Yishai Sarid y Marta Marín-Dómine | Auschwitz y después | CCCB

Reconsiderar la memoria histórica

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Yishai Sarid y Marta Marín-Dómine | Auschwitz y después | CCCB

La publicación de El monstruo de la memoria (Sigilo), quinta novela del escritor israelí Yishai Sarid, ha coincidido, en su edición en castellano y en catalán (Club Editor), con el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz, si bien su publicación original data de 2017 y lo que plantea el escritor, también abogado y periodista, trasciende cualquier tipo de conmemoración a través de la problematización de aquello que ha venido a denominarse memoria histórica y cuya construcción pone en tela de juicio Sarid.

“Ya sabía yo por qué no he querido nunca venir aquí. Que enciendan el fuego para que pueda tirarme a él. No hice nada que me diera derecho a vivir, niños, no dejéis que os cuenten tonterías. Es muy doloroso, ay, demasiado doloroso, dijo Yohanán, y ya no tuvo sentido a empujarlo a hablar más, porque acababa de ofrecer su sacrificio al monstruo de la memoria”.

El monstruo de la memoria se estructura como una larga carta o informe que un joven historiador israelí, experto en los medios de exterminio nazis y que trabaja como guía de excursiones a los campos de exterminio en Polonia, envía al presidente de Yad Vashem (Monumento conmemorativo para la preservación del nombre), una institución ubicada en Jerusalén que tiene el objetivo de mantener viva la memoria de las víctimas del Holocausto.

La carta es una explicación sobre algo que ha sucedido y que el lector conocerá en las últimas líneas de la novela. Entre ambos momentos, el historiador expone a lo largo de El monstruo de la novela su carrera, así como algunos comentarios íntimos sobre su matrimonio y paternidad, como experto en el Holocausto y, más específicamente, en los métodos de exterminio. De una carrera académica con tesis doctoral incluida a los diferentes viajes a Polonia con grupos, ante todo, de adolescentes, para llevar a cabo recorridos por los campos de exterminio.

“Entre el setenta y cinco y el ochenta por ciento de las personas de cada envío fueron aniquiladas allí de inmediato. Hay que entenderlo. La historia de los que quedaban con vida es una nota marginal. La verdadera historia es la de los muertos inmediatos que no fueron constatados, que no fueron registrados ni tatuados”.

Sigilo Ediciones

A través de esa primera persona, Sarid narra en El monstruo de la memoria un extraño proceso de enajenación; o, por el contrario, aunque bien podría ser lo mismo, de abrazo de una clarividencia absoluta que puede ser la que produzca esa enajenación. El narrador expone al receptor de la carta y, por tanto, al lector, el desarrollo de sus actividades intercalando con pasajes lindantes con lo ensayístico a la hora de hablar de lo que sucedía en los campos. A su vez, introduce breves historias de supervivientes u otros relatos históricos en el contexto de su trabajo como guía.

La novela se sucede con un estilo directo y rápido, con un buen ritmo que apenas presenta detenciones en la narración, salvo en aquello que concierne a la relación del narrador con su familia y que, en términos generales, aunque sirva para conferir de una dimensión más íntima y personal, no acaba de estar del todo justificado. De este modo, Sarid se adecúa al formato, a la supuesta carta o informe, pero la confiere de una pátina de ficción para trascender ese origen. También consigue, a pesar de las limitaciones impuestas por el género, no caer, al menos no de manera total, en conformar una novela de tesis. El tono confesional del narrador impone un punto de vista único y sin variaciones que sirve para dar constancia de la declaración personal del narrador quien, debido a su experiencia y a la gente que ha tratado, es consciente de que algo se están haciendo mal con relación a la memoria histórica, en este caso, de la Shoah.

“Cuando me encontraba ante los grupos, les detallaba con pragmatismo los nombres de los países de los que llegaban los envíos de víctimas a cada uno de los campos, así como la cifra de asesinados, pero los nombres no los decía, porque eran tantos que no habría sabido por dónde empezar, además de que todos habían sido tratados de la misma manera, como materia prima para la preparación de un pienso para perros”.

El narrador expone diferentes experiencias que, a su vez, resultan muy reveladoras. Con su trabajo como guía constata de la relación entre los jóvenes judíos y el Holocausto, del cual conocen sus elementos más básicos, pero apenas sienten, pasadas las décadas, una cierta empatía hacia lo sucedido. No al menos desde una postura personal, asimilada, basándose tan solo en un nacionalismo exacerbado de banderas e himnos, esto es, la superficialidad de sus símbolos. Por otro lado, el narrador se sorprende de escuchar a algunos jóvenes sentir fascinación por una maquinaria asesina que creen que se debería adoptar contra los árabes: Sarid no ahonda en este sentido, pero expone el tema lo suficiente como para que resulte un comentario sobre la actualidad lo suficientemente mordaz.

Además de estas excursiones guiadas a los campos, Sarid introduce a su narrador en otras experiencias alrededor de los campos como la utilización del lenguaje de los videojuegos para llegar a los más jóvenes de manera más directa para transmitir el Holocausto; o la realización de una película por parte de un cineasta alemán, la cual será, en el tramo final, lo que provoque el suceso que el narrador parece justificar en el informe. O, al menos, explicar. De esta manera, Sarid amplia la visión hacia un trabajo, el de la memoria histórica, que intenta mantener viva unos sucesos, pero, en su proceso, deviene en algo monstruoso. Como el propio narrador, convertido en uno en esa suerte de enajenación en la que se ha visto inmerso al comprobar que todos sus esfuerzos por trasferir sus conocimientos se dan de bruces con la realidad de la institucionalización de la memoria histórica y sus condicionantes y sus intereses.

“Queridos profesores, podéis informar a vuestro regreso que el mensaje ha calado. Solo vale la fuerza. Sin conciencia, sin educación, sin vacilación. Porque estas tres palabras nos lo ponen difícil y nos impide actuar. Nosotros no nos podemos permitir ni un solo instante de debilidad, porque todo nos sería arrebatado. Hay que ser un poco nazis. Por fin lo habéis escuchado en voz alta. Por fin lo habéis comprendido, chicos”.

El narrador de El monstruo de la memoria observa cómo el pasado, en este caso, el Holocausto, se ha convertido en una suerte de parque de atracciones en el que cada vez importa menos los hechos, lo que realmente ocurrió, que aquellas emociones simples que pueden ser manipuladas desde el presente. También descubre que hay ciertos temas que siguen vedados, que se niega cualquier tipo de problematización y que los discursos son unidireccionales. Y, sobre todo, que la memoria histórica, en última instancia, tiene menos en cuenta, y da menos relevancia, a las víctimas de lo que pueda parecer. Porque son instrumentalizadas con fines muy precisos. En este sentido, El monstruo de la memoria es una novela muy relevante, porque, aunque fijada en la Shoah, se puede extrapolar a otras latitudes en la que la memoria histórica sigue siendo moneda de cambio ideológico y simbólico.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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