“Soy el hombre de lluvia y de hielo. Antes estaba convencido de ser poeta. Luego, poco después, llegó la guerra y me transformó para siempre. Asà me convertà en soldado, prisionero y apátrida.â€
La presencia en las librerÃas de Manual de exilio. Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones (Periférica, 2017), del bosnio Velibor ÄŒolić (ModriÄa,1964), coincide con la publicación en español de Yugoslavia, mi tierra (Libros del Asteroide, 2017), del esloveno Goran Vojnović, que traza la pesquisa de un joven serbio que descubre que su padre no está muerto, como le hicieron creer dieciséis años atrás, sino que es un criminal de guerra que se esconde de la justicia. Vojnović (Liubliana, 1980) era un niño cuando estalló la guerra, y por eso puede aportar la distancia y la perspectiva necesarias —“Esa guerra fue una pesadilla a la manera de los sevdah, una orgÃa sangrienta basada en la explotación emocional del dolorâ€â€”, además de vincular la historia reciente de la ex Yugoslavia a un relato de crecimiento personal. En cambio, Velibor ÄŒolić, perteneciente a la generación anterior, era un joven escritor con un par de libros publicados y un programa en la radio cuando estalló la guerra, en 1991, y fue reclutado a la fuerza. En 1992 desertó y logró llegar a Francia como refugiado; allà se vio obligado a reinventarse y luchó por recuperar su identidad como escritor.
El primer libro que Velibor ÄŒolić escribió en su nueva lengua fue Les Bosniaques (Le Serpent à Plumes, 1994) —en español, Los bosnios (Periférica, 2013)—, un conjunto de semblanzas de la muerte y el horror a partir de las notas que habÃa tomado en las trincheras durante la guerra. ÄŒolić no busca tanto construir un artefacto trágico —que lo es— como narrar la vivencia real a partir de detalles o momentos muy concretos que sintetizan la vida o la muerte de cada personaje; unas veces resulta más elÃptico y otras auténticamente atroz. Aparecen Adem, un tullido que murió empalado; el gitano Ibro, que quiso recibir el ejército serbio con rakia y café, pero acabó con la cabeza clavada en una estaca; la pequeña Alma, que vivÃa de la caridad y vendÃa flores; el acordeonista žiga; soldados bosnios, chetniks, enfermos, vagabundos, pÃcaros, poetas, popes ortodoxos, curas católicos, francotiradores…
Después vendrÃan los libros La Vie fantasmagoriquement brève et étrange d’Amadeo Modigliani (1995), Chronique des oubliés (1996), Mother funker (2001), Perdido (2005) —todos ellos publicados por la editorial Le Serpent à Plumes— y Archanges (Gaïa, 2008). Es de destacar Jésus et Tito (Gaïa, 2010), que ÄŒolić califica de novela-inventario, estructurada en bloques temáticos y cruzada por “luciérnagas de memoriaâ€. El texto funde imaginación y memoria para narrar su infancia y adolescencia en un mundo dominado por el comunismo y la figura omnipresente y santificada del mariscal Tito, como también por la religión católica profesada por su madre y sus tÃas. En palabras del propio autor, se trata de un Bildungsroman, una forma inestable, febril y dispersa entre Perec y Cortázar, entre el pesimismo lúcido de John Fante y la tragicomedia eslava al estilo de Jaroslav HaÅ¡ek.
Sarajevo omnibus (Gallimard, 2012) es una obra de ficción con personajes históricos, una novela —afirma ÄŒolić en la introducción— imaginada y concebida como un ómnibus cinematográfico, como cinco capÃtulos de una misma historia que evoca las construcciones y destrucciones de un puente, los sueños de un rabino, la vida y la muerte de una biblioteca, las fronteras espirituales de los eslavos del sur, etc. Por otra parte, la “comedia pesimista†Ederlezi (Gallimard, 2014) traza la historia, a lo largo del siglo XX, de una orquesta cÃngara cuyo director parece encarnarse en cada revés histórico y en cada exterminio; su música, que contiene y recrea tanto sedvah bosnias como fanfarrias serbias y jeremiadas yiddish, participa de la tragedia y de la farsa, pero sobre todo de la fiesta.
Manual de exilio. Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones, publicado en francés por Gallimard (2016) y traducido al español por Laura Salas RodrÃguez (Periférica, 2017), es un relato autobiográfico con grandes dosis de humor y autoironÃa. Con mucha más distancia que en obras anteriores y en un tono decididamente desdramatizador, Velibor ÄŒolić explica lo que significa convertirse en el otro, el exiliado, el extranjero.
“Tengo veintiocho años y llego a Rennes con tres palabras de francés por todo equipaje: Jean, Paul y Sartre. También llevo mi cartilla militar, cincuenta Deutsche Mark, un boli y una gran bolsa de deporte desgastada, color verde aceituna, de marca yugoslava […]. Soy un caballero liviano, un viajero de rostro marcado por un frÃo metafÃsico, el último grado de la soledad, del cansancio y de la tristeza. Sin emociones, sin miedo ni vergüenza.â€
Ãvido lector de literatura del exilio —Stefan Zweig, Boris Pasternak, Thomas Mann—, ÄŒolić quiso aportar una visión nueva, más corporal e inmediata, y por ello humanizadora, del refugiado. Se permite maltratar al personaje, que no es otro que él mismo, y narra con libertad e impudor los tormentos que le produce pasar de la visibilidad de ser un escritor conocido en su paÃs a la invisibilidad y el estigma que comporta su nuevo estatus de refugiado. Se ve sometido a una frugalidad forzosa y a una privación extrema, se viste en beneficencia, tiene domicilios sucesivos y precarios, no habla bien francés y su paÃs sigue en guerra. Padece, pues, hambre, malnutrición y desajustes fisiológicos; propende al alcoholismo y a conductas ruidosas y antisociales; acarrea un rencor frÃo y un orgullo inútil. Al verse obligado a referir su historia una y otra vez, en albergues y oficinas de protección de refugiados, tiene “la impresión de ser Sherezadeâ€; de que la historia de su vida anterior es solo “un cuento tenebroso donde vuelven a desfilar camisas oscuras, donde se vuelven a quemar ciudades, gente, librosâ€. Unas veces se siente ligero y etéreo como una brizna de hierba, y otras pesado como un bloque marmóreo. Sabe que tiene demasiado acento y demasiada guerra para considerarse verdaderamente europeo, y se burla de aquel joven engreÃdo que se creÃa “la gran esperanza de la literatura yugoslava†y que ahora escribe para olvidar.
«A partir del dÃa siguiente, en el centro, comienzo a entrenarme para olvidar. Para empezar, los seres, después las cosas. Primero el amor y después el odio. Realizo una lista, larga como un rÃo, de apellidos y nombres que olvidar. Anoto mis amores, mis vecinos, mis compañeros de instituto y los del ejército. Mis primos, mi primer libro publicado en Yugoslavia y el entierro de mi madre, los partidos de fútbol, los árboles y los bosques, las lluvias y las estrellas…».
El nuevo mundo es anguloso y amenazador, plagado de objetos maléficos: “Soy un elefante en un universo de porcelana poblado de gente educada y ágilâ€. El refugiado desconoce los códigos de la ciudad de acogida, por la que circula abatido y cabizbajo, como un centinela enviado al territorio enemigo, inventariando los matices del gris y del cemento.
“Ya no tengo nombre, ya no soy ni mayor ni joven, ya no soy hijo ni hermano. Soy un perro mojado de olvido en una larga noche sin alba, una cicatriz pequeña en el rostro del mundo.â€
ÄŒolić escribe, con elipsis y saltos temporales, en diarios personales donde da cuenta de sus fracturas identitarias. Su lucha se centrará en la reconquista de su identidad como escritor. Y ese orgullo —esa obstinación— será un poderoso acicate para su supervivencia en el exilio. Pero antes de convertirse en un escritor en residencia y ser invitado a coloquios y programas de radio junto a literatos ilustres y filósofos mediáticos —descubre que su paÃs está de moda: “los politicastros, los humanitarios y los gurús, todos muestran interés y se entrometen en el destino de mi pobre y martirizado paÃsâ€â€”, pasa por muchas humillaciones y renuncias. Las borracheras, la idea del suicidio y también la mecánica de los sueños, con su compensación incalculable, lo consuelan, en su amarga travesÃa por la Europa dormida, del “escandaloso silencio y la indiferencia del mundoâ€.
En su errático periplo conoce a otros parias y renegados. En Rennes frecuenta a dos antiguos soldados rusos con los que escandaliza y se emborracha en bares oscuros, en una ceremonia amarga que invariablemente conduce a la exclusión. En ParÃs, José Miguel, “el prÃncipe de los vagabundos y los escamoteadoresâ€, le enseña el coraje desesperado y las siete tristezas de quien ha perdido su patria. En Budapest conoce a Mihaly, que se viste como un cantante de turbo folk, y a Janika, un prÃncipe Mishkin “más ligero que el aire y más feliz que el helioâ€, siempre entre el delirio y la epilepsia. Joseph Korda, que sobrevivió a Auschwitz y le recuerda a Primo Levi, es “testigo del siglo, maestro de una ceremonia deplorable que se ha convertido en nuestra memoria colectivaâ€.
“A veces tengo la impresión de que nacà en la carretera y de que desde entonces no he dejado de viajar, acompañado por mis hermanos eslavos. De que bailamos, condenados y locos, en la linde que separa el este y el oeste, llevando como una cruz nuestras guerras santas, toda la miseria del mundo y nuestros nombres impronunciables.â€
El estilo se caracteriza por una lucidez y una honestidad poco usuales, asà como por un tono sardónico con el que revisa vivencias y catástrofes personales. Avanza a golpe de intuiciones, lúcidas y duras como piedras. Veamos, por ejemplo, cómo habla del suicidio y, sirviéndose de una balsámica autoironÃa, descarta métodos como el ahorcamiento —“Quiero ser cadáver, no acróbataâ€â€”, el tiro a la sien —prometió no tocar nunca más un arma—, tirarse a las vÃas del tren —no quiere testigos—, ahogarse, morir de hambre y envenenarse —“Prefiero morir con buena saludâ€â€”, etc. Del suicidio lo salvará, además de la rabia, una loca ambición literaria que se convertirá en su particular forma de resistencia. ÄŒolić no solo practica una escritura compulsiva, sino que acude incesantemente al recuerdo de sus lecturas predilectas —Camus, Céline, Dickinson, Poe, Kafka, Kundera, Cortázar— y a las peripecias biográficas de los escritores, que toma como medida y ejemplo. Hasta su hipocondrÃa se tiñe de las dolencias y los nombres de la literatura:
“Me paso la mañana tosiendo la tuberculosis de Modigliani; por la tarde tengo el cáncer de pulmón llamado Raymond Carver y por la noche soy alcohólico, es decir Hemingway. Y asà sucesivamente. Al dÃa siguiente soy ciego a lo Borges, epiléptico como Dostoievski y de nuevo borrachÃn, como Fitzgerald.â€
Imágenes de la humedad y un frÃo metálico empapan los paisajes y los estados anÃmicos. La lluvia, “pesada como el aceroâ€, le dispara la imaginación: “Caen las gotas, haciendo el mismo ruido que un ejército desfilando. Como si arrastrasen trabajosamente tras de sà las almas de los difuntosâ€; en otra parte escribe que hay en “la lluvia, burlona […] algo lascivo, como en los ojos de las mujeres borrachas atormentadas por el insomnio.†También habla de la “húmeda garganta del metro parisinoâ€, en otra ocasión calificado de “Leviatán subterráneoâ€. Una turbia veladura recubre sus instantáneas de Europa —Venecia “Huele a perro húmedo y a agua estancadaâ€, y el mar Adriático es “sucio y gelatinosoâ€â€”, indiferente al destino de los nuevos apátridas. Solo en la plaza Mauricio de Budapest halla el último vestigio de “una ciudad bohemia que anda descalza […], un alegre desorden hecho de casas torcidas y bares clandestinosâ€; y en Praga las nubes se le antojan “ropa limpia, grandes camisas blancas sujetas a los campanarios de las iglesiasâ€. Velibor ÄŒolić da cabida, en su Manual de exilio, a la esperanza y la reconstrucción, pero a sabiendas de que una parte de sà mismo ha quedado atrás, en ese paÃs fracturado, hoy inexistente, en el que le es imposible reconocerse.