«Pero ¿y si son nuestras lecturas las que nos sueñan? ¿Y si fuera necesario despertarse de algunas de ellas para comprender mejor la vida, haya sido o no usurpada, y si en su seno la escritura fuese quizá mucho más dialéctica y generosa de lo que los libros sugieren?»
UtopÃa, etimológicamente «no-lugar», es el nombre que designa a una «representación imaginativa de una sociedad futura de caracterÃsticas favorecedoras del bien humano» (DRAE). El vocablo, debido a la fantasÃa y a la pluma de Tomás Moro, se encuadra pues en el terreno de lo imaginario y, obviando por un momento la etimologÃa de la que hizo uso el santo inglés, el nombre nos remite a un lugar ficticio, tanto en el espacio como en el tiempo, aunque dotado de una coherencia interna imprescindible para su existencia. Yves Bonnefoy, en este El territorio interior (L’Arrière-pays, 2003), contrapone los lugares imaginarios a los lugares imaginados, los que fabrica nuestra conciencia con los retales de la experiencia y, por lo general, en combinación con los deseos y los sueños.
«Â¿Cómo expresar aquello que no puedo comprender del todo?»
Si solo podemos desear aquello que no poseemos, las encrucijadas constituyen el infierno del deseo: a cada elección, el territorio real, el camino que tomamos, genera una renuncia, un sendero que descartamos, un camino al que solo podemos acceder con la imaginación. El conjunto de esos territorios componen lo que Bonnefoy denomina «el territorio interior», que no contiene elementos imaginarios sino elementos imaginados: un conglomerado de ingredientes conocidos a cuyo análisis podemos acceder, pero cuya configuración solo podemos imaginar.
«Y primero diré que si el territorio interior ha permanecido para mà inaccesible -y aun si, lo sé bien, siempre lo he sabido, no existe-, no es por eso completamente ilocalizable, basta con renunciar, por poco que sea, a las leyes de continuidad de la geografÃa ordinaria y al principio del tercero excluso.»
Pero ese territorio interior no es solo un ámbito geográfico de demarcaciones y de paisajes, sino que abarca la totalidad de la experiencia humana, el arte, la literatura y todo aquello que tiene la facultad de conmover el espÃritu:
«Â¿No es siempre lo evidente lo que primero escapa?»
El arte por descubrir del Quattrocento; la llanura toscana, interrumpida por las lomas soleadas; los recuerdos de la infancia en un macizo central fantasmagórico; el descubrimiento del latÃn como lengua total; las rojas arenas de los desiertos orientales; una lectura que permanece con insistencia en nuestra memoria y que aparece y desaparece en los momentos más insospechados; un repliegue del terreno; un matiz en la luz…
«Â¿Es verdad que solo cuando el aquà se afirma deseamos estar en otra parte? Asà es como un arte de la afirmación, o una civilización que asume el lugar, pueden prestarse, casi activamente, a que imaginemos un sitio distinto, a que soñemos un arte desconocido; prestarse a la insatisfacción, a la nostalgia, ayudar a la depreciación de este mundo -del que ellos mismos han hablado-, y de su valor.»
La respuesta a todas las preguntas -susceptibles de suscitar una respuesta- debe buscarse en el hecho de escribir, en el proceso dinámico de la escritura, jamás en lo escrito, estático, definitivo y, aunque cuestionable, inamovible. El proceso es el fin; el producto, poco más que un epifenómeno.
«La tierra es, la palabra presencia tiene sentido. Y el sueño existe, también, pero no para destruirlas o devastarlas como he llegado a creer en mis horas de duda o en mi orgullo: es necesario que, al vivirlo, lo disipe, y no lo escriba: porque entonces, al saberse un sueño, se simplifica, y la tierra adviene, poco a poco. Es en mi devenir y no en el texto cerrado, donde este pensamiento próximo, esta visión, si algún sentido tiene para mà -y asà lo creo-, puede permanecer abierta, e inscribirse y florecer, y fructificar. Es ese el crisol donde el territorio interior, al disiparse, se formará de nuevo; donde el aquÃ, vacÃo, se cristaliza. Y donde por fin, tal vez, algunas palabras brillarán, simples y transparentes como la nada del lenguaje, pero serán la totalidad, y serán reales.»