Velibor Colic | Foto: Catherine Hélie | Gallimard

Manual de exilio

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Velibor Colic | Foto: Catherine Hélie | Gallimard

“Soy el hombre de lluvia y de hielo. Antes estaba convencido de ser poeta. Luego, poco después, llegó la guerra y me transformó para siempre. Así me convertí en soldado, prisionero y apátrida.”

La presencia en las librerías de Manual de exilio. Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones (Periférica, 2017), del bosnio Velibor Čolić (Modriča,1964), coincide con la publicación en español de Yugoslavia, mi tierra (Libros del Asteroide, 2017), del esloveno Goran Vojnović, que traza la pesquisa de un joven serbio que descubre que su padre no está muerto, como le hicieron creer dieciséis años atrás, sino que es un criminal de guerra que se esconde de la justicia. Vojnović (Liubliana, 1980) era un niño cuando estalló la guerra, y por eso puede aportar la distancia y la perspectiva necesarias —“Esa guerra fue una pesadilla a la manera de los sevdah, una orgía sangrienta basada en la explotación emocional del dolor”—, además de vincular la historia reciente de la ex Yugoslavia a un relato de crecimiento personal. En cambio, Velibor Čolić, perteneciente a la generación anterior, era un joven escritor con un par de libros publicados y un programa en la radio cuando estalló la guerra, en 1991, y fue reclutado a la fuerza. En 1992 desertó y logró llegar a Francia como refugiado; allí se vio obligado a reinventarse y luchó por recuperar su identidad como escritor.

Periférica

El primer libro que Velibor ÄŒolić escribió en su nueva lengua fue Les Bosniaques (Le Serpent à Plumes, 1994) —en español, Los bosnios (Periférica, 2013)—, un conjunto de semblanzas de la muerte y el horror a partir de las notas que había tomado en las trincheras durante la guerra. ÄŒolić no busca tanto construir un artefacto trágico —que lo es— como narrar la vivencia real a partir de detalles o momentos muy concretos que sintetizan la vida o la muerte de cada personaje; unas veces resulta más elíptico y otras auténticamente atroz. Aparecen Adem, un tullido que murió empalado; el gitano Ibro, que quiso recibir el ejército serbio con rakia y café, pero acabó con la cabeza clavada en una estaca; la pequeña Alma, que vivía de la caridad y vendía flores; el acordeonista žiga; soldados bosnios, chetniks, enfermos, vagabundos, pícaros, poetas, popes ortodoxos, curas católicos, francotiradores…

Después vendrían los libros La Vie fantasmagoriquement brève et étrange d’Amadeo Modigliani (1995), Chronique des oubliés (1996), Mother funker (2001), Perdido (2005) —todos ellos publicados por la editorial Le Serpent à Plumes— y Archanges (Gaïa, 2008). Es de destacar Jésus et Tito (Gaïa, 2010), que Čolić califica de novela-inventario, estructurada en bloques temáticos y cruzada por “luciérnagas de memoria”. El texto funde imaginación y memoria para narrar su infancia y adolescencia en un mundo dominado por el comunismo y la figura omnipresente y santificada del mariscal Tito, como también por la religión católica profesada por su madre y sus tías. En palabras del propio autor, se trata de un Bildungsroman, una forma inestable, febril y dispersa entre Perec y Cortázar, entre el pesimismo lúcido de John Fante y la tragicomedia eslava al estilo de Jaroslav Hašek.

Sarajevo omnibus (Gallimard, 2012) es una obra de ficción con personajes históricos, una novela —afirma Čolić en la introducción— imaginada y concebida como un ómnibus cinematográfico, como cinco capítulos de una misma historia que evoca las construcciones y destrucciones de un puente, los sueños de un rabino, la vida y la muerte de una biblioteca, las fronteras espirituales de los eslavos del sur, etc. Por otra parte, la “comedia pesimista” Ederlezi (Gallimard, 2014) traza la historia, a lo largo del siglo XX, de una orquesta cíngara cuyo director parece encarnarse en cada revés histórico y en cada exterminio; su música, que contiene y recrea tanto sedvah bosnias como fanfarrias serbias y jeremiadas yiddish, participa de la tragedia y de la farsa, pero sobre todo de la fiesta.

Manual de exilio. Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones, publicado en francés por Gallimard (2016) y traducido al español por Laura Salas Rodríguez (Periférica, 2017), es un relato autobiográfico con grandes dosis de humor y autoironía. Con mucha más distancia que en obras anteriores y en un tono decididamente desdramatizador, Velibor Čolić explica lo que significa convertirse en el otro, el exiliado, el extranjero.

“Tengo veintiocho años y llego a Rennes con tres palabras de francés por todo equipaje: Jean, Paul y Sartre. También llevo mi cartilla militar, cincuenta Deutsche Mark, un boli y una gran bolsa de deporte desgastada, color verde aceituna, de marca yugoslava […]. Soy un caballero liviano, un viajero de rostro marcado por un frío metafísico, el último grado de la soledad, del cansancio y de la tristeza. Sin emociones, sin miedo ni vergüenza.”

Ávido lector de literatura del exilio —Stefan Zweig, Boris Pasternak, Thomas Mann—, Čolić quiso aportar una visión nueva, más corporal e inmediata, y por ello humanizadora, del refugiado. Se permite maltratar al personaje, que no es otro que él mismo, y narra con libertad e impudor los tormentos que le produce pasar de la visibilidad de ser un escritor conocido en su país a la invisibilidad y el estigma que comporta su nuevo estatus de refugiado. Se ve sometido a una frugalidad forzosa y a una privación extrema, se viste en beneficencia, tiene domicilios sucesivos y precarios, no habla bien francés y su país sigue en guerra. Padece, pues, hambre, malnutrición y desajustes fisiológicos; propende al alcoholismo y a conductas ruidosas y antisociales; acarrea un rencor frío y un orgullo inútil. Al verse obligado a referir su historia una y otra vez, en albergues y oficinas de protección de refugiados, tiene “la impresión de ser Sherezade”; de que la historia de su vida anterior es solo “un cuento tenebroso donde vuelven a desfilar camisas oscuras, donde se vuelven a quemar ciudades, gente, libros”. Unas veces se siente ligero y etéreo como una brizna de hierba, y otras pesado como un bloque marmóreo. Sabe que tiene demasiado acento y demasiada guerra para considerarse verdaderamente europeo, y se burla de aquel joven engreído que se creía “la gran esperanza de la literatura yugoslava” y que ahora escribe para olvidar.

«A partir del día siguiente, en el centro, comienzo a entrenarme para olvidar. Para empezar, los seres, después las cosas. Primero el amor y después el odio. Realizo una lista, larga como un río, de apellidos y nombres que olvidar. Anoto mis amores, mis vecinos, mis compañeros de instituto y los del ejército. Mis primos, mi primer libro publicado en Yugoslavia y el entierro de mi madre, los partidos de fútbol, los árboles y los bosques, las lluvias y las estrellas…».

El nuevo mundo es anguloso y amenazador, plagado de objetos maléficos: “Soy un elefante en un universo de porcelana poblado de gente educada y ágil”. El refugiado desconoce los códigos de la ciudad de acogida, por la que circula abatido y cabizbajo, como un centinela enviado al territorio enemigo, inventariando los matices del gris y del cemento.

“Ya no tengo nombre, ya no soy ni mayor ni joven, ya no soy hijo ni hermano. Soy un perro mojado de olvido en una larga noche sin alba, una cicatriz pequeña en el rostro del mundo.”

Čolić escribe, con elipsis y saltos temporales, en diarios personales donde da cuenta de sus fracturas identitarias. Su lucha se centrará en la reconquista de su identidad como escritor. Y ese orgullo —esa obstinación— será un poderoso acicate para su supervivencia en el exilio. Pero antes de convertirse en un escritor en residencia y ser invitado a coloquios y programas de radio junto a literatos ilustres y filósofos mediáticos —descubre que su país está de moda: “los politicastros, los humanitarios y los gurús, todos muestran interés y se entrometen en el destino de mi pobre y martirizado país”—, pasa por muchas humillaciones y renuncias. Las borracheras, la idea del suicidio y también la mecánica de los sueños, con su compensación incalculable, lo consuelan, en su amarga travesía por la Europa dormida, del “escandaloso silencio y la indiferencia del mundo”.

En su errático periplo conoce a otros parias y renegados. En Rennes frecuenta a dos antiguos soldados rusos con los que escandaliza y se emborracha en bares oscuros, en una ceremonia amarga que invariablemente conduce a la exclusión. En París, José Miguel, “el príncipe de los vagabundos y los escamoteadores”, le enseña el coraje desesperado y las siete tristezas de quien ha perdido su patria. En Budapest conoce a Mihaly, que se viste como un cantante de turbo folk, y a Janika, un príncipe Mishkin “más ligero que el aire y más feliz que el helio”, siempre entre el delirio y la epilepsia. Joseph Korda, que sobrevivió a Auschwitz y le recuerda a Primo Levi, es “testigo del siglo, maestro de una ceremonia deplorable que se ha convertido en nuestra memoria colectiva”.

“A veces tengo la impresión de que nací en la carretera y de que desde entonces no he dejado de viajar, acompañado por mis hermanos eslavos. De que bailamos, condenados y locos, en la linde que separa el este y el oeste, llevando como una cruz nuestras guerras santas, toda la miseria del mundo y nuestros nombres impronunciables.”

El estilo se caracteriza por una lucidez y una honestidad poco usuales, así como por un tono sardónico con el que revisa vivencias y catástrofes personales. Avanza a golpe de intuiciones, lúcidas y duras como piedras. Veamos, por ejemplo, cómo habla del suicidio y, sirviéndose de una balsámica autoironía, descarta métodos como el ahorcamiento —“Quiero ser cadáver, no acróbata”—, el tiro a la sien —prometió no tocar nunca más un arma—, tirarse a las vías del tren —no quiere testigos—, ahogarse, morir de hambre y envenenarse —“Prefiero morir con buena salud”—, etc. Del suicidio lo salvará, además de la rabia, una loca ambición literaria que se convertirá en su particular forma de resistencia. Čolić no solo practica una escritura compulsiva, sino que acude incesantemente al recuerdo de sus lecturas predilectas —Camus, Céline, Dickinson, Poe, Kafka, Kundera, Cortázar— y a las peripecias biográficas de los escritores, que toma como medida y ejemplo. Hasta su hipocondría se tiñe de las dolencias y los nombres de la literatura:

“Me paso la mañana tosiendo la tuberculosis de Modigliani; por la tarde tengo el cáncer de pulmón llamado Raymond Carver y por la noche soy alcohólico, es decir Hemingway. Y así sucesivamente. Al día siguiente soy ciego a lo Borges, epiléptico como Dostoievski y de nuevo borrachín, como Fitzgerald.”

Imágenes de la humedad y un frío metálico empapan los paisajes y los estados anímicos. La lluvia, “pesada como el acero”, le dispara la imaginación: “Caen las gotas, haciendo el mismo ruido que un ejército desfilando. Como si arrastrasen trabajosamente tras de sí las almas de los difuntos”; en otra parte escribe que hay en “la lluvia, burlona […] algo lascivo, como en los ojos de las mujeres borrachas atormentadas por el insomnio.” También habla de la “húmeda garganta del metro parisino”, en otra ocasión calificado de “Leviatán subterráneo”. Una turbia veladura recubre sus instantáneas de Europa —Venecia “Huele a perro húmedo y a agua estancada”, y el mar Adriático es “sucio y gelatinoso”—, indiferente al destino de los nuevos apátridas. Solo en la plaza Mauricio de Budapest halla el último vestigio de “una ciudad bohemia que anda descalza […], un alegre desorden hecho de casas torcidas y bares clandestinos”; y en Praga las nubes se le antojan “ropa limpia, grandes camisas blancas sujetas a los campanarios de las iglesias”. Velibor Čolić da cabida, en su Manual de exilio, a la esperanza y la reconstrucción, pero a sabiendas de que una parte de sí mismo ha quedado atrás, en ese país fracturado, hoy inexistente, en el que le es imposible reconocerse.

Ana Prieto Nadal

Ana Prieto Nadal es licenciada en Filología Clásica (UB) y Doctora en Filología Hispánica (UNED), y está especializada en el estudio del teatro contemporáneo. Como escritora, obtuvo el premio Ojo Crítico por su novela 'La matriz y la sombra' (Acantilado, 2002) y tiene relatos publicados en la revista 'Granta en español', 'El silencio en boca de todos' (Emecé Editores, 2004) y en la antología 'Todo un placer' (Berenice, 2005); también participó en el proyecto europeo Scritture Giovani 2006. En la actualidad, es miembro del Grupo de Investigación del SELITEN@T y compagina la investigación literaria y teatral con la docencia de lenguas clásicas. Ha colaborado en revistas especializadas como 'Acotaciones', 'Anagnórisis', 'Don Galán', 'Pasavento', 'Signa' y 'Tropelías', entre otras, y ejerce la crítica literaria en 'Quimera' y 'Revista de Letras'.

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