Que a Abdulrazak Gurnah (ZanzÃbar, 1948) se le haya galardonado con el Premio Nobel de Literatura nos ha permitido, en primer lugar, recuperar ParaÃso, una de las novelas más hermosas que se publicaron en la década de los noventa. La recordábamos como una Bildungsroman, una novela de aprendizaje, en la que se reconocÃa cierto conflicto entre el islam y el animismo, y entre el mundo tanzano y el colonialismo incipiente. Los comerciantes viajaban como héroes exploradores y el protagonista habitaba en un mundo purÃsimo, tanto como para disolver tensiones que en cualquier otro relato, con cualquier otro pulso, nos habrÃan marcado a fuego. Todo esto se mantiene activo, pero la relectura implicará otras reflexiones.
Debemos situarnos en un tiempo en el que el continente africano se encontraba en pugna identitaria, sufriendo el acoso europeo, lo cual suponÃa más decadencia que progreso. Al menos más decadencia en el sentido que supone la disolución, poco a poco, de una forma de vida, de una forma de relacionarse, por mucho que esto supusiera, con frecuencia, supervivencia bravÃa. El mundo al que nos lleva Gurnah es un mundo en formación, desde el punto de vista occidental, y es un mundo que agoniza en términos narrativos. TodavÃa es la magia la que explica muchos de los sucesos, unos principios que no podemos dejar de leer como impresiones ingenuas. Ingenuo viene del latÃn ingenuus: hombre libre, no esclavo, con un linaje libre interior y por tanto noble, aunque también se emplea con el valor de natural de un lugar. Sobre ese sustrato Gurnah crea a nuestro pequeño héroe. De hecho, nada más comenzar la novela conocemos a su familia, pobre, que por no poder alimentar a un Yusuf recién ingresado a la pubertad, tienen que pedirle que se vaya de casa. El recurso lo hemos conocido toda la vida, pues está en los tradicionales cuentos de hadas. A ellos nos remite Gurnah, a ellos y a las expresiones de asombro que ahà hemos encontrado. Pero también a la descripción de Ãfrica, pues uno de los puntos fuertes del estilo del autor tanzano será la descripción de lugares fÃsicos, una especie de dirección de arte que nos mete dentro de la novela a través de su impecable ambientación.
Yusuf es un muchacho guapo y esa condición marcará sus pasos. Para saldar la deuda, los padres disponen que sirva al mercader a quien deben dinero, lejos de la familia. El protagonista se verá en la tesitura de crecer, junto a un compañero algo mayor que representa al ayudante del niño que se aventura en el exterior en los cuentos de hadas. Y se encuentra con la metamorfosis de un mundo: se extinguen los mitos, las leyendas y las razones mágicas, y se otea la amenaza de los europeos belicosos, capaces hasta de devorar metal. Las viejas supersticiones serán cambiadas por otras nuevas, antes de que la ciencia y la tecnologÃa impongan otra realidad sobre la que Gurnah parece preferir no hablar.
“Para convertirse en guerreros de verdad, tienen que cazar un león, matarlo y luego comerle el pene. Cada vez que comen un pene pueden casarse con otra mujer, y cuantos más penes comen, más importantes los considera su propia genteâ€, pertenece a lo que se diluye. “Se mudaron a Kawa porque esta ciudad prosperó gracias a que los alemanes la utilizaban como depósito mientras construÃan la lÃnea de ferrocarril que llegarÃa a las tierras altas del interior. Pero este esplendor fue flor de un dÃa, y ahora los trenes sólo se detenÃan para recoger madera y aguaâ€, es el presente. Los europeos ocupan el lugar del terror ausente. Son algo asà como el hombre del saco, el último recurso para intimidar.
De hecho, su aparición será demoledora, en el único pasaje en el que se dejan ver. Sucederá al final del viaje, pues la novela también incluye un itinerario para valientes, al que nuestro protagonista asistirá como un espectador que siente lo que sucede con todo el cuerpo. Nace en la novela un tanto indefenso, sin bagaje pÃcaro, y se verá forzado a madurar entre grupos violentos y conflictos extraños. El mundo adulto es un montón de dificultades, sin más, y es absurdo que se comporte como tal:
“Imaginaba que todos se sentÃan asÃ, como si anduviesen a tientas por un lugar en medio de la nada. Dijo que el terror que se habÃa apoderado de él no era lo mismo que el miedo. Era como si no contara con una existencia real, como si estuviera viviendo en un sueño, al borde de la extinción. Lo obligaba a preguntase qué era lo que tanto deseaban aquellas personas, capaces de superar aquel terror en busca de comercioâ€.
Como es absurda su esclavitud. Aunque este concepto parece estar bastante al fondo del mensaje de la obra. Pero en algún momento reconocemos que el hecho de que haya gente dueña de gente supone que se nos está hablando de uno de los grandes temas humanos: la libertad. Por algo la obra se titula ParaÃso. Y por algo nos recuerda -por su frescura, por su vitalidad, por su facilidad, por su optimismo, a pesar de la oscuridad, y por la exposición que nos hace de una naturaleza humana en formación- nada menos que a Robert Louis Stevenson.