Chimamanda Ngozi Adichie | Foto: Nnamdi Chiamagu

Prejuicios, raza y amor

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Chimamanda Ngozi Adichie | Foto: Nnamdi Chiamagu
Chimamanda Ngozi Adichie | Foto: Nnamdi Chiamagu

Para quienes vivimos absortos en nuestro mundo de bienestar mirándonos el ombligo, ajenos a otras realidades sociales, y sobre todo culturales y económicas, esta novela puede ser un potente mazazo en el centro de nuestras vanidades. Porque Americanah, galardonada con el Chicago Tribune Heartline Prize 2013, de la joven escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977), encarna «la otra mirada», la aguda y valiente mirada de quien se propone ser -por una vez en nuestra adormecida existencia- nuestros propios ojos, para guiarnos no solo por otros paisajes raciales y culturales, sino por nuestros propios paisajes urbanos contemplados desde fuera. En primer lugar, Nigeria –y Estados Unidos visto desde un ángulo inusual-. En segundo lugar, la raza negra. En tercer lugar, una voz nigeriana, de raza negra y además de mujer, y, para más sorpresas, culta y sin problemas económicos serios. Y ya para rematar, nuestro mundo occidental, que Estados Unidos tan bien representa, percibido desde la extrañeza –con su carga de humor y de drama- que siente quien viene de otro mundo, de otro mundo, nunca mejor dicho. Extrañeza que la autora devana con un recurso verdaderamente inteligente, y plástico, la desfamiliarización o extrañamiento: ya el formalista ruso Victor Shklovsky afirmaba que el único propósito verdadero de todo arte era el de romper los hábitos de la mirada, de la costumbre con sus mortíferos efectos, mediante una representación insólita de nuestro mundo cotidiano: distanciando el entorno habitual o relatándolo desde una perspectiva nueva. Tolstoi lo hacía cuando describía una ópera desde el punto de vista de alguien que jamás hubiera oído hablar de ella, o de un simple sofá. Porque:

“la costumbre devora las obras, la ropa, los muebles, la propia esposa (…) Y el arte existe para que podamos recobrar la sensación de vida.”

Pues bien, esta inteligente autora traslada los Estados Unidos a un lugar insospechado gracias a una mirada no estereotipada que rompe los moldes asumidos, y que está principalmente relacionado con el concepto de raza, tanto en América como en Nigeria, y que atañe a los prejuicios tanto de unos como de otros. Un ejercicio de desentrañamiento de la verdad, alejado de todo maniqueísmo.

Literatura Random House
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Pero empecemos por el principio, como corresponde. Sobre los pilares de una anticipación, que al mismo tiempo funciona como hilo conductor de la novela, la autora da vida a una joven nigeriana, Ifemelu, que durante sus seis horas de estancia en una peluquería africana en Estados Unidos, previa a su inmediato, y definitivo, regreso a Nigeria, rememora su vida anterior en su país, donde ha dejado a Obinze, un sólido amor adolescente que tiene en la novela también su propio e interesante protagonismo, y los años vividos en Estados Unidos, a los que llegó como estudiante universitaria huyendo de la inestabilidad de Nigeria. Esta guía vertebral sirve de recorrido por la identidad contradictoria del país africano, sus prejuicios, la influencia demoledora de América, su obsesión por el dinero fácil y el culto a una economía corrupta, la falta de escrúpulos y valores sólidos, los vertiginosos cambios que en la década de los noventa y principios del dos mil se suceden y que enlazan con la obsesión por la emigración a los países occidentales, principalmente los anglófonos, y su influencia cultural. Y gravitando sobre todos estos temas, el color de la piel, la raza.

Como muestra de algunos de estos temas, un par de botones:

El mundo del dinero: “Lo fascinaban el manifiesto encogimiento de los casi ricos en presencia de los ricos, y de los ricos en presencia de los riquísimos, tener dinero, por lo visto, era dejarse consumir por el dinero”.

Y la raza: “A él siempre lo había desconcertado el placer que encontraba en que lo confundieran con una persona mulata”.

Pero no se acaba la novela en una sola visión, como hemos adelantado: se escrutan con lucidez los prejuicios de los propios nigerianos en Estados Unidos y los de estos con respecto a aquellos. En cuanto a los primeros, las servidumbres y complejos de los negros en América, que abarcan aspectos tan sutiles como el del acento que empleaban cuando hablaban con blancos estadounidenses y, de este modo “surgía un personaje nuevo, propenso a disculparse por todo y autodegradarse”, o las connotaciones negativas de palabras como mestizo frente a birracial, o la forma de vestir y de peinarse, o las diferencias entre afroamericanos –“los que piensan que toda africana es una reina Nubia”- y los africanos; todas esas “resbaladizas capas de significado que se le escapaban” y que expresan lo que es un choque cultural, y que tan pocos escritores han llegado a expresar con tanta claridad como Ngozie Achidie, en un logrado esfuerzo de conservación de la perspectiva que sabe conservar el humor siempre.

En cuanto a los segundos, es decir, de los prejuicios de los blancos americanos hacia los negros, sobre todo de los llegados de África, el abuso de lo políticamente correcto como compensación por sus extensos prejuicios, sus privilegios no escritos pero asumidos como incontestables, “gente radiante y adinerada que existía en la rutilante superficie de las cosas”, el característico nacionalismo de los estadounidenses progresistas, que se permiten exagerar toda clase de críticas contra Estados Unidos sin reservas, pero les disgusta oírlas en boca de otros, o incluso conceptos como el de la caridad vistos desde un ángulo posmoderno: “Ifemelu deseó de pronto y con desesperación, ser del país donde la gente daba y no de donde la gente recibía, ser una de aquellos que tenían y podían deleitarse en la elegancia de haber dado, de estar entre aquellos que podían permitirse lástima y empatía en abundancia”.

La autora se pregunta por qué la gente se empeña en que una novela trate de una sola cosa, y siendo fiel a esta premisa, desgrana en la suya otro tema, que es quizá el crucial, el que mueve los hilos de ambos protagonistas, Ifemelu y Obinze: el amor. En este sentido, podría considerarse también como un buldengsroman o novela de formación que abarca el inicio sexual, el proceso de enamoramiento, la fase de ruptura y la de la experiencia amorosa con parejas de otras culturas, de otros ámbitos sociales y de otras razas. El panorama es diverso y está narrado con frescura y perspicacia desde una mirada femenina nada complaciente y al mismo tiempo de gran eficacia narrativa por la naturalidad de su estilo, que no obvia el esfuerzo por dar valor literario a un argumento de gran riqueza. Por no hablar de la extraordinaria labor en el dibujo de sus dos protagonistas, esculpidos con detalles sutiles a través de un ojo-lupa, crítico y de gran agudeza, que muestra de manera rigurosa su interesante mundo interior y sus mutuas interferencias. Y que sabe extraer la almendra, separar el grano de la paja y hacer tangible el complejo mundo de las emociones.

Y todo ello, con humor, un humor muy elegante que aleja esta escritura de reflexiones solemnes o cáusticas: posee el punto exacto de acidez exento de amargura o sarcasmo, y al mismo tiempo derrocha libertad y definitiva liquidación de todo estereotipo. Esta joven escritora sabe distinguir la verdad de la hipocresía, lo correcto de lo erróneo, despejar las latencias ocultas del alma, los errores de percepción y los prejuicios, sin someter nada de ello a juicio sumarísimo gracias a su capacidad de distanciarse mediante el humor y a una ágil incursión en las complejidades emocionales. Verdaderamente recomendable.

Yolanda Izard

Yolanda Izard Anaya, (Béjar, 1959), escritora y crítica literaria. Ha publicado las novelas 'La mirada atenta' y 'Paisajes para evitar la noche', además de tres poemarios y una Selección de Poemas en la Transición. Colaboradora habitual del suplemento cultural de 'El Norte de Castilla', y de las revistas digitales 'Sigueleyendo', 'Granite&Rainbow' y 'Subverso'.

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