Las mujeres de Bettina Rheims están sobre la mesa del café. Son mujeres en blanco y negro, huelen a tabaco, al sexo melancólico y lento, siempre furtivo, de los domingos por la tarde; el sexo en la casa de los desconocidos, en la ciudad que no nos pertenece y a la que no tendremos que volver; una distancia que nos permite destruir los escenarios de nuestras muertes cotidianas, enterrarlas con los escombros y las armas que utilizamos en la batalla cuerpo a cuerpo. La textura de sus siluetas desnudas, que se pasean como fantasmas por los bulevares y las estaciones de tren, es de fotograma. PodrÃan arder con la llama de una cerilla. Son una ilusión. Si las tocas, en las yemas de tus dedos encontrarás arena.
Labios que imaginamos rojos. Muslos pálidos como la cera. Ojos que sabemos grandes, de un negro voluptuoso, predecesor del placer y la piel.
Salto en el tiempo.
Lunes por la tarde. Estoy en la rue de Buci, cerca de Saint-Germain-des-prés, en Taschen ParÃs. Es dÃa festivo, el clima es espléndido y, mientras Nuno me inmortaliza delante del escaparate, que promociona el volumen sobre la obra arquitectónica de Shigeru Ban, la calle hierve: la gente la convierte en una superficie caliente y lÃquida. Fluye como un rÃo.
En la acera, a escasos metros de la entrada a la tienda, muy cerca del mobiliario de diseño y las fotografÃas de Helmut Newton, hay dos mesas enclenques, con superficie de madera, donde la librerÃa ofrece algunos ejemplares saldados sobre el precio de venta inicial, ya originalmente bajo. El contraste contribuye a reforzar el carácter abierto, cosmopolita, un poco bohemio, de la editorial.
En ese “mercadillo†que, impregnado de la vanidad congénita de las supermodelos, protegen un par de atractivos vendedores, dedicados a recibir al público detrás de un sólido mostrador de madera, Nuno compró América hace apenas un mes. Se trata de uno de los trabajos fotográficos más controvertidos de Andrés Serrano. Es un tomo grande y pesado, que estaba destinado a habitar el piso de Arcueil para que yo lo encontrara al llegar desde Madrid y lo convirtiera, con sus retratos chillones y rotundos, en el hilo conductor de mis paseos por esta ciudad invasora de filmotecas.
Salto en el tiempo.
Ha pasado una semana, es martes, son más las siete pero el sol de la Gran VÃa se resiste al retiro e ilumina la calle centenaria con la fuerza del mediodÃa. Ese contexto primaveral nos envuelve a Ana y a mà cuando visitamos el showroom de Taschen en Madrid: en el piso de techos altos y paredes blanquÃsimas, salpicadas de obras originales, pertenecientes a la colección privada de Benedikt, el vestÃbulo ha sido amueblado por Vitra y la sobriedad convive con un exotismo extraño, presente en las huellas todavÃa húmedas de algunos de los artistas más importantes del siglo XX.
A nadie antes se le habÃa ocurrido inocular el glamour a las etiquetas de 9,99€.
Esa idea ronda por mi cabeza al pasar las hojas satinadas de Los elementos de Euclides, llena de colores, y al sumergirme en el álbum de El Padrino. Mi amigo Borja dice que nuestra Vida es Taschen y ahora le he entendido por fin.
Hago un repaso mental de mis últimas horas sin desligarme del estÃmulo visual del showroom: imágenes de carreteras americanas, las mujeres de Rheims en ParÃs, una serie de infinitas tipografÃas que se mezcla con el dibujo de animales inventados, inexistentes… en unos minutos estaremos en un local de moda bebiendo gintonics con pepino.
Y siento el vértigo de nuestra vida frÃvola y convulsa, que no se detendrá tampoco esta vez, ligada fugazmente a una tienda de comics en Colonia y a los lomos de colores de los libros inertes, aguardando en la estanterÃa.
Hemos elegido una vida Taschen.
¿Cuál has elegido tú?
Marina SanmartÃn
La Fallera Cósmica