«La vida discurre monótona mientras los acontecimientos se acumulan y se aproximan para de repente desplomarse sobre uno, como una paletada de nieve arrojada desde un tejado.»
A mediados de la segunda década del siglo XX, Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido como Stalin, es nombrado Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética; detentará este cargo hasta 1952, poco antes de su muerte. Este perÃodo crucial en la historia de Rusia, que comprende como hitos fundamental la Segunda Guerra Mundial, de Europa y, por extensión, del mundo, y la represión dentro de sus fronteras, enmarca la historia de la estirpe Grádov, la saga familiar que da tÃtulo a la impresionante novela de Vasili Aksiónov.
«Nikita hablaba con la voz entrecortada, como si estirara la cinta de papel de un telégrafo. Mientras se preparaba para irse, el profesor se dio cuenta de repente de cuántas cosas les habÃan robado los acontecimientos de los pasados años tanto a sus hijos como a él: su primogénito habÃa perdido una juventud que nunca habÃa conocido, todas aquellas encantadoras tonterÃas que se saborean en familia para después discutir con seriedad de importantes acontecimientos mundiales. Pero su hijo habÃa pasado directamente de la adolescencia a aquellos malditos acontecimientos, y ya no habÃa sido posible hablar con él de otra manera que no fuera con seriedad.»
En cuanto al contenido de la trama, el autor fija una serie de hitos alrededor de los cuales explicita y concreta el retrato de la época; en primer plano, como dice el dicho, que la primera vÃctima de la guerra -pues situación de guerra es la que se mantenÃa en la URSS durante la época estalinista- es la verdad. Todo el mundo conoce la verdad, pero actúan como si nada, apoyando la verdad oficial sin avergonzarse: saben perfectamente que el emperador está desnudo y, sin embargo, rivalizan para ver quién alaba mejor sus extraordinarios ropajes.
«Entretanto, el organillero, conocido en toda la ciudad, acababa de entrar con sus papagayos en la taberna de Papá Niko. Aquella trinidad, al igual que el viejo cachivache musical, estaba aquel dÃa en plena forma, la vieja melodÃa se oÃa nÃtidamente, el organillero canturreaba y los pájaros revoloteaban por encima de las mesas. En Tiflis, la gente discutÃa a menudo sobre por qué los papagayos no se escapaban del organillero: ¿acaso los ataba por las patas con hilos invisibles? Sólo el borracho ocasional comprendÃa que el organillero, para los pájaros, representaba la idea de «patria».»
Aksiónov llama la atención sobre la vuelta de tuerca mediante la cual la misma Revolución sustituyó el romanticismo -era burgués– por el realismo, pero en un sentido diametralmente contrario al esperado: el exceso ya no era un asunto romántico, sino realista; y el propio materialismo acababa adquiriendo los atributos de la mÃstica. Todo ello levantaba la paradoja de que una vez establecido los que era revolucionario, no se podÃa distinguir lo que era ultrarrevolucionario de lo que era contrarrevolucionario.
«-El tiempo de la ironÃa ha pasado, Nina. Nos ha tocado vivir tiempos heroicos.
Nina se encogió de hombros.
-Sin ironÃa, Irina, es difÃcil sobrevivir en estos tiempos heroicos.
-Esto es un sofisma.»
Finalmente, el autor expone la paradoja de la pertenencia. Si mediante la colectivización de la personalidad se lleva a cabo la disolución de la individualidad en el confortable nosotros, y esta es una adscripción obligada, ¿qué sentido de pertenencia se esconde en ella? ¿Supone una identificación total? Si ese nosotros designa lo válido y no admite ni matices ni discusión, ¿significa que se acepta como propio cualquier atributo colectivo? –Zamiatin ya dio una muestra del poder de ese pronombre en una novela titulada exactamente asÃ, Nosotros-. Y más importante, ¿quiénes son ellos? ¿Existe tal concepto?
«Ahora, en la noche cerrada, sentado sobre un tocón de pino del antiguo nido de los Grádov, Nikita, […] estaba asqueado de la guerra. Ansiaba la no-guerra. HabÃa vuelto al Bosque de Plata, no por razones sentimentales, sino para estar en contacto con algo más eterno, algo que existiera más allá del contexto militar, fuera de la Historia y, aún más importante, algo que irradiara y absorbiera amor. Ni siquiera buscada a su madre y su padre en persona, sino que buscaba los sentimientos de maternidad y paternidad.»
La guerra, la IIGM, ocupa gran parte de la trama, tanto en su transcurso como en sus epÃgonos, principalmente el inicio de la Guerra FrÃa pero también por sus consecuencias. Una de ellas, derivada del hecho de que el conflicto bélico consistió en un episodio terriblemente cruento para la población de la URSS, pero también porque, exceptuando a los elementos de la cúpula del Partido, significó un relevo generacional de los principales actores de la Revolución de Octubre a la siguiente generación: los héroes del conflicto habÃan cumplido con su papel y debÃan entregar el protagonismo a los jóvenes que sà que habÃan participado en la guerra pero no en el levantamiento bolchevique; aunque en la totalidad de la URSS los viejos sátrapas seguÃan monopolizando el poder, en la sociedad real pintaban más bien poco. Aksiónov lo ejemplifica en uno de los momentos más intensos de su novela, la entrega de una carpeta con material personal de Vuinóvich, amigo de la familia y compañero de armas de su padre, a BorÃs, de una carpeta con material que la policÃa de seguridad puede considerar comprometido -no sólo se transmite la posición de poder, también la disidencia-:
«Ahora tengo que darme prisa y… sabes, he traÃdo esta carpeta por si acaso, no sabÃa si podÃa confiar en ti… Pero ahora veo que se puede… sabes, me gustarÃa que te llevases todas estas cosas… aquà está mi más… cómo decirlo, mi archivo personal… FotografÃas, notas, cartas, versos… bueno, toda clase de recuerdos sentimentales… Necesito dejarlo en algún sitio y, aparte de ti, Boria, no tengo a nadie más… Bueno, está bien, al parecer tengo que contártelo todo. Mira, estoy casi seguro de que un dÃa de estos volverán a apresarme […]. Siento que a mi alrededor se ha formado el tÃpico ambiente que precede a un arresto. Puedo sentirlo en algunas conversaciones aisladas, en las miradas de los agentes especiales, en las preguntas que me hacen en las reuniones del partido. Lo más probable es que alguien de mi cÃrculo más cercano esté informando de mi estado de ánimo, en fin… y además mi expediente de 1938 no se ha perdido… allÃ, claro, está, se acuerdan de cómo me comporté durante la instrucción… y en el campo… claro está que allà hubiesen acabado conmigo de no ser por tu padre… En una palabra, mi rehabilitación está en el aire, a pesar de todas las condecoraciones y heridas… En fin, no reniegues de la pobreza ni de las rejas, dice la sabidurÃa de nuestro incomprensible pueblo; sin embargo, no puedo imaginarme que vayan a revolver entre mis papeles, justo entre estos, en los más queridos, esas… -se paró en seco, miró a los ojos a BorÃs y terminÃo la frase con firmeza- … esas ratas asquerosas. Por eso pido que te lo lleves.»
Este tipo de novela, la epopeya de una familia compuesta por un buen número de protagonistas en tiempos convulsos, es casi tan antiguo como la literatura y ha sido tratado con multitud de variaciones; excepto en los casos extremos, tales novelas resultan más interesantes cuanto más atractiva sea la época en que se desarrollan o más sugestivos sean los avatares en que se desenvuelven los protagonistas. En el caso de Una saga moscovita se añade a ambas variantes un tratamiento estilÃstico si no original si, al menos, aplicado con una destreza sorprendente: la mezcla de ficción y realidad en doble sentido. En un primer nivel de la distinción, se alternan los capÃtulos que componen la historia de ficción, la vida y los avatares de la familia moscovita Grádov desde 1921 y siguiendo su periplo a través de tres generaciones hasta mediados de los años 50, con lo que el autor llama entreactos y que consiste en fragmentos entresacados de las hemerotecas de los mismos perÃodos. Ahà tenemos, pues, la ficción y la realidad, pero Aksiónov imprime un nuevo sentido a la dicotomÃa inyectando elevadas dosis de realidad en la parte novelesca, con lo que la ficción parece real, y recogiendo de los documentos de la época aquellos cuyo absurdo -sobre todo los procedentes de los medios de comunicación oficiales- los adjudica, sin ningún esfuerzo, al terreno de la ficción. Mediante este recurso, con el añadido de la interacción de personajes reales con los ficticios, Aksiónov construye una epopeya de corte clásico -y clásicamente rusa, si atenemos a una tradición que el autor sigue y en la que se reconoce- en la que la mezcla de elementos mÃticos y reales alcanza un grado de virtuosismo notable.
Al mismo tiempo, también el manejo de la trama, múltiple por definición y extensa en su materialización -alrededor de mil doscientas páginas-, requiere algunos recursos que no la conviertan en una sucesión de lugares comunes y clichés prefabricados. Uno de los procedimientos más efectivos, en este caso, es el uso del contraste: el avance de dos acciones paralelas, en el mismo capÃtulo, fruto de una misma situación de partida que, repentinamente, queda dividida en dos lÃneas narrativas cuya simultaneidad en el tiempo y sucesión intercalada, acentúan el efecto dramático de ambas -por ejemplo, una fiesta en una dacha familiar y una operación quirúrgica del padre de la saga-; y el cambio súbito de dirección del proceso: mientras una se acerca a su final, relajada ya la tensión narrativa, la otra se acelera hasta alcanzar el clÃmax.
El tono general de la obra, afortunadamente, huye del efectismo trágico y del manierismo romántico empujados por un realismo estricto que muestra, sin citarlo, el mal sin máscara. La infección del estalinismo en las capas altas de la sociedad rusa -que no soviética- es tratado desde la parodia, explicitando un sentido del humor del que, como todas las dictaduras, las élites, ahora sÃ, soviéticas, carecÃan. Aksiónov descarta el envaramiento y la grandilocuencia de la tragedia optando por el tono irónico, dejando que el drama limite su influencia a los hechos narrados sin que este tono afecte al estilo, que adopta el matiz más ligero de la tragicomedia, consiguiendo asÃ, mediante una especie de reducción al absurdo, acentuar su efecto sin cargar las formas. Si la situación se recogiera en toda su sordidez, el exceso harÃa que pareciera irreal.
«VoroshÃlov, por lo visto, se deleitaba en su papel de comandante en jefe, filósofo militar y estratega. Regordete, de aspecto saludable, con un bigotillo bien recortado, parecÃa, incluso con su uniforme impecable que claramente le habÃan hecho a medida, un comerciante próspero de Kuznetski Most. Un observador atento habrÃa captado en sus ojitos vivos destellos de absoluta estupidez. De vez en cuando, como si se acordase de quién era, se quedaba inmóvil por un instante, centrando la atención en su monumentalidad.»
Asimismo, debe considerarse un logro la ausencia de personajes arquetÃpicos: eso le aleja de la literatura clásica en versión romántica, y dota de modernidad a la novela -de igual modo que es «moderno» el tratamiento y planteamiento de personajes en Vida y destino, por más que la forma sà sea clásica- por supuesto -lo contrario serÃa una visión más que sesgada y no menos cierta-, esas ficciones publicadas incluyen no sólo las publicaciones paranoicas de los medios soviéticos antes y después de la IIGM, sino también fragmentos de las grandes revistas occidentales –Times, Life– en plena Guerra FrÃa, en una escalada de barbaridades que serÃa lamentable si no fuera patética; más teniendo en cuenta que, en principio, las publicaciones soviéticas seguÃan los dictados del Gobierno, mientras que las occidentales corresponderÃan a aportaciones de la prensa libre.
Finalmente, en lo que respecta al tratamiento narrativo, Aksiónov incluye, aquà y allá, interesantes reflexiones acerca de la ficción, de las novelas y de la vida, en una serie de aisladas y sorprendentes llamadas al lector.