El hilo empieza aquÃ: un solar de la periferia con un grafiti que ocupa toda la pared: «Irás a las ciudades de papel para no volver». La estampa es suficientemente impactante como para fotografiarla y divulgarla en Facebook pidiendo interpretaciones a los amigos. Pero más allá de las interpretaciones mi amiga Anna teclea la frase en Google y descubre que está extraÃda de la novela Ciudades de papel de John Green de la que incluso hay una pelÃcula. La novela en sà es lo de menos, aunque reconozco que el humor de Green me arrancó alguna carcajada y su lectura de cerca de 400 páginas se lee en un suspiro. Un thriller juvenil, un best seller de estudiantes adolescentes americanos (con fiesta de graduación incluida) donde ella es una inteligente, guapa y rebelde muchacha que se fuga dejando pistas a su vecino. Pistas en un libro: Hojas de hierba de Walt Whitman.
He dicho antes que el hilo comenzaba en aquel grafiti, pero no, claro. El hilo que conduce a Whitman viene de lejos, de las clases de literatura del instituto y más conscientemente de la universidad, donde se menciona una vez tras otra. Por no hablar de las referencias en otros libros y pelÃculas (¿recuerdan «Â¡Oh Capitán, mi capitán!»?). Y no es para menos porque Whitman es considerado -con razón- el fundador de la nueva poesÃa en lengua inglesa. De hecho Hojas de hierba (1855) coincide en el tiempo en lo que Manuel Villar Raso define como una década memorable en la literatura norteamericana (La letra escarlata de Hawthorne, 1850; Moby Dick de Melville, 1851; Walden de Thoreau, 1854) y la apostilla dada por Baudelaire al otro lado del charco con Las flores del mal (1857), contemporizando tanto una lÃrica extraordinaria como una personalidad deslumbrante.
Por lo dicho anteriormente podrÃamos decir que la pared del grafiti fue, en realidad, sólo una esquina más -la última- de ese hilo que recorrÃa las paredes de un laberinto literario (también conocido como biblioteca) hasta que por fin di con Whitman. Cuando uno descubre algo maravilloso se suele preguntar los motivos por los que no escuchó su llamada antes, y en mi caso intuyo que habÃa cierto rechazo a la poesÃa en lengua inglesa y a las personalidades megalómanas en general.
Y es que Hojas de hierba es prácticamente una exaltación del poeta a su propia persona marcando distancias con la lÃrica anterior, donde hablar de uno mismo en poesÃa era juzgado casi como inmoral. Sean benevolentes conmigo, ya sé que la poesÃa en esencia es hablar de uno mismo (o al menos, desde uno mismo), pero es que el apartado más amplio de Hojas de hierba se llama Canto a uno mismo, y eso sÃ, me parece excesivo. Es decir, me parecÃa, y no sólo porque Whitman merezca realmente un canto, un pedestal y cientos de libros y pelÃculas citando sus versos, sino porque ese Canto lo es a sà mismo y a la condición humana, al universo y a todas sus criaturas. De hecho, a la manera de Baudelaire interpelando al lector («hipócrita lector -mi semejante- mi hermano»), Whitman lo lleva también a su terreno sólo que de una manera bien distinta:
«Me celebro a mà mismo
Y cuanto asumo tú lo asumirás,
Porque cada átomo que me pertenece, te pertenece también a ti.»
Pero como adelantaba antes, Whitman no se queda ahÃ, sino que siente la comunión con la naturaleza, con todas sus criaturas y todos los hombres y mujeres mencionando oficios, tareas y procedencias (norteamericanas, eso sÃ) en una oda que bien parece un inventario lÃrico del universo:
«Ã‰rase una vez un niño que se lanzaba a la aventura todos los dÃas,
Y en el primer objeto que miraba y aceptaba con asombro, piedad, amor o temor, en ese objeto se convertÃa.»
La vida, la muerte, dioses de diferente factura, episodios históricos, sensualidad a raudales… no parece que haya nada despreciable o indigno de su alabanza. La percepción es que si Whitman hubiera cubierto su melena con un turbante creerÃamos estar frente a un poeta y sabio sufà que nos descubrirÃa la paz y belleza inherentes a la creación.
Volviendo a la novela Ciudades de papel, el joven que busca a la muchacha huida teme que se haya suicidado al descubrir unos versos subrayados donde el poeta da respuesta a la pregunta de un niño: ¿qué es la hierba?
«Se me figura que es la cabellera suelta y hermosa de las tumbas».
Lejos de esta visión fatalista su profesora de literatura le insinúa que la lectura de Hojas de hierba difÃcilmente podrÃa inducir al suicidio, siendo como es un canto al entusiasmo:
«Siempre el impulso procreador del mundo».
La hierba, esa que da tÃtulo a su libro y sirve como:
«Bandera de mi carácter tejida con esperanzada tela verde.
O el pañuelo de Dios,
Una prenda fragante dejada caer a propósito,Con el nombre del dueño en alguna punta, para que lo veamos y lo notemos y nos preguntemos, ¿de quién?
O sospecho que la hierba misma es un niño, el recién nacido de la tierra.
O un jeroglÃfico uniforme,
Que significa: crezco por igual en las regiones vastas y en las estrechas».
La hierba, elemento insignificante y recurrente como el barro:
«Me doy al barro para crecer en la hierba que amo.
Si me necesitas aún, búscame bajo las suelas de tus zapatos».
Que encierra la misma mirada cosmogónica de William Blake: «Para ver el mundo en un grano de arena, / Y el Cielo en una flor silvestre, / Abarca el infinito en la palma de tu mano / Y la eternidad en una hora.»
En definitiva el Canto a uno mismo es un canto a la vida. Y si antes nos lo imaginábamos disfrazado de sabio sufÃ, también podemos imaginarlo de coach y serÃa el prÃncipe del mindfullness:
«Nunca ha habido más comienzo que el que hay ahora».
Una reflexión que confirma el estudio en el que se afirma que leer poesÃa da más felicidad que los libros de autoayuda.