A principios de primavera, tuvo lugar en la Fundación Juan March de la calle Castelló de Madrid, la entrevista diálogo con Sir John H. Elliott, (Reading, Inglaterra, 1930), historiador e hispanista, Premio PrÃncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Una hora aproximadamente, una conversación sosegada guiada por Luis Fernández-Galiano, quien utilizó sus destrezas arquitectónicas para diseñar un coloquio diáfano y accesible para todos. Esta actividad se desarrolló en la sala de conferencias, a la que se llega pisando un suelo de moqueta que se funde bajo los pies como arena del desierto. Cada paso, conserva la huella hasta la siguiente pisada y asà sucesivamente. Haciendo Historia, sobre la moqueta del pasado y del presente, Sir John H. Elliott, a sus ochenta y ocho años está hablando de su próximo libro, una historia comparada entre escoceses y catalanes.
Expectación, entusiasmo, orgullo, habÃa todo esto y quizá más, en las conversaciones del público asistente, comentarios que reverberaban fugaces antes de que el invitado se sentara en la butaca, centrada sobre el escenario. “¿Has leÃdo La rebelión de los catalanes?â€, “Después de la charla nos tomamos una cerveza, será un gusto invitarteâ€. En fin, lo dicho, la gente querÃa escuchar tanto como charlar a la salida. En eso que toma la palabra Luis Fernández-Galiano y sorprende diciendo que el historiador desea hablar en castellano. Mantuvo toda una hora dialogada en español, sin recurrir en ningún momento a su lengua nativa. Conservaba estas palabras traducidas literal- mente como cuando decÃa “efectivamenteâ€, (se referÃa quizá al sentido de in fact), como un estudiante brillante que se expresa mejor que muchos de los que estábamos allà escuchándole.
Por cierto, también habla alemán y catalán. Aprendió Catalán durante su estancia en casa de una familia de Barcelona, adonde se mudó con la idea de proseguir su investigación. Lo aprendió por dos motivos, dijo. Uno, porque le parecÃa lo natural viviendo allÃ, poder comunicarse en catalán. Dos, porque era necesario para leer los textos que consultaba.
Sin embargo, en esa época, no todo lo que Sir John H. Elliott sacaba a la luz fue publicado ni en catalán ni es castellano, como él mismo reconocÃa, a causa de la censura, cuando trabajaba junto a Vicens Vives. La percepción del historiador británico, desde su atalaya de más de ochenta años vividos, es que Vicens Vives trataba de des- montar ciertos mitos de la identidad catalana, rechazando el sentimiento de vÃctima. Según Sir Elliott, el Sr. Vives trataba de dotar de neutralidad a la Historia, dar herramientas para crear una generación que saliera adelante sin arrastrar una serie de mi- tos, que en su opinión, empequeñecÃan el horizonte de sus paisanos.
Asà se publicó La rebelión de los catalanes, un estudio sobre la decadencia de España 1598 – 1640, una obra con dos portadas, según el propio Sir Elliott explicó. La inglesa recibió una cubierta discreta. La española, buscando la polémica, tuvo un grabado satÃrico del siglo diecisiete que caricaturiza aquel momento histórico de España. Admitió que la editorial española buscaba crear una portada atractiva, indeed.
Entre los asistentes al diálogo habÃa muchos madrileños, catalanes, personas de todos los puntos de la penÃnsula y más allá, que pudieron escuchar cómo repetÃa varias veces una de sus ideas diamantinas y vitales, “ampliar mis horizontesâ€. Ampliar sus horizontes suponÃa atreverse a ser crÃtico con la historia que leÃa y estudiaba.
Atreverse a conversar con personas como Eric Hobsbawm, con quien no comulgaba necesariamente en polÃtica, pero a quien se refirió con nostalgia Sir Elliott varias veces, como a todo el conjunto del equipo editorial de la revista Past and Present– inmortalizado en una pintura de Stephen Frederick Godfrey Farthing, que hoy puede contemplarse en National Portrait Gallery, Londres.
Ampliar sus horizontes suponÃa, ser capaz de preguntarse y llegar hasta el final, en definitiva, de por qué cada pueblo concibe diferentes percepciones de la Historia. Ampliar sus horizontes para ser capaz de relacionarse con cÃrculos intelectuales distintos al suyo habitual. Ampliar sus horizontes para ser capaz de retarse a sà mismo y llegar a mirar con amor la historia de los pueblos, vivida por personas reales, de carne y hueso. Ampliar sus horizontes como cuando aprendió griego siendo un adolescente, para ser becado y proseguir sus estudios superiores.
Esta conversación se anunciaba como un recorrido intelectual por las huellas de Sir Elliott, una reconstrucción de los esfuerzos teóricos y vitales del británico. Los chispazos de su brillo intelectual y humano brillaban sobre las butacas como cuando se enciende una habitación a oscuras, “ser capaz de decir lo que se piensa, siempre apoyado en documentosâ€, en efecto, habÃa en su actitud una humildad que enternecÃa. La misma actitud respetuosa que le trajo a trabajar como investigador en torno a la figura del Conde Duque de Olivares. Hizo reÃr al auditorio con su confesión, “me resulta antipático, a veces me mira mientras trabajo en mi mesaâ€, pero incluso a pesar de ello, “nunca se llega a conocer por completo a una personaâ€, añadÃa, mientras la pantalla sobre el escenario proyectaba la imagen de aquel hombre, inmortalizado por Velázquez.
La pintura de Velázquez llegó sin duda hasta el corazón de Sir Elliott, cuando era un joven investigador. Hoy sigue muy de cerca los movimientos de la colección pictórica del Museo del Prado, colaborando en lo que puede para que pueda habilitarse un nuevo espacio expositivo y sea disfrutado por todo el mundo. Precisamente Sir Elliott, que bien podrÃa adoptar una actitud de sabio y encerrarse crÃptico y hermético en la erudición, se muestra como una persona accesible y cercana. Se propuso esta actitud, a conciencia: llegar a la gente culta, con ansias de saber, pero también al resto de lectores. Asà lo mencionó su compañero de conversación, Luis Fernández-Galiano, al elogiar la capacidad narrativa del historiador.
A la espera de su última obra, por el momento, una historia comparada de escoceses y catalanes, admitió mantenerse vivo para seguir aprendiendo, incluso en el tramo de los ochenta años, este hombre, hijo de dos maestros, nacido en Reading, en 1930, lugar de la geografÃa inglesa que acoge la prisión a la que se referÃa Oscar Wilde en The ballade of Reading Gaol. Fue en el género biográfico, que apenas ha calado en la sociedad española – dejó caer de pasada Sir Elliott -donde encontró el joven investigador una fuente ininterrumpida de preguntas y respuestas. El retorno al pasado y el presente como escenario de indicios, asumir que la historia se mitifica y se ensalza, ser capaz de ponerse en los zapatos de otro, entender el por qué de la antipatÃa de ciertos personajes, pasados o contemporáneos.
En fin, hábilmente las portadas de los libros de Historia se llenan de sÃmbolos que apelan a la atención, como un anuncio perfectamente diseñado. El lector no deberÃa conformarse con la Historia oficialmente aceptada, a esta narración se le deberÃa añadir un esfuerzo personal para llegar al conocimiento auténtico de los hechos y aun asÃ, asumir que siempre será una reconstrucción de la realidad. A estos conceptos nacidos de la búsqueda de la realidad más allá de su reconstrucción mediática, dedica- ron gran parte de la charla. Quizá no fuera más que el destello de la luz sobre el atardecer, porque en el mejor de los casos, la obra del historiador será leÃda, pero, ¿se le entenderá verdaderamente? No sólo su fuerza teórica, sino ante todo su inspiración, la fuerza del pensamiento crÃtico, la certeza de que es imposible amar o comprender una historia que no se conoce.