Pocos autores con una obra publicada tan reducida pueden alardear de la profusión de premios con que puede hacerlo el escritor norteamericano de origen chino Ted Chiang. Descubierto para la mayorÃa de lectores en lengua castellana a raÃz de la adaptación cinematográfica del relato La historia de tu vida (Story of Your Life, 1998) bajo el tÃtulo de La llegada (The Arrival), este segundo volumen de relatos, Exhalación (Exhalation: Stories, 2019) confirma su completo dominio de la pluralidad de registros de la narrativa corta. Como el alquimista de El comerciante y la puerta, Chiang actúa sobre los resquicios de la realidad para hacer emerger de ellos los fragmentos de imaginación que sostienen su edificio, esas vidas ocultas que mantienen firme la construcción, no por encubiertas menos fundamentales.
Ese extrañamiento que puede sufrir el lector habitual de ciencia-ficción clásica ante algunos de los relatos de Chiang puede tener varias razones; entre ellas, la ubicación de algunos relatos en ambientes no usuales de la literatura de SF, particularmente en el pasado, algunos parodiando estilos extraños al género y reformulando escenarios mÃticos con nuevos parámetros, aunque conservando los lugares comunes para que no se extravÃe el reconocimiento, como la moraleja final en el cuento oriental clásico; o la exposición de las tramas, por ejemplo, apoyada en la ausencia de planteamiento teórico pero con la exposición de antecedentes insertada en la acción: el narrador actúa como si el lector ya supiera de qué habla y, con frecuencia, escribe –o graba– con destino a lectores futuros. Los relatos de Chiang trascienden la SF clásica -en la misma medida que en el caso de J. G. Ballard, por ejemplo- para centrarse en los laberintos de la condición humana.
«La realidad no es importante; lo que es importante es lo que creen […] Ahora la civilización depende del autoengaño».
La temática que abarca los relatos de Exhalación es múltiple y va desde el cuento oriental clásico hasta el steampunkmás radical: una resolución imaginativa de la paradoja del viajero del tiempo; el autómata –que no sabe que lo es– que se apercibe de que el universo y todo lo que contiene es fruto de un inestable equilibrio muy frágil y cuyo fin puede ser previsto; la alegorÃa futurista de la crisis climática con distintos actores y diferente desarrollo, pero con la misma intención e idéntico planteamiento; el fenómeno de la extinción de las especies como ejemplo de la indolencia humana: al tiempo que se lanza a la búsqueda de especies extraterrestres, se castiga al planeta a una extinción irremediable por pura dejadez.
Pero esta variedad, encomiable en un volumen de relatos, no es solamente un despliegue insustancial de oficio; Chiang va mucho más allá de la ficción especulativa, sobre todo cuando cede protagonismo especialmente a dos instancias: el tiempo y el libre albedrÃo.
La manipulación del tiempo, un tema tratado profusamente por Chiang, provoca dilemas éticos. Si el viaje es al pasado, el futuro queda modificado y se pueden anular decisiones en función de sus consecuencias; si el viaje es al futuro, lo que queda comprometido es el libre albedrÃo pues actuarÃamos en función de lo que ha de venir –algo parecido a la censura a un dios que, sabiendo cómo actuará el hombre, permite el suceso.
Una arqueóloga creyente, perteneciente a la facción cientÃfica de la iglesia y firme partidaria de la creación divina, trabaja en busca de pruebas de la existencia de organismos procedentes directamente de la creación, los primigenios; pero el descubrimiento de una anomalÃa cósmica hace temblar sus convicciones religiosas hasta el punto de darse cuenta de que posee una capacidad desconocida y excitante: la libertad.
El «prisma» es un gadget tecnológico capaz de visualizar lÃneas temporales alternativas mediante el cual un usuario puede presenciar el resultado de decisiones en su momento descartadas. Esa visualización puede usarse como estÃmulo para tomar decisiones en el presente si resulta que la lÃnea temporal desechada es favorable a los intereses del usuario –y, por tanto, la tomada realmente fue una equivocación–; de nuevo, interacción con el futuro y modificación del presente en función de los resultados observados. Pero surgen problemas cuando se intenta trasladar situaciones concretas de la realidad virtual del prisma a la realidad efectiva porque aquella tiene una trama y una narrativa propias, difÃcilmente exportables. La imposibilidad de trasladar al plano real las hipótesis confirmadas en el prisma puede provocar incidentes neuróticos en el sujeto real, una situación que desvela la existencia de diversas disyuntivas éticas referentes a las interacciones entre los múltiples planos de la realidad de difÃcil resolución. Pero tampoco son deseables los efectos de las decisiones tomadas en la vida real en función de los sucesos que se desencadenan en las diversas vidas virtuales; en todo caso, el efecto de vasos comunicantes provoca resultados a menudo cuestionables en ambos ámbitos: ¿de qué modo el hecho de conocer el resultado de las diferentes alternativas de nuestros actos puede afectar a la libertad de elección de estos?
Cuando una parte de la literatura de SF especula acerca de las dificultades en la interacción entre seres humanos y máquinas, Chiang da una vuelta de tuerca a los argumentos habituales centrándose en los beneficios mutuos de esa interacción, por más que el conjunto de experiencias en la relación actúe únicamente en beneficio del ser artificial, al que se considera inmaduro, sobre todo en cuestiones emocionales, y, por tanto, susceptible de aprender y progresar.
«La IA soñada por los ingenieros: una entidad de pura cognición, un genio libre del peso de las emociones y el cuerpo, un intelecto vasto y frÃo pero empático».
El avance de la tecnologÃa provoca la mejora progresiva de la reproducción virtual; su diseño a medida permite reforzar ciertos elementos favorables y obviar los inconvenientes. De este modo se puede aspirar a un mundo perfecto, pero se debe ser consciente de que esa perfección no se puede exportar al mundo real, y hay quien no consigue asimilar esa limitación. El mundo virtual acaba colapsando debido a su aislamiento por su nula conexión con una realidad a la que no puede sustituir a pesar de los constantes avances en programación; y tampoco consigue, en contra de lo que parecÃan amenazar las distopÃas más pesimistas, sustituir en su totalidad al mundo real. Es decir, colapsa no por ningún defecto sino por un exceso de perfección. Ahora, la pregunta pertinente serÃa qué parte de responsabilidad en ese fracaso recae en el hecho de que su programación se lleve a cabo por humanos reales en el mundo real; llevar la capacidad del mundo virtual a su total expresión significarÃa dejar esa programación en manos de las criaturas generadas virtualmente, un opción que cerrarÃa el mismo cÃrculo que se halla completado en el mundo real desde la aparición del homo sapiens.
¿El perdón es posible gracias al olvido, o es olvidar la desavenencia lo que nos lleva a perdonar? Si perdonamos sin olvidar, la afrenta siempre puede volver a hacerse presente; si la olvidamos, tal vez no sea necesario el acto explÃcito del perdón, con lo que este, en su papel de restablecimiento de una condición anterior, deja de tener sentido.
«Nuestros recuerdos no son la acumulación imparcial de cada uno de los segundos que hemos vivido; son la narrativa que hemos ensamblado a partir de momentos escogidos».