Papeles inesperados. Julio Cortázar, Alfaguara (2009)
Edición de Aurora Bernárdez y Carles Ãlvarez Garriga
Como el deslumbrante hallazgo del monje partido por rayo, para, sin percibirlo, pasar a mejor ruina que esta vida procelosa, son los Papeles inesperados del Cronopio. Fueron hallados por Aurora Bernárdez en una cómoda, donde, entre múltiples legajos de aporte invalorable —algunos de ellos inéditos; otros publicados en El PaÃs, Le Monde, El Mercurio, La Nación…Varios poemarios en la edita forma que no conoce más que el rodillo del mimeógrafo, los que el mismo Julio conservaba legajados, como en una carpetita primorosa conservaba los suyos aquél bicho Alejandra, para posteridad o simple hecho de guardar algún tesoro al que siempre uno se asoma a originarle la luz que desconoce.
Estos textos, no menos asombrosos que su vasta obra crÃtica, cuentÃstica, ensayÃstica y novelÃstica, ven la luz como un homenaje póstumo, como una apologÃa a un Cronopio.
De corte vario; yendo desde el relato, prosas, momentos, autoentrevistas y poemas, cuando no algunos textos crÃticos a los amigos y catálogos de exposiciones, entre otras ocurrencias que celosamente desempolvaron su viaje maravilloso por la faz de esta tierra, en ese destino al vaivén de algo soñado.
Visto desde los libros convencionales, el armazón de este collage literario de hallazgo inesperado, es la única que da más o menos cuenta de un libro de regular normalidad en la valÃa bibliográfica del autor de Prosa del observatorio (1972) —valga el digno ejemplo, encuadrar las literaturas múltiples buriladas en su Remington, a dos deditos, don Julio, canillas de garza—. Esa organización pulcra que le ha dado su albacea literaria y esposa, Aurora, la heredera universal de los derechos de Julio Florencio.
A saber, tanto como no, hay apartados que no van sin la despachada lógica ideada por Alfred Jarry, PatafÃsica, forma desigual, hÃbrida de decir las cosas, ostentando como preclaro principio, “el estudio de las excepciones a las leyes cientÃficasâ€, teorÃa de las excepciones a las reglas y tanto va la cosa.
La emprende con relatos no menos anecdóticos don Julio, que la pura doctrina que la crónica traiciona, cuando de volar con los pies sobre la tierra se trata. Y no es para menos cuando en unas pocas páginas da más que una lección-reportaje de lucha por la paz —sin quererlo, claro— de numerosos pliegos publicados en diario importante, de cómo en un pueblo remoto de la India unos niños mezclaban polvitos mágicos, para dejarle los zapatos de gamuza como nuevos, y a salir a empolvar más caminos se ha dicho.
Porque el Cronopio es universal. Porque el Cronopio está exhibiéndose en las vitrinas de todos los cronopios que lo despedÃan en México, abarrotándolo de tequila, fotonovelas y hasta una botellita de azogue para salir hacia la corriente del rÃo en busca del Axolotl que va con sus patitas; y él les devolverÃa un cronicón inigualable a los charros, para el sol de todos sus dÃas: Un cronopio en México. [Cuenta Cortázar que en 1971, en Estocolmo, a Neruda le regaló el club de cronopios, uno de felpa roja, y que él guardó con amor, ordenándoles desfilar a todos los cronopios del mundo, ¡Cronopios ¡De frente, marchen!]
Abro el tomo; empiezo a leer el relato La daga y el lis. Notas para un memorial y de golpe me inmerso en una atmósfera de lenguaje antiguo, con olor a corpiños y escotes rosas. Unos caballeros respetables tratando de descubrir un crimen que se retrató en las pupilas del asesinado —como solÃa elucubrar que asà se descubrió un asesinato, Cortazar, partiendo del apunte de un artista tomado de las pupilas del que vio a su asesino por última vez, el muy muerto—. No puedo menos que sospechar de si en verdad se hablaba asà en una y remotÃsima España antigua, o es que este delgado poeta otra vez la emprendió con la burla de la estructura en dos tomos, y la cosa que enrrevesa.
A veces me abrasan fuego adentro las pupilas de Los Gatos que robaban tiempo a las siestas o a la sobremesa, para enterrarse en las cañas con fondo de lago, adherirse rodando a un porvenir que los juntará como por un fuego quemándolos, pupilas adentro, y el signo de la noche, vano en solazarse en una infructuosa atmósfera amarilla; adviene a cuento, a fábula detestable de esta frugal manera tan inenarrable de evocar, ir avanzando por capÃtulos, un poco; en fangos creados o algodones de azúcar, ruinosos dÃas de pampa y tango que hacen de la literatura una extraña manera de jamás controlarse, como lo que sucede, y ahà estamos, esperando a la mano que entre para que nos vacÃe el sueño sangriento y la fuga de una siesta que pudo ser, pero que en verdad sucedió. Relato con fondo de mano o aviso de agua luminoso. Un Cronopio se sorprende de que el agente de policÃa tenga que reprenderlo con la multa, y el Cronopio todavÃa no sabe quién es el agente de policÃa, por eso huye despavorido de la carretera y en ésas andábamos, che. En esas estamos, cuando la mirada entornarÃa para posarse en un individuo al que no le es suficiente la mirada. Otra cita es la fuga, o la boca enorme que llama con buen frÃo de retorno. Ruina amarilla Y también no estar triste… Extraño pajarillo caÃdo por golpe de transparencia, de intempestiva conflagración de cristales rotos al cristal de la ventana y el monje muerto por rayo y ese tiempo detestable de los justos.
Estos papeles también son juiciosos y agradecidos; tienen a buena vena salvaguardar unos versos en lo que va siendo un ensayo, una carta; un poco cebar mate y fumarse unos Gauloises, Sena abajo; El amor por ParÃs es siempre, de una manera o de otra, el amor por ParÃs… Reseñar la vida va siendo no tan sorpresivo como llevar dentro de un llavero a un cangrejo encerrado en el pez. Pagará el crustáceo la inmutable inmovilidad que lo encierra en la fibra, por habérselo tragado. Advertir qué pudo habérsele escapado al escuálido fabulador; qué es lo que siempre ha sido, un fabuloso Lucas, un extraño Cronopio sorprendido, y proliferar de manera sesuda sobre ideas y extraños sistemas yaciendo apretados al papel como collares desperdigados de hormigas y un balde de ceniza arruinándolo todo, toda conflagración o deicidio insectil a dos antenas de encuentro, que más o menos van por la tangente menos conocida que inventada; las excepciones a las reglas siempre; el cronopio de felpa roja desfilando sobre los paquetes del correo, despachando un piolÃn en uso y un sello de pajaritos dormidos con su mamá que les presta abrigo y les da alimento, que mucho los quiere con su pico; con un baño de plumas los paquetes, y la cinta de agua, moño ternuroso, para que vayan a destino como si de un regalo de cronopios a cronopios se tratara.
Jack Farfán Cedrón
http://www.elaguiladezaratustra.blogspot.com
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