficción y aceptamos el artificio), en las noticias ese pacto se rompe en mil pedazos: lo que ellos dicen que pasa es lo que pasa y punto. Estamos obligados a creer, nunca a considerar. ¿Discernir, reflexionar sobre lo dicho? Menuda tarea. La descomunal saturación propicia la falta de análisis. Estamos expuestos al menos a cinco mil estímulos visuales diarios, y entre tanta marabunta es utópico tomarse un respiro para preguntarnos qué es lo que realmente nos hace falta. Por eso la imagen es el bien de cambio más valioso, aunque el más caduco. ¿Quién habla hoy de las inundaciones en Pakistán, de los refugiados de Darfur, de la pobre austriaca encerrada y violada por su padre durante años?

Realidad modificada. Pulsión por la imagen. Falta de análisis. Si a esto sumamos que la sociedad nos obliga a tomar siempre alguna posición, cartón lleno. Hay que saberlo todo, opinar de todo, emitir veredicto para no parecer idiota. Ni se te ocurra responder “no sé”. Aunque estés en una discusión espuria en la cola de la panadería, o en la Audiencia Nacional, o en el aula magna de alguna universidad, o bien en un debate político en prime time, siempre algo deberás decir. Callar es una obscenidad, una falta de criterio, una gilipollez. Si alguien me pregunta la hora por la calle, ¿por qué me siento obligado a decírsela? ¿Por urbanidad?

El ingrediente que sazona este contexto se llama frivolidad. Frívolo es lo inconstante, lo vano, el terreno donde reina lo sensual. Recuerdo una obra ligera del gran Henry James titulada El eco y protagonizada por George Flack, un periodista de sucesos que busca siempre la noticia más escandalosa, a costa, incluso, de poner en juego el amor de la bella Francie Dosson. Para quitarle la joven al apuesto Gaston Provert, Flack publica una serie de injurias sobre la familia Provert, quienes finalmente deben huir para evitar las acusaciones y comentarios de la alcurnia parisina. En este caso la realidad no sólo ha sido seleccionada bajo un criterio personal, sino que fue exagerada de tal forma que en absoluto tiene que ver con lo real. El jamesiano tratamiento de lo frívolo nos demuestra cómo una versión de la realidad pasa a ser “la” realidad. Recordemos, además, que El eco fue escrita hace más de cien años. Por tanto podemos afirmar que Henry James fue el primero en interesarse por el mundo del tráfico de intimidades –tráfico que hoy superpuebla los medios– incluso mucho antes que los paparazzi fellinianos, aquellos deudores de nuestro pionero Flack.

"Paparazzi", obra de Radko Mačuha, en la calle Laurinká de Bratislava (Foto: eslovaquia.es)

Sin embargo, hoy es tan paparazzi el fotógrafo que captura la imagen de Jesulín en calzones como el periodista serio que formula preguntas capciosas a algún mandatario con el único fin de conseguir un titular de escándalo. Tan paparazzi es quien escribe en la Cuore como el director de un informativo que prioriza una noticia por otra… Esta clase de periodismo es hoy la norma, propugnada por la inmediatez y el exceso de canales a nuestro alcance. Hoy un paparazzi no sólo es un Flack o un fotógrafo apellidado Paparazzo –el de La dolce vita, quien acuñó el término– sino todo aquel que va detrás de la imagen del año, ya sea con forma de tsunami, de suicidio en vivo o de minero chileno.

¿Y en este contexto de postpensamiento tenemos la obligación tácita de elegir una postura y defenderla con ardor? Así nos lo quieren hacer creer. Existe un movimiento por ahí que propugna pasar un día sin TV. Sólo un día. Pero de qué sirve hoy si estamos tan llenos de iphones, de internet o móviles, de diarios, de revistas o libros. Sí, dije libros, en definitiva otra fuente de alimentación externa. Haz la prueba, sólo un día, olvídate de cualquier medio contenedor de ficción, olvídate de cualquier canal inoculador de datos, olvídate de este sitio sobre libros, olvídate de los libros incluso. Por un día. Y verás cómo te pilla el síndrome de abstinencia. ¿Alguien se anima?

Cuando comprendamos lo ligero que se vive sin esos estímulos ajenos a la conciencia nos daremos cuenta cuánto universo puede brotar de nuestro propio yo. Sin necesidad de tanta dosis ficcional, sin tanta fotonicotina. Lo dijo Lao Tsé: “El alma sabia desprecia lo que ve con sus sentidos, mira con el ojo interior y sólo lo que percibe con este lo retiene”.

En El eco –una obra de ficción–, Flack le dice a Francie “Intento darle a la gente lo que quiere. Lo que quiere la gente es justo lo que no se cuenta, y yo voy a contarlo”. Lo dijo hace ciento diez años, pero parece sacado de un manual de marketing on-line del año pasado.

Franco Chiaravalloti
http://decatisondeteibol.blogspot.com

Franco Chiaravalloti

Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979) Reside en Barcelona desde 2003, ciudad en la que cursó sus estudios de posgrado en Literatura Comparada. Vivió en Argentina, Italia, Inglaterra y Kenia. Especialista en narrativa breve, desde 2010 imparte clases de cuento y microrrelato en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès. Ha publicado los volúmenes de relatos 'Como un cuentagotas que se presiona suave, muy suavemente' (Hijos del Hule, 2009), 'Esos de ahí afuera' (Talentura, 2015; edición argentina de Baltasara, 2020) e 'Insular' (Tres Hermanas, 2020). Además, ha colaborado en numerosas antologías de narraciones breves e hiperbreves, tanto en España como en Argentina. En 2019 formó parte de la comitiva que representó a Barcelona en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

2 Comentarios

  1. Interesante enfoque, un punto de vista a tener en cuenta de una obra considerada menor de James. Buen artículo.

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