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Asli Erdogan: «Rompo las frases hasta que adquieren un significado mundano y sucio»

'El edificio de piedra' es el resultado de la lucha de la autora con el lenguaje, a partir de las experiencias de exilio, enfermedad y encarcelamiento | Foto: Carole Parodi

Asli Erdogan (Estambul, 1967) es una poeta en prosa extraordinaria. Desde hace años goza del reconocimiento internacional de la crítica y está traducida a numerosas lenguas. Por fin llega al mercado editorial en castellano de la mano de Armaenia Editorial, que publica El edificio de piedra con una encomiable traducción de Rafael Carpintero Ortega. El libro es el resultado de la lucha de la escritora con el lenguaje en un intento por confrontar tres experiencias límite que vive en primera persona: el exilio, la enfermedad grave y el encarcelamiento. Su obra es una reacción al desorden del mundo y a la violencia humana. Como consecuencia, hay un fuerte anhelo de inocencia y una aspiración mística. En el tratamiento que hace del lenguaje, en su poética aforística y precisa se percibe la influencia de su formación como física e investigadora en el CERN y esto la dota de una mirada muy poderosa.

Tu libro nos confronta con la oscuridad que habita en la naturaleza y en la condición humana.

Reúne lo mundano, lo feo y lo sucio con lo sagrado y lo profano, a veces en la misma frase. Hay dos figuras, el loco y el ángel, y ambas tienen la misma cicatriz.

A veces hay luz. Se puede sentir un anhelo de metamorfosis.

Sí, el anhelo está. En mi escritura persiste la oscuridad y la proximidad con la desesperación humana, pero de ella resulta una gran metáfora de metamorfosis. Puede sentirse en la figura del pájaro, símbolo de la huida y de la ingenuidad. Yo veo la poesía, la literatura, como fuegos artificiales en la oscuridad, tras un momento hermoso de luz la oscuridad es aún mayor.

Luchas con el lenguaje, hay tensión entre lo que no puede ser dicho y el deseo de expresarlo.

Para mí la escritura viene del trauma. Es difícil lograr que una herida hable, o cante o incluso grite, pero cuando lo hace, cuando la herida grita… el alarido es muy fuerte. Creo que el arte también nace de esa parte incontrolada. El escritor o escritora pone una semilla de la que ni siquiera es consciente, y el lector o lectora tiene que cultivarla, sólo entonces lo expresado tiene sentido. Es una colaboración, un encuentro de igual a igual, mano a mano. El arte es una metamorfosis que hacemos juntos.

Tu obra está hecha de luz y oscuridad en un sentido muy físico.

Una amiga editora me preguntó una vez si había aprendido a leer pronto, le dije que sí, que había aprendido a leer y escribir antes de los cuatro años por mi cuenta, y me contestó: “la gente como tú mira el mundo a través de las palabras”, lo cual es muy cierto porque en realidad no soy una observadora aguda con los ojos, todo viene del interior, de las palabras. Leí a Nabokov con mucha atención, es uno de los autores de los que más aprendo, él dice que el escritor tiene que ver la escena como un director de cine y saber dónde está la luz y dónde la sombra. Construyes el fondo y la gente empieza a moverse en él. He tratado de ser precisa en esos detalles. En mi trabajo, la luz y la sombra son elementos fundamentales. Mi percepción del mundo y del universo es, por supuesto, efecto de mi formación como física, y busco lo esencial y la fórmula para resolverlo todo. Miro la luz, la oscuridad, el movimiento, las simetrías, las simetrías rotas. Cuando estuve en el CERN analicé las partículas de Higgs que se basan en un mecanismo de ruptura: en un momento del universo se rompieron algunas de las simetrías y crearon determinadas partículas. Es una idea muy fascinante que de alguna manera puede percibirse en mi trabajo.

Escribes: «El ser humano, el enigma más antiguo, la materia que habla».

El universo es totalmente silencioso, quizá por eso los humanos hablamos tanto. Probablemente somos la única especie que habla con una gramática para formar historias. Una parte esencial del ser humano es contar historias, hablar sin parar. La frase que señalas la uso en un doble sentido, como sucede con la mayoría de las frases del texto, porque hablar en un contexto de interrogatorio policial es ceder, es dar información. Así que también se puede interpretar desde el punto de vista de la policía: el ser humano es materia que da información. Este es un ejemplo de lo que quería decir con lo de juntar lo mundano y lo sagrado. De hecho, hay una parte del libro en la que tomo mis frases más poéticas y las pongo deliberadamente como materia de la tortura, como un modo de llevar al límite el sentido de las palabras. Rompo las frases hasta que adquieren otro significado más mundano y sucio, las llevo a una luz muy diferente, la luz de la violencia. Entonces las frases se convierten en una locura, en una burla, en basura y desorden de la violencia humana. Esta intervención supuso un paso muy importante en mi desarrollo como escritora.

Las figuras del loco y del ángel, ¿de dónde proceden?

Me gusta la gente que vive en la calle, la observo sin hacerme notar, sin interferir. Observé a un hombre loco que me sirvió de base para el de mi relato, pero nunca he pretendido hacer un retrato realista de su mundo interior. En el edificio de piedra el hombre pierde su identidad, su pasado, su memoria. Escribí y reescribí este libro varias veces, en un período de nueve a diez años durante los cuales tuve un trauma con mi cuello y me operaron. Entonces el libro estaba a punto de publicarse, pero lo retiré, cuando lo retomé introduje la figura del ángel. Era algo arriesgado, porque no es una referencia frecuente en la literatura de Turquía. También tratar el tema de la tortura era muy arriesgado. De hecho, se me reprochó escribir en torno a una experiencia por la que yo no había pasado.

Así que escribiste el libro antes de estar en la cárcel.

Sí, sí, mucho antes, quince o diecisiete años antes. En 1999, colaboraba como columnista y una noche traté de escribir un artículo político pero la voz que salió era poética. Escribí tres, cuatro páginas de El edificio de piedra (el relato que da nombre al libro) en una hora. Simplemente escuché esta voz y la seguí. Me gustó y lo puse en mi columna en vez de escribir el nuevo artículo. Para mí era mucho más fácil publicar un cuento que un ensayo o análisis. Algunos años después decidí ampliar el relato. Y entonces se hizo cada vez más largo. Esto es alrededor de 2007, todavía diez años antes de que yo fuera a la cárcel.

Armaenia

El 16 de agosto de 2016, Asli Erdogan fue detenida en su casa y pasó cuatro meses y medio bajo prisión preventiva. Se la acusó de perturbar la unidad del estado turco y difundir propaganda terrorista, según me comenta durante la entrevista, sólo porque su nombre formaba parte del consejo asesor, más simbólico que real y en el que aparecía como asesora en literatura, del diario prokurdo Ozgur Gundem. Un diario hasta entonces legal y que fue cerrado ese mismo año tras el fallido golpe de Estado. A pesar de que un tribunal de Estambul la absolvió en febrero de 2020, vive bajo constante amenaza de ser llevada de nuevo a prisión y está exiliada en Alemania. En una entrevista que mantiene con Le Monde señala que conocía el significado de las palabras «tortura» y «prisión» desde que era niña porque su padre era militante comunista y líder del sindicato de estudiantes de la universidad y el miedo en casa a que fuera asaltado y detenido era constante. Esto le provocó a ella pesadillas relacionadas con el arresto y la tortura durante años. Con el tiempo, su padre se fue convirtiendo en una persona violenta y el ambiente familiar se fue enrareciendo, mientras que se acentuaban las diferencias entre él y su madre, él de origen caucásico y ella procedente de una familia culta de Salónica de origen judío.

Más que activista o periodista, Asli Erdogan es una poeta que capta el mundo y su violencia. El contenido político en sus relatos recoge las violaciones que se producen en el campo de los derechos humanos. Como lección aprendida del Angelus Novus benjaminiano, mira a las ruinas y escucha la voz de las víctimas; por eso su literatura es tan valiente como arriesgada:

«Los muertos me escribían, me contaban cosas que yo ya no era capaz de contar y me llamaban a un lugar al que acabaría por regresar. Me avisaban contra la vida, a causa de la cual yo había huido de la propia historia. Sabían que el futuro en el que me refugiaba no era sino narrar de nuevo el pasado, una y otra vez. Que lo que me esperaba solo era el espectro del pasado en el exilio, ese único visitante que venía a mi celda, a esa celda oscura y eterna que tenía dentro de mí… No había abierto ni uno de aquellos sobres, pero lo sabía. Lo que contenían eran ramas secas, luz de luna color dorado pálido y un último grito sin dueño». El edificio de piedra, página 22.

En cierto modo, tu libro es un augurio.

Sí, sí, el libro se cumple. Hay algo trágico en ello. Cuando lo publiqué alguien dijo que estaba escribiendo sobre cosas que no sabía, y que mi lenguaje era demasiado poético para hablar de tortura, que estaba haciendo un espectáculo literario, y que para hablar del «edificio de piedra» tenía que usar un «lenguaje de piedra». Durante años me tomé muy en serio esa crítica. Sin embargo, cuando fui a prisión descubrí que sí había sabido utilizar el lenguaje, ¡y tanto!, el mío no es un lenguaje de piedra, es un lenguaje de la memoria y por tanto muy pantanoso. La memoria, en el caso de un trauma como es estar en prisión, mezcla todo en una gran nube en la que hay pequeños destellos, colores, sombras y aristas de piedra que cortan y quieres arrancar, pero no puedes. Creo que capté el lenguaje del trauma y de la prisión sin saberlo, y me sorprendió, pero probablemente lo tomé, instintivamente, de traumas anteriores. Cuando estuve bajo custodia, que fue la parte más dura, cuando el shock era más fuerte y las condiciones eran penosas pensaba en mi libro, ¡siempre, todo el tiempo! Me dolió mucho haber escrito un libro así y luego estar en prisión. Oía los gritos, también había niños callejeros, mujeres que lloraban… Y las cosas se pusieron muy mal en mi última noche, cuando una de las mujeres intentó suicidarse.

Entonces se preguntó por qué había sido tan ingenua de imaginar un ángel.

¡Todo estaba ahí, los gritos, los llantos, los niños, pero no los ángeles! Cuando la mujer se cortó las venas tuve que informar, así que también hubo un informante allí, como en mi libro, y ese informante era yo. Tuve que informar a la policía para ponerla a salvo. Entonces me enfrenté a la ausencia del ángel y pensé que el ángel se hace presente en el momento en que percibes su ausencia, esa fue la lección de mi custodia. Hay un ángel en el momento en que ves que no hay ángeles en el mundo, pero es entonces cuando crees en ellos y entiendes mejor lo que representan. En ese momento hice las paces con mi libro.

Tuviste una relación sentimental con un africano en la Estambul de comienzos de los años 90. Creo que eso te puso sobre aviso de que en el mundo hay edificios de piedra. Supongo que no fue fácil.

Fue muy difícil, la sociedad turca de entonces no estaba nada familiarizada con los negros. Él llegó con uno de los primeros grupos de inmigrantes africanos, todos juntos no pasaban de los quinientos. Al ser pocos, formaban una comunidad muy vulnerable y se enfrentaron a muchas dificultades, a un racismo horrible y salvaje. Fui testigo de muchas cosas, como por ejemplo de los campos que se construían para ellos sobre los cuales escribí, pero nadie quería saber, nadie me creyó, nadie lo publicó. Por otro lado, la sociedad turca es muy tradicional y patriarcal y las mujeres turcas «pertenecen» a los hombres turcos. Hubo quien intentó matarme sólo porque estaba con un africano. Al final tuve que dejar Turquía, de algún modo, hui; y mi novio desapareció… En realidad, creo que El edificio de piedra es mi despedida de él, una suerte de homenaje, como un deber hacia él, a modo de duelo. Tal vez por eso el libro es tan genuino, y los que dijeron que yo no sabía de qué estaba escribiendo… ¡claro que sabía! Lo que yo no sabía es que dentro de mí hubiera tanto dolor. Cuando releí el libro pensé que realmente había un enorme dolor, y amor, y un gran sentido de culpa. Hace veintiséis años que nos separamos y todavía lo veo en mis sueños. Tengo que estar muy agradecida porque al menos por una vez en mi vida debo de haber sido amada de verdad. Sé que la muerte, gracias a la intervención del recuerdo, hace que ese amor sea algo perfecto. Este inmigrante africano al que nadie tomaba en serio y que sufrió la violencia de todos es una figura clave en mi vida, es el único regalo que la vida tenía reservado para mí.

La tuya forma parte de la literatura del trauma.

Tal vez tuve la suerte de no haber estado en la cárcel antes de escribirlo. De hecho, en cierto modo es más fácil, porque una vez pasas por la experiencia que lleva al trauma, como la tortura o la violación que también sufrí de niña cuando estudiaba en el Robert College, es tan… que ni siquiera hablas de ello para ti mismo, y cuando lo haces mientes. Por más que todo lo que cuentes sea totalmente verdadero, no llegas a la esencia de la experiencia, es muy difícil sacarla a la luz. Sí, los escritores lo hacen, esa es una de las razones por las que existe la literatura, para sacar la esencia de lo que no se puede contar en la vida cotidiana y en las conversaciones. Algunos lo consiguen tras superar la gran confrontación que supone escribir sobre ello, sobre todo si lo has vivido, porque estas experiencias son esencialmente inenarrables, uno sólo puede aproximarse a lo que es la tortura o la violación.

Es una cuestión que se hace evidente tras la Shoah.

Es imposible entender la experiencia de Auschwitz, sólo aproximarse a ella. Cuando lo hace, el escritor o escritora no va tras un galardón o las ventas; sólo se esfuerza por sacar a la luz la experiencia, y muy a menudo fracasa. He leído muchos libros escritos por supervivientes de campos de concentración, como Primo Levi, la mayoría de ellos se suicidaron. Se puede apreciar el modo en que incluso el lenguaje lucha contra la experiencia. Algunos se suicidaron tras escribir, la confrontación les superó. Uno puede preguntarse si tenían que hacerlo, si tenían que escribir. Probablemente es una elección, hay quien decide no hacerlo, que prefiere arrinconar sus recuerdos y se niega a hablar.

¿Por qué es importante la voz de la víctima?

Es una parte esencial de nuestra historia humana, si la perdemos, perdemos más significado; el vacío que percibimos tendría aún más sinsentido. Para darle un poco de sentido a nuestra historia necesitamos escuchar las voces del edificio de piedra, aunque sea doloroso e incluso fatal. Los escritores y escritoras de la Shoah fueron víctimas de la voz que intentaron escuchar y transmitir, no pretendieron estar fuera del fenómeno, sino que lo aceptaron, y una vez que estás ahí, estás ahí; tal vez incluso sin saberlo, porque el edificio de piedra siempre ha estado y sigue ahí, por más que la historia y el narrador se transformen a lo largo del tiempo. Los muros pueden ser más o menos profundos, dependen de la geografía, de la época, de si son años de dictadura, de fascismo, guerra o pandemia… El edificio de piedra, no olvidemos, lo construimos los humanos.

Dices que la metamorfosis se completa con el lector. ¿Quién te gustaría que leyera este libro?

Paul Celan, con quien siento una conexión extraña, quizá también la sienten todos los que le leen. Es el único poeta que he memorizado y cuya poesía Todesfuge, que he leído una y otra vez en todas las traducciones posibles, recité cuando estaba bajo custodia: «Negra leche del alba la bebemos por la tarde la bebemos al mediodía por la mañana la bebemos por la noche bebemos y bebemos…». No es mi poema favorito de él, pero en ese momento supe muy bien lo que quería decir.

¿Anhelas, como él, la interpretación del lector?

Soy de las personas que suplican que me lean y completen mi escritura. Si obtengo una buena reacción me siento instantáneamente feliz, y la pequeña crítica me afecta, especialmente si procede de críticos y escritores, pero su lectura es lo más valioso para mí, especialmente si han pasado por experiencias similares. Me sentí muy feliz cuando Ruth Klüger leyó mi primera novela traducida al alemán y realmente dijo cosas que nadie o yo podíamos ver y percibió mis traumas. El hecho de que no sólo fuera una gran poeta, escritora, intelectual y crítica, sino también superviviente de un campo de concentración hizo su crítica aún más valiosa, porque, de haberlas, no se le hubieran pasado por alto las trampas en mi escritura.

Aprendiste a leer por tu cuenta antes de los cuatro años. ¿Qué lecturas te formaron?

Fui una niña muy, muy solitaria y sobreviví leyendo. Un amigo de mi padre, que sabía que en mi casa escaseaba la ternura, cada semana me traía cuatro cuentos infantiles. Todos ellos tenían una edición muy bonita. Y cada semana me pedía que los terminara, si no, no me traería los otros cuatro. Así que los leía. Recuerdo que El Principito me impactó. La escena de despedida con la serpiente todavía me hace llorar. Luego descubrí las historias de Jack London, ahí encontré lo salvaje, la supervivencia en la huida. Con ambos aprendí que yo también quería volar lejos. Luego tuve en cierto modo suerte, porque di alto en el test que mide el coeficiente intelectual y de hecho pude ingresar en el Robert College, la mejor escuela de Turquía, excelente no sólo en ciencias, también con un programa literario muy bueno, tanto de literatura turca como extranjera. Leí a Shakespeare cuando tenía trece años, a Kafka con catorce. ¡Todo un privilegio para una niña de clase media en Turquía! A los dieciséis años ya había desarrollado mi propio gusto. Luego vino Dostoievski, que realmente me transformó por dentro y por fuera. En mi época universitaria leía a los rusos, a los franceses… Prefería sobre todo la literatura que va a caballo entre el siglo XIX y XX. Mi padre tenía una buena biblioteca con los libros más selectos y literatura realista y marxista que también leí. Tardé en leer literatura contemporánea, cuyas traducciones en turco eran más difíciles de encontrar, sin embargo, los clásicos estaban más disponibles y yo los disfrutaba. Lo leí todo hasta los veinticuatro años, luego me cansé. En un momento dado descubrí en mi biblioteca que todo lo que leía eran escritores hombres, blancos, europeos. Entonces empecé a buscar escritoras y leer otras fuentes, como la africana. Intenté ampliar mi visión. También he leído mucha mitología, fue un descubrimiento posterior. Especialmente la mitología egipcia y mesopotámica y también algo de griegos, pero lo que más me atrapó fue la mitología egipcia. Y antropología. Fuentes muy salvajes en realidad, tal vez suene extraño como física de formación que soy.

Las preguntas son las mismas, ¿no?

Sí, y creo que empezamos a hacerlas tras haber perdido algunas de las respuestas. Creo que hubo un tiempo en el que nuestra relación con el universo era más completa y de la cual fuimos expulsados, como de alguna manera tanto la mitología como el cristianismo, el judaísmo o el islam nos dicen. Fuimos expulsados del paraíso y así es como empezó nuestra historia, con el exilio, ese momento en que la humanidad se da cuenta de que ha perdido algo. ¡Hemos perdido las respuestas! Es entonces cuando comenzamos a narrarnos historias, para darnos respuestas. Queremos desesperadamente saber, pero, tal vez, saber no es el cauce correcto para regresar a lo sagrado.

La narración en busca de respuestas persiste.

Pero hay un elemento de imposibilidad, narrar la historia humana es algo que no puede completarse, la experiencia humana siempre se da en un marco de temporalidad. Creo que quienes vivieron en tiempos arcaicos o antiguos ya lo sintieron así y ello da origen a la mitología y a la religión… Incluso en las mitologías más arcaicas existe el sentido de haber cometido un error, una sensación de pérdida que también está muy relacionada con la experiencia de metamorfosis, porque la serpiente siempre está ahí. La serpiente es una figura muy dominante en nuestra percepción de nosotros mismos. Es un animal que puede mudar la piel y empezar de nuevo y deseamos su habilidad de metamorfosis.

Quizá perdimos las respuestas porque se quiso olvidar algo.

Probablemente, cuando echo la vista atrás a los recuerdos de la prisión entiendo que olvidar es un acto de supervivencia. Los antiguos griegos también lo sabían, olvidar y recordar van de la mano.

¿Cómo te sientes ahora que estás en tierra de acogida? ¿Cómo vives el exilio en Berlín?

Esencial y existencialmente el exilio es la principal metáfora del ser humano. Llevado al campo de la realidad, el exilio comienza con el enredo burocrático que siempre implica categorizaciones, prejuicios y maltrato de algún funcionario. Antes de ser exiliada yo misma había observado el comportamiento de los exiliados y no me gustaba, los veía reaccionarios al país de acogida, ¡tan negativos! Vivían en un país durante años sin aprender el idioma, sin ir a la calle más próxima a su domicilio, o al cine, vivían como si fueran a volver en cualquier momento a su país. ¡Y ahora yo hago lo mismo, sufro esa misma transformación negativa! Ahora me comporto de la misma manera: no hablo alemán, de hecho, mi alemán era mejor cuando llegué, y no tengo curiosidad por Berlín. Ahora sé que es una reacción humana, al principio lo aceptas, pero tardas en madurar. Quieres creer que el exilio es algo temporal, que vas a volver a casa, así que para qué molestarte. Por supuesto, esta actitud se traduce en un sentimiento difícil de llevar, y tras un año empiezas a quejarte de todo, entonces empieza a crecer en ti una total falta de aprecio. Sé que debería ser más positiva por la hospitalidad que se me ofrece, pero me siento mal, y Alemania, por más que siempre he admirado su literatura y filosofía, no es un país fácil para mí, donde además un pasaporte turco puede levantar sospechas y un pequeño empleado puede hacer que odies el país de acogida, lo cual es a la vez injusto. Creo que en Francia todo hubiera sido más fácil, porque mi literatura allí se conoce.

¿Cómo afecta la experiencia de la pandemia a la experiencia del exilio?

Hace que el exilio sea mucho más difícil. La pandemia me encerró en una ciudad que no conocía y en la que no conocía a nadie. Soy una total extraña en la ciudad, no sólo una extranjera sino una extraña. Por otro lado, la primera ola de la pandemia trajo mucha paranoia, todo el mundo estaba asustado, así que el sentido de alienación fue aún mayor. Con el encierro todo el mundo ha probado algo de lo que es el exilio como la imposibilidad de desplazarte a donde están los tuyos cuando hay una emergencia, cuando quieres visitar a esas personas, que están enfermas o mueren y no puedes estar con ellas, esta es la peor parte. Y también esa sensación de que todo el mundo te tiene miedo y tú tienes miedo de todo el mundo. Es un aislamiento total, como en prisión, en el que nos volvemos más enojados, más intolerantes, más deprimidos.

En Alemania hay un gran número de exiliados turcos.

En Berlín hay muchos exiliados turcos: académicos, periodistas, escritores, cantantes de rap, directores de cine… Todos venidos en los últimos cuatro años, una selección muy salvaje, que también muestra la amplitud de la opresión en Turquía. Alemania es el único país que ha aceptado a tantos intelectuales turcos, lo cual indica una hospitalidad, amabilidad y generosidad muy grandes. Pero, por otro lado, también es fácil sentirse olvidado y abandonado a tu suerte, porque no pueden ocuparse de nosotros durante toda nuestra vida, nadie espera eso, somos demasiados, te dan una beca de uno o dos años, y cuando se acaba… es muy difícil para nosotros y todo es muy competitivo, así que invariablemente empiezas a enfrentarte con el país que te acoge, aunque los causantes de tu situación no sean ellos. Por otro lado, la comunidad turca emigrante en Alemania también nos lo pone difícil, aquí tenemos muchos detractores. La mayoría de los emigrantes turcos en Alemania son partidarios de Erdogan. Yo no soy especialmente famosa, pero cada vez que salgo a la calle siento que puedo ser golpeada por un turco nacionalista o ultraderechista, ¡realmente nos odian! Así que esto lo hace aún más difícil. Por otro lado, debido a la enfermedad rara que padezco estoy continuamente de hospitales e intervenciones.

¿Estás escribiendo?

Esta es una pregunta muy dolorosa. No escribo mucho porque soy una escritora que se basa en el lenguaje, no soy novelista, hago escultura con el lenguaje. Como escribo en mi libro, los hechos son claros, contradictorios, vulgares…, lo que me atrae es lo que susurran entre ellos. Mi escritura pone en palabras ese susurro. Pero el exilio me ha despojado de mi lengua, que era mi verdadero hogar, aquí apenas escucho o hablo el turco con la frecuencia de la cotidianeidad. Ahora es además la lengua de mi opresor, del que me ha expulsado al exilio y quiere encarcelarme de nuevo. El turco se está convirtiendo en la lengua de la opresión, la lengua del edificio de piedra. Cada día Turquía es más autoritaria y peligrosa.


* Este libro forma parte del proyecto “Minorías”, de Armaenia Editorial, apoyado por el programa Europa Creativa de la Unión Europea.

**La entrevista forma parte de un proyecto en el que investigo el concepto de «Hospitalidad» en su amplio significado: invitación, cobijo, asilo, refugio, albergue, intercambio, acogida y responde siempre a cuestiones de identidad, reciprocidad y alteridad; pero también de violencia y expulsión. La idea del proyecto surge tras la entrevista que en 2018 mantengo con Judith Butler, en torno a la vulnerabilidad como esencia de la humano: «no hay forma de entender quiénes somos o los motivos que nos mueven si no es en relación con la manera en que somos afectados por los demás».

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

2 Comentarios

  1. Excelente entrevista , sobre todo la parte del exilio y su proceso desde niña y como el aprendizaje de la lectura a temprana edad fue su tabla de salvación por decirlo de alguna forma

  2. Magnifica entrevista. Gracias por descrubrirnos esta pequeña joya turca. Ganas de leerlo.

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