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Interior y exterior, cuerpo y ciudad

En 1966, Marta Traba, escritora e historiadora del arte, ganaba el Premio Casa de las Américas con 'Las ceremonias del verano', novela que ahora recupera la editorial Firmamento | Elisa Cabot, WikiMedia Commons

Marta Traba estructura Las ceremonias del verano en cuatro partes, siempre con el verano como telón de fondo estacional, en tanto paisaje y en cuanto contexto emocional y atmosférico. La narradora es una mujer cuyo nombre no conocemos y que se expresa, en ocasiones, en primera persona, en otras, en tercera, jugando con la mirada del interior al exterior, observándose de manera introspectiva, pero también desde fuera. Para ello, Traba conforma una novela compleja tanto en su forma como en su fondo, de cuidado estilo literario para construir un viaje a lo largo de la vida de una mujer, desde los catorce años a los cuarenta, en cuatro etapas diferentes con distintos espacios urbanos como paisaje que observar y describir, pero también para relacionarse con sus estructuras de modo sensible.

Firmamento

Cuatro partes a forma de cartografías personales y urbanísticas en las que la memoria y el olvido confluyen con un desarrollo personal, con una maduración progresiva que atiende, a su vez, a cada etapa de la vida de esa mujer. Cada ciudad actúa como espejo para reflejar un fragmento, un momento de su vida. Su imagen, tal y como se ve ella desde dentro, pero también desde fuera, tiene una correlación directa con esas ciudades: a la par que las descubre, también se encuentra con ella misma. O, mejor dicho, con una parte de ella. Traba se sumerge mediante el lenguaje en la subjetividad construida desde la objetividad, es decir, hace que su protagonista se exprese desde lo personal, lo íntimo, a través del mundo sensible que la rodea. Hay también, en este sentido, una profunda exploración del lenguaje y de su capacidad para encontrar la manera exacta, lírica y evocadora, pero también prosaica y objetiva, para expresar el interior de esa mujer a la par que construir literariamente un territorio físico que albergue sus itinerarios. Traba, por tanto, cartografía no solo esas ciudades, también lleva a cabo un paseo por esa construcción identitaria de la protagonista que va desde la adolescencia hacia una supuesta madurez.

Cada parte de Las ceremonias del verano son independientes entre sí en una novela de corte fragmentario, con elipsis entre ambos capítulos, conformando un puzle lineal para adentrarse en cuatro momentos particulares que están conectados entre sí de manera interna, pero complementarios entre sí, y que, al final, se erigen como partes esenciales de la evolución personal de la narradora. Así, en Il Trovattore la narradora es una adolescente de catorce años que habita en un pueblo de la provincia de Buenos Aires y que, debido a su voracidad lectora, vive como si su vida fuese parte de una novela, observando la realidad como si fuese una ficción o como si lo real fuese posible de manipular desde una mirada ficcional. Su vida está llena de pasión, abierta al futuro: todo está tamizado por la posibilidad de transformar lo sensible y lo íntimo para alcanzar una realidad propia, única.

En París era una fiesta, la narradora está en la capital francesa y tiene veinte años. Es muy diferente a la anterior, ha evolucionado, y, sin embargo, es sin duda alguna la consecución de aquella que hemos conocido en la primera parte. Permanece su hambre de cultura, pero también la de vedad, pues como estudiante vive con lo justo. Y aún así, es feliz. La ciudad deslumbra a la narradora de una manera bien distinta a como lo hacía la anterior argentina: lo cotidiano y lo familiar, aquello de lo que aparentemente quería escapar a la vez que transformar, deviene en esta parte en fascinación por una ciudad que es tan real como mítica: entra en juego los imaginarios de una vida tan novelada como la anterior, pero ahora con el añadido de lo leído y aprendido sobre París. Máxime cuando, en plena juventud, la narradora descubre las diferentes caras del amor en un proceso de conocimiento sobre las relaciones emocionales.

La tercera parte, La vermeeriana, tras una larga elipsis, nos sitúa a la protagonista viviendo en Roma, en particular, en una pequeña población rural. Es madre y experimenta una aparente vida placentera, al menos de forma externa. Sin embargo, se debate internamente: esa calma, esa tranquilidad, producto, por otro lado, de un aislamiento voluntario, contrasta con su creciente deseo de tener una vida más acorde con lo que hemos leído en la anterior parte. Habitar un espacio más dinámico, más ruidoso. Lo bucólico frente al bullicio urbano, la insatisfacción por una vida ordenada, previsible, que nada tiene que ver con aquello que otrora pensó que sería su vida.

Finalmente, en ¡Pase! ¡Vea! ¡Entre! al laberinto del amor…, la narradora reflexiona acerca del paso del tiempo a través del recuerdo de otros veranos del pasado, que son parte de las elipsis entre las otras tres partes, en una ciudad que, en esta ocasión, no tiene unos rasgos más o menos definitorios y asume una forma abstracta: podría ser cualquier ciudad y ninguna en particular. Frente a las otras miradas, esta está llena de una profunda melancolía, aunque no exenta, como toda la novela, de una fina ironía, cuando mira hacia el pasado desde un presente que se entiende no es del todo satisfactorio. Pero tampoco doloroso: es simplemente la visión de una mujer que, en la cuarentena, entiende que ha vivido lo que puede ser la mitad de su vida, y, por tanto, reflexiona sobre ella y sobre cómo el tiempo ha transcurrido. Lo que se hizo y lo que no. Lo que se vivió y lo que no. Lo que no se podrá recuperar, pero la felicidad por haberlo vivido.

Aunque Traba aborda cada parte desde un trabajo literario propio, las cuatro partes responden a un conjunto en el que, incluso a pesar de los cambios de personas en la narración y el punto de vista, el lector podrá reconocer en todo momento a la misma mujer, eso sí, en cada instante preciso de su vida. La escritora se mueve en los márgenes de la memoria y del olvido mediante un trabajo obsesivo con el lenguaje, con una elaborada prosa para llevar a cabo asociaciones mentales descriptivas y narrativas que pongan de relieve un proceso interno de maduración y conocimiento de la realidad. La adolescencia y el deseo, la juventud y el amor, la maternidad y las obligaciones y la madurez y el abismo vital de lo que fue y de lo que será, van dando sentido a una vida en la que las ciudades y el calor estival sofocan a una protagonista que aprende sobre las emociones, la soledad y la muerte en una obra que propone un viaje interior y exterior fascinante, complejo tanto en la forma como en el fondo.


Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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