Surrealismo naïf en la época neutra: «El perro que comía silencio», de Isabel Mellado

El perro que comía silencio. Isabel Mellado
Páginas de Espuma (Madrid, 2011)

El nuevo Chile literario tiene un arsenal de plumas femeninas que España debería conocer. A la progresiva, porque un día estallará y el impacto será tremendo, Claudia Apablaza se une Isabel Mellado, violinista de la filarmónica de Berlín a la que pronto deberían acompañar la más que consistente Paula Ilabaca y otros nombres como Mariela Malhue o Marcos Arcaya Pizarro, poetas que no cejan en su empeño de renovar las letras de su país.

El otro día escuchaba la radio y Javier Rioyo, que raramente critica ningún libro en su sección, se deshacía en elogios hacia El perro que comía silencio. Afirmaba haberlo leído de un tirón por el disfrute que le proporcionaron sus páginas. Pocas horas después recibí la obra en mi buzón, la examiné detenidamente y me prometí leerla durante el fin de semana. Sí, la obra, algo inevitable por sus breves relatos, se devora con facilidad, es gustosa y desborda una plácida sensación de empatía que aumenta exponencialmente por ritmo y velocidad del texto, estructurado en tres partes que culminan con una serie de aforismos que algunos reseñadores han comparado sin mucho esfuerzo con las míticas greguerías del maestro Gómez de la Serna. Ojo. Está muy bien parangonar para que la reseña quede redonda, pero hay que considerar otros elementos que en este caso vuelan por un doble campo donde la economía del volumen, veinte folios para el tramo final, se entrelaza con una producción poética que pretende apuntalar los dos fragmentos narrativos que la preceden para dar sentido completo al manuscrito.

La ópera prima de Mellado tiene un estilo dulzón, donde el surrealismo no es el contundente caballo de batalla que permite desmontar la realidad desde una perspectiva feroz, de voracidad que ponga el dedo en la llaga para arremeter de manera lúcida contra el presente. Sus historias son más bien un meloso juego literario basado en la libre asociación y la exploración de mínimas experiencias cotidianas que la autora concibe con lírica del absurdo, desde la fornicación con el pez en una habitación de hotel hasta la burocrática ola que se convierte en un código, algo que por otra parte, sin el mar por en medio, articuló Fernández Mallo con más ímpetu conceptual en su reciente remake de El hacedor de Jorge Luis Borges.

Isabel Mellado (Foto © Gemma Pellicer)

Visto lo visto seria lícito pensar en una experimentación sin trabas, válida por prescindir de tópicos y enarbolar una bandera que prescinde de tópicos. Maticemos. Isabel Mellado tiene una mente eminentemente musical que reluce en especial cuando emplea la sinestesia como recurso. Sus meditaciones sobre el lenguaje son divertidas, con la gracia de quien escribe para pasárselo bien y descubrir un universo alternativo al de su profesión. En “Sueño o página” la belleza del desfile de vocablos, sinónimos, antónimos y abecedarios entretiene porque podemos imaginar el desbordante batiburrillo mental que encierra una inventiva que, tras armar un desbordante jaleo, evoca la potencia del silencio justo antes de adentrarse en instrumentos, conciertos y notas que protagonizan la irregular segunda parte del compendio. En ella destacan las piezas que transmiten un toque personal que prescinde de la originalidad por la originalidad y buscan ahondar en aspectos más o menos insólitos, como la preparación de la concertista en los instantes previos al acto supremo de interpretar, o la fantástica gamberrada de un público que se salta a la torera la solemnidad y da rienda suelta a la locura en el escenario melódico donde la mudez debe prevalecer por encima de todo.

Esas chispas de humor, presentes a cuentagotas, refuerzan la unidad de un conjunto con ciertas aspiraciones sinfónicas y cierta influencia norteamericana en la finalización de las tramas, lo que las desnaturaliza y les da un cierto aire a bocetos inconclusos, ideas que de tanto estar en la cabeza debían ser plasmadas para no caer en el olvido. No es ningún reproche. Lo fragmentario abre campos que probablemente el paso del tiempo consolide para dar más solidez a un recorrido que tan sólo acaba de empezar, camino que muestra determinados trazos atribuibles en exclusiva a Mellado, quien con El perro que comía silencio traza su particular apuesta por un surrealismo naïf corroborado en sus aforismos, a los que acompañan ilustraciones de trazo ligero para proseguir con lo lúdico buenista, nada vanguardista, que impregna el contenido.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com

Jordi Corominas i Julián

Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979) ha publicado dos novelas en catalán ('Una dona que sap jugar amb els peus' y 'Colors', editadas por Abadía Editors), una biografía histórica en italiano ('Macrina la Madre', 2005) y el poemario 'Paseos simultáneos' (Ed. Vitrubio, 2010). En 2009 coeditó la antología 'Matar en Barcelona' (Alpha Decay). En 2011 publicó 'Loopoesía(s)' (Descrito Ediciones) y el cuento 'John Wayne' (Sigueleyendo). Es integrante y fundador del proyecto poético-experimental Loopoesia. Como crítico coedita 'Panfleto calidoscopio', y colabora en varios medios, entre los que destaca RNE. En 2012 ha publicado los poemarios 'El gladiador silenciado' (Versos&Reversos), 'Oceanografías' (Vitruvio) y la novela 'José García' (Barataria). En 2013 salió su poemario 'Los lotófagos' y en 2014 aparecerá su suite 'Al aire libre', versos con los que el proyecto Loopoesía cumplirá un lustro de existencia.

6 Comentarios

  1. lúdico buenista, naïf, nada vanguardista, bocetos inconclusos, estilo dulzón… si no le ha parecido un buen libro podría haberlo dicho sin irse por las ramas para cumplir con la reseña

  2. Resumen del texto de Jordi: no me gusta el libro, no lo leáis.

    Lo más probable es que el comentarista tenga razón y sea un mal libro, ese es otro asunto.

    Para «Anna»: que algo sea «naïf» o no contenga «nada de vanguardia» -¿?- o eso de «bocetos inconclusos» -¿?- (ya que citas aquello como evidencias textuales), sin olvidar el oscurantismo de tales expresiones, no creo que signifiquen en ningún caso algo necesariamente negativo. Concuerdo contigo en que el autor de la nota busca liarnos entre tanta voltereta chunga.

    Si pierdo mi tiempo escribiendo acá es porque me parecen una suma de tonterías, una cáscara mal hecha estos párrafos con pretensiones críticas del tal señor Jordi. Cuando tenga más tiempo quizás volveré a este espacio con el fin de argumentar. Hiede la comodidad de alguien que administra lo que le ha tocado desde su lugar de poder (notemos que el primer párrafo en referencia a esas autoras chilenas está descolgado del resto y luego no mejora gran cosa la redacción). Colegas, vuelvo a los videojuegos, pues resultan de mayor provecho.

    Fins aviat

  3. Estimada Angels,

    Lo bueno de Rdl es que permite comentarios, generar debate. La crítica no es facebook, no consiste en poner un me gusta o no, tiene muchos más matices. No considero que sea un texto oscuro, los fragmentos que has resaltado hablan claro, pero repito, la cosa no va de si mola o no, cada uno puede sacar sus conclusiones. Intento ser objetivo,que es algo que en el panorama crítico nacional no se estila mucho

  4. Sí, claro. Muy objetivo. Por eso aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid y como le han mandado un libro de relatos de una chilena, empieza la reseña citando a sus dos amigas chilenas, Claudia Apablaza y Paula Ilabaca. Que no digo que sean malas, no es el tema aquí, pero aparte de que una sea novelista y la otra poeta y no vengan a cuento en una reseña sobre un libro de eso, de cuentos, para decir con esa soberbia que en «el panorama crítico nacional no se estila mucho» ser objetivo, primero hace falta predicar con el ejemplo.

  5. Qué pedazo de tonterías que dice este Jordi. No conozco lo de Isabel, pero de los otros nombres no conoce nada sobre sus escrituras. Prejuicios, ignorancia, pero mucha seguridad.

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