Se abre el telón. Se ve un cuadrilátero. En él, cuatro personajes, con los ojos vendados. Ernest, un empleado de banca, burócrata, que ve pasar la vida por el cristal de su oficina en Vidreres. Miqui, armado con la escopeta de su padre, transporta por encargo todo tipo de materiales con su camión. Iona comprueba cómo ha esquivado la muerte casi de milagro a cambio de que se le quede adentro. Nil, el artista del pueblo, regresa de Barcelona con las orejas perforadas, dilatadas, como túneles de carne por los que pasa el fuego del fracaso. Y todos sus demonios.
Toni Sala aborda en Els nois (L’Altra Editorial) cómo la muerte por accidente de tráfico de dos hermanos zarandea lo local hasta meterse en los huesos de cada protagonista. Cuatro capÃtulos, cuatro lentes que observan un horizonte limitado por la carretera nacional, los carteles de “se vende†y los neones de los prostÃbulos que, como en Hansel y Gretel, son las marcas, las migas de pan, que señalan el camino de regreso a casa. El escudo es el árbol contra el que se han estrellado Jaume y Xavi. Las flores. También arrancadas de la vida, como ellos, para pudrirse en la cuneta.
Explicaba Gaziel, el periodista de periodistas que mejor describió el Sant Feliu de GuÃxols donde nacerÃa años después Toni Sala, que la expresión “els noisâ€, allÃ, no se refiere únicamente a la gente joven, ni a los económicamente más modestos, sino que designa sobre todo el elemento no anquilosado, abierto de espÃritu y radicalmente progresista. Asà llamaban al casino más antiguo de la comarca, “el casino dels noisâ€, fundado en 1851, sin tener en cuenta la edad, la fortuna ni la condición social de los asiduos del local.
¿Ha querido Toni Sala, que incluye un casino en el que se encuentran los cuatro protagonistas, escribir una novela sobre la muerte de la idea de progreso?
Lo cierto es que Vidreres aparece como una suerte de bosque, una villa con tabúes y códigos propios, como el de Shyamalan. El paisaje vuelve a tomar cuerpo con toda la fuerza: “Pirineus, Guilleries i Montseny van fer de cop un pas endavant. Van travesear la fredor inaugural de la tarda d’hivern, amb el glaçó de la lluna, amb l’escampada de grisos i els cops de sol impotents. La carretera relligava els camps amb una cinta de dol. Els plà tans alts eren les plomes d’un monstre enterrat, les espines d’uns peixos transparents que parasitaven la terraâ€.
La tierra, la lógica de la tierra, que escapa de la anécdota de la muerte. Las familias, después del accidente, se ponen manos a la obra. Los Batlle venderán sus parcelas a los Dalmau. Asà se perpetúan las generaciones. La genética del organismo que todo lo entierra. También a los jóvenes.
Ernest, aunque trabaje en el pueblo desde hace tiempo, siempre será el forastero. La comunidad es otra cosa. Miqui, a su vez, transita, traslada, es quien cruza la membrana. Es un extraterrestre que ofrece señales de que existe otro mundo allà afuera. Por eso encarna el peligro. Un peligro absurdo. Como la mayorÃa de peligros reales.
Els nois no es un salto mortal en la obra de Toni Sala. Más bien se trata de una consolidación, un regreso a la esencia de su literatura, la de un escritor que ha ido acumulando oficio y músculo para hablar, con estrategias narrativas más complejas, de lo mismo de lo que hablaba en su primer libro de relatos, EntomologÃa (Premi Documenta 1996), y en la que serÃa su primera novela, Pere MarÃn (1998). Una colección de insectos como metáfora de un nosotros que va más allá del individuo, y la muerte como elemento constitucional de la vida humana. ¿No es toda escritura una forma, sutil y perseverante, de reescritura?
Iona, viuda prematura, necesita pesar la muerte. Ponerla en la balanza. Calibrar la ausencia de quien ha sido su pareja desde el instituto (y a quien tenÃa que acompañar en ese coche) en comparación con otras muertes. Repasa mentalmente las muertes de sus perros, de la misma manera que el protagonista de Pere MarÃn recordaba cómo suena el cráneo de un gato («tots dos provà vem d’encertar-li el crani, fins que el crani va fer crec») para entender que su amigo de la infancia ya no volverá. Iona “va veure una gota de sang al llençol». Se le avanza la menstruación para que no haya duda. “Era la protesta, l’onada de realitat. Com a persona podia negar, com animal no podiaâ€. La sangre parecÃa escribir en la sábana: “No deja huérfanosâ€.
Por su parte, Nil es una especie de pirómano entomológico, incapaz de crear nuevos relatos (la primera prosa publicada por Sala acababa: «Perquè els escarabats viuen, com nosaltres, sota la capa del sol, on ja està tot dit»), refugiado en el arte como excusa, como huida, que quiere grabarlo todo. Pero la cuestión de fondo, la verdadera ambición literaria del autor, es organizar el pesimismo sabiendo que ésa es la mayor de las resistencias. Convertirlo en un nervio imperfecto pero sólido. La tierra, la vida, pese a las pérdidas, permanece. Leemos en Els nois: “Mentre l’esclafava, la vida de l’escarabat, sense ales ni potes, valia infinitament més que totes les vides humanes i no humanes que s’havien extinguit des del començament de l’universâ€.
Transcurre la novela en un paÃs que se ha puesto en venta sin que nadie se quejara demasiado. Un paÃs prostituido. “Carrers abandonats, amb les voreres, fanals i dipòsits d’escombreries, els solars a punt per les cases que no farien mai. Urbanitzacions enmig del bosc que s’omplien de vegetació com ciutats prehistòriques… I ara que s’havien arruïnat, ara parlaven d’independènciaâ€. Hoy sabemos que no era una crisis. Es una estafa.
La bandera del progreso, asÃ, ha quedado encerrada en un casino lleno de inercia. De miradas perdidas. Mientras la naturaleza sigue el curso de sus propias leyes.