La compilación de la obra completa suele ser un empeño crepuscular. Germina cuando el taller del escritor pisa el movedizo suelo del silencio y necesita emplazar sobre un pavimento asentado y visible el legado en el tiempo. No es el caso de José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957) cuyo itinerario poético, sin quiebras ni estridencias, sigue manifestando el latido vitalista de un quehacer sostenido, como constata la entrega Alta luciérnaga (2021), que busca estos dÃas un lugar propio en las estanterÃas de novedades. José Antonio Santano, Licenciado en FilologÃa Hispánica e impulsor de un quehacer poético abrigado por reconocimientos y premios en numerosos certámenes, reúne toda su producción, seleccionada en antologÃas y volcada parcialmente al francés, portugués, rumano, árabe y otros ámbitos idiomáticos.
Silencio que aglutina la poesÃa escrita entre 1994 y 2021, incorpora un análisis clarificador sobre el largo recorrido, firmado por el poeta y profesor Alfonso Berlanga Reyes. El vasto intervalo hace posible la aproximación temática y estilÃstica, los hilos comunes que enlazan la heterogénea suma de entregas y el abanico de matices que singulariza cada propuesta. En sÃntesis, el prólogo vislumbra dos tramos en la cartografÃa del autor: el primero, formado por los seis libros que afloran entre ProfecÃa de otoño (1994) y Razón de ser (2008); y una segunda etapa, de acompasada sensibilidad, que abarcarÃa desde Memorial de silencios hasta la obra inédita Sepulta plenitud. La interpretación es excelente; aunque no borra otros enfoques cómplices y enriquecedores. Sobre el perfil de la experiencia testimonial se van alzando los libros de amanecida. Después, el credo estético incorpora en su desarrollo un carácter más social que promueve una variación de credenciales de naturaleza lÃrica. En las salidas más recientes adquiere mayor peso lo reflexivo frente al intimismo, como si el caminar por el poema fuese impregnándose de despojamiento y desnudez, hasta llegar al silencio como culminación trascendida de la palabra. El denso estudio, un gran trabajo sobre la construcción fragmentaria del corpus, recorre cada epifanÃa verbal, apunta sugerencias y caracterÃsticas y añade al final del texto la bibliografÃa completa del poeta cordobés.
El conjunto permite una lectura paciente, para que vayan saliendo a la luz las secuencias creativas y las sensaciones que transmiten al lector. AsÃ, la amanecida ProfecÃa de otoño está marcada por la memoria y la evocación. Se transita por un paisaje vital asociado a los dÃas azules de la infancia, cuajado de emotividad y onirismo, como si los estratos del afuera cercano hubiesen adquirido otra dimensión, que convierte a los gestos tediosos de la rutina en ventanas de descubrimientos. Los indicios cotidianos muestran, en sus aparentes mutaciones, un universo pleno de arquitectura y simetrÃa emocional. El canto verbal se difumina en una disposición afectiva y testimonial hacia el pasado, donde habita, sin erosiones, la terquedad insomne de lo rutinario. Asà se escribe una nueva poética de la visión en la que confluyen realidad e imaginación, un onirismo desplegado que enlaza con la sinestesia cromática de la introspección.
En la estela lÃrica de José Antonio Santano el paisaje adquiere una focalización en primer plano; ya se ha hablado de ese ámbito de cercanÃa cuajado de elementos reconocibles, asociado al solar mediterráneo de la existencia. Un territorio de formas suaves que enlaza el llano y la campiña con planicies asociadas al cultivo de la vid, el olivar y los arbustos. Otras veces, la meditación sobre las tierras sureñas proyecta un territorio cultural, como sucede en el poemario Exilio en Caridemo, la denominación romana del Cabo de Gata, con lo que el lugar adquiere un sustrato mitológico, y una dimensión atemporal, con pulso y vida, asociada a lo antropológico. En Suerte de alquimia (2003) la tierra esboza su retrato real, como un mar de signos que se adapta al tiempo, en el que germina la vida cotidiana en medio de la oscura presencia de las sombras. Lo mismo sucede con Los silencios de la Cava (2015), donde se focaliza la miseria de la posguerra y la feroz lucha de supervivencia de muchas mujeres y madres, que acomodaron sus cuerpos al placer de los hombres, para sacar adelante una familia en extremas condiciones de pobreza.
El trayecto privilegia también otros veneros temáticos como los afluentes de la memoria. La evocación de voces ausentes, cuyo recuerdo impregna la existencia y deja el amargo sabor de lo irrecuperable, está en muchos poemas del autor, tanto en entregas de la etapa inicial, como La piel escrita (2000), y en el balance de madurez La voz ausente (2017), donde la poesÃa enlaza silencio y muerte en el camino, hasta perfilar que solo existe la nada, un gran manto de ausencias y de olvido. Lo mismo se clarifica en Madre lluvia (2021), una de las cimas del autor que más convulsiona.
Complemento de este incidir en la pérdida es la conciencia de temporalidad, entrelazada en algunos conjuntos textuales. El sujeto verbal adquiere en el transcurso del tiempo un perfil umbroso. Es portador de un colmado equipaje hecho de cansancio y desaliento. Al cabo, en la consumación de lo cotidiano se cumple la certeza de que toda la materia encontrará su lugar exacto en la ceniza. Todo parece inmerso en la quietud de una larga espera, como si fuese inminente un cambio, una mudanza, una larga ascesis que está ahÃ, inadvertida, bajo el amparo del silencio.
El campo verbal muestra un horizonte de perspectivas plurales. Despliega situaciones, cambia de escenario y añade elementos azarosos que acuden al poema, como si pretendiesen descubrir el orden natural que oculta su epidermis. La voz se hace poesÃa capaz de convertir en sedimento perdurable el vitalismo ensimismado del tiempo, la tensión permanente entre la voluntad expresiva del lenguaje y las singladuras existenciales. El conjunto Silencio (poesÃa 1994-2021) refrenda una poética que humaniza la figura del escritor. Dicta claves interpretativas que se manifiestan entre el legado figurativo y la modernidad del pensamiento. Establece en su proceso creador puentes con la tradición, siempre entendida como concepto vertebrador. José Antonio Santano aporta una retina renovada y fuerte, en la que dialogan sincretismo, pulimiento en el tejido formal, y verbo ético. Personifica una tenacidad de savia y raÃz, de árbol firme que mantiene en pie su fronda de verdad y belleza en el paisaje lÃrico contemporáneo.