Virginia Woolf | Harvard University Library | Dominio público

Sobre ‘Al faro’

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Virginia Woolf | Harvard University Library | Dominio público

Delicadamente, con unas manos de tejedora habilidosa, Virginia Woolf consigue en Al faro asir efímeramente la eternidad. Su novela es como la llama de un fósforo que alumbra momentáneamente la oscuridad del tiempo. Imagino a la escritora como una suerte de su personaje Lily Briscoe, encaramada sobre su escritorio, armada con pluma y tinta, intentando descubrir qué lugar ocupa cada palabra en su maravilloso relato impresionista.

Porque en esta narración, deliciosamente compleja, el lugar que ocupa cada cosa es fundamental. ¿Qué personajes encontramos en primer término en este cuadro y cuáles en segundo?, ¿qué papel juega la naturaleza que colorea el entorno de los personajes y los envuelve?, ¿cómo afecta el tiempo a la calidad de los colores y a la intensidad de los pigmentos? Atravesando la pintura escrita nos encontramos en un universo estático, de belleza primigenia y mítica, de equilibrio lábil, que arrulla al lector con el sonido de las olas y que, rápidamente, desde la primera frase, lo coloca ante una terrible incertidumbre.

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Porque Virginia Woolf siempre deja claras sus intenciones al comienzo, inicia el relato con todas las cartas sobre la mesa. Si en La Señora Dalloway el propósito de Clarissa de “comprar las flores ella misma”, nos introducía de lleno en una narración donde este elemento natural adquiría gran carga simbólica y, precisamente, la decisión por parte de la protagonista de encargarse personalmente de la compra de las mismas predecía ya el triunfo de la civilización sobre la barbarie y, de manera sucinta aunque evidente, el triunfo del mundo femenino sobre el masculino; en Al faro esa promesa del viaje si el tiempo lo permite, actúa como premonición de todo lo que ocurrirá más adelante, que no es otra cosa que la vida misma. En el original, encontramos esa primera frase que le dedica la señora Ramsay a su hijo de esta manera: “Yes, of course, if it’s fine tomorrow,”. Y ya podemos observar la esperanza en un día de mañana que, nosotros no lo sabemos aún, pero que tardará diez años en llegar. Así en la traducción al español que corre a cargo de José Luis López Muñoz, se transforma de esta forma: “Si el tiempo es bueno, por supuesto que iremos”. La polisemia de la palabra tiempo en castellano, nos brinda un deleitable e inteligente juego lingüístico, ya que eso es lo que nos encontraremos, la historia del tiempo (time), y del tiempo (weather).

Y, por supuesto, mucho más. Como en toda la literatura de Woolf, esta es una novela de grandes fuerzas enfrentadas que colisionan, pero también una novela sobre la subjetividad, sobre la materia de la realidad y sobre cómo esta se construye a través de la mirada de los sujetos que la habitan.

Dividida en tres partes, me atrevería a decir que el fragmento central, titulado Pasa el tiempo, es una de las mejores narraciones jamás escritas. Evidenciando la inteligencia de la autora y su curiosidad, que la llevaron a experimentar con el reciente lenguaje cinematográfico aplicándolo a su texto, encontramos el fluir de un río heraclíteo que observamos -la mirada del lector fija en la casa familiar- arrasar con su agua toda la experiencia humana. Percibimos, todos los sentidos ofrendados a la lectura, la destrucción de ese espacio mítico que se nos presentaba en la primera parte de la novela, aquel lugar fascinante que dejaba una impronta indeleble en los personajes que por él transitaban. El Paraíso original, de ordenada y cuidada belleza gracias a la señora Ramsay que, inversión de la figura de Eva, se dedica a que el Edén nunca sea perdido. Diosa madre, natural y protectora, encarnación quizá de la Inanna sumeria, la Afrodita griega, la Isis egipcia o la Ceres romana, la señora Ramsay es la encargada de mantener el precario equilibrio de su mundo. Un mundo dominado absolutamente por la belleza, pero una belleza que, si no es bajo los parámetros de la civilización y el orden, puede resultar salvaje, peligrosa y despiadada.

Mantener el orden y conservar la belleza -porque es lo único que puede salvarnos- son las grandes preocupaciones de este personaje que pueden verse reflejadas, por ejemplo, en el especial interés que tiene por concertar matrimonios entre las mujeres que la rodean. Ve en el personaje de Lily Briscoe una belleza joven y primorosa, como el níveo tallo tierno del té blanco, y le asusta que se convierta en algo indómito. Pero, ¿cómo ven el resto de personajes a la señora Ramsay? Pregunta harto importante, no ésta, sino ¿desde qué lugar se miran los unos a los otros? Se erige esta narración a través de un juego de miradas, transitamos de un personaje a otro mediante su campo de visión. Y en la mirada subyace la representación subjetiva del otro y del entorno, un universo de sensaciones solo plenamente percibidas individualmente. Es, incluso, la subjetividad de la propia autora, que echa mano de su biografía, material de construcción del texto. La importancia del individuo y su nueva situación, tema candente en la literatura del siglo XX, se refleja aquí a través del mundo de la percepción y de los sentidos. Parece avanzar, esta obra de Virginia Woolf, los preceptos del arte contemporáneo.

Como portaestandarte del orden bello, la poesía; como representante de la belleza en el caos, la muerte, la barbarie, el triunfo de la nada. La señora Ramsay es la guardiana de la inmortalidad, la suya y la de su familia.

Así, temáticamente compleja, estructuralmente brillante y estéticamente placentera, Al faro es una proeza en la narrativa del pasado siglo que, todavía hoy, tiene eco y busca a su Narciso.

Rodrigo Sánchez Nieto

Rodrigo Sánchez Nieto (Madrid, 1995) graduado en Literatura General y Comparada por la Universidad Complutense de Madrid, cursa actualmente estudios de Dramaturgia en la RESAD. Autor del libro de relatos 'Latidos, la infinita invención', compagina sus estudios con la creación artística.

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