Alejandro López Pomares | Foto: Desireé Insa

El mundo entero era un ruido

El último poemario de Alejandro López Pomares hurga en los murmullos que determinan nuestra percepción del entorno

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Alejandro López Pomares | Foto: Desireé Insa

Elevar el objeto cotidiano a lo sublime, encontrar la representación del pulso en el detalle. Todo cuanto nos rodea es tiempo, todo objeto es un debate sobre el instante: «La puerta descansa / ahogando la luz de los focos» (Fuga nº 1). En esta entrega, Alejandro López Pomares (Orihuela, España, 1983) bascula entre la proximidad y la razón intelectual que se interpelan conscientemente visibilizando un íntimo espectro de la realidad que se desplaza sobre sí misma.

Así, el poeta sabe que el lenguaje es una obra mínima sobre la grandeza de lo que le observa: «Pero contiene el suelo mi huella / por la vida que le va en ello, /por la mella que le dejó el tiempo /al soltarse de mi mano» (El manto del tiempo). Los nudos del presente se hacen cíclicos desde una observación aguda en la radicalidad del ahora. Somos eso que nos dice estar vivos, somos eso que nos dice que solo seremos mencionados en lo ajeno: «[…] gris y nada / bajo el ruido del viento» (Vulnerable).

Ars Poética

El poder de la poesía es el poder que nosotros le otorguemos para ver sobre la realidad y a través de ella; como argumentaba el cineasta Federico Fellini, el arte desarrolla un poder en cierta manera mezquino porque consiste en vivir para poder contar a los otros nuestra visión de las cosas. Nos inclinamos hacia el abismo, perdiendo todo el miedo que nos provoca la vida. Tenemos la posibilidad de abrazar una inmensidad desconocida y darle un nombre, un sentido silencioso, una cadencia inexplicable o un ruido que nos perturbe intensamente y tambalee la idea que tenemos del mundo: «Y le pregunté a tu recuerdo en la pantalla si el tiempo /cambiaría /ayer fue ayer y hoy ya es ayer y mañana» (Principio y fin de tus contornos).

Recordar que el contenido de verdad en los paisajes sonoros que escuchamos es muy limitado, nos permite pensar libremente en un viaje mental más que en el reflejo de una realidad inaprensible (Jose Manuel Costa, 2015, 61). El espacio, en este caso, es un espacio resonante, un latido que sienten las palabras. En La soledad tras el ruido de fondo hay cierta poesía fonética que nos hace experimentar la lentitud del tiempo en algunos momentos vitales: «Â¿Cómo voy a reconocer mi rostro /si hace tanto /t-a-n-t-o tiempo /que me busco a oscuras en la otra mitad /de la foto?» (Auto retrato). Hablamos de una imagen incorpórea con un grado de verosimilitud que se equilibra con lo surrealista. Cada verso es un alto exponente de este color y forma de la escucha, de este pensar y caminar que nada tienen que ver con lo convencional pero que parten de lo cotidiano. Podemos apreciar una versatilidad en los ritmos, en la personalidad que adquieren algunas evocaciones; cómo resuenan los zumbidos de la tierra y cómo laten a nuestro alrededor: «La puerta chirría /aun cerrada /y miro la luna pasar» (Fuga nº 1).

Abierto queda este debate sobre lo sustancial de la vivencia obedeciendo a un tipo de pensamiento que se experimenta a medida que crece. Recuerda sutilmente a una poética de la sensación sobre la realidad que aparece en El libro del desasosiego (1982) de Fernando Pessoa y a la que aluden algunos autores (Giménez, 2016); en tanto que encontramos unidades complejas de sensaciones que son inacabadas y potencialmente apelan al lector para acabar de otorgarles un sentido específico.

Estos retazos de conciencia en construcción son un elemento caracterizador de la escritura de Alejandro López Pomares. Los registros de lo fugaz, la relación entre lo sagrado y lo mundano, no son ni excluyentes de un ritmo intencional que se parece mucho al ritmo de la experiencia y al ritmo de la búsqueda de sentido. Su lectura nos sume en un sentir la inmaterialidad del tiempo, abrazándola: «Se escuchan las pisadas /mientras una bombilla parpadea /un pasillo abandonado y la foto de alguien /tu incertidumbre y la mía pasean agarradas de la mano» (Esta pequeña habitación y sus cuatro paredes).

Cleofé Campuzano

Cleofé Campuzano Marco (Archena, 1986), poeta, educadora social y gestora cultural. Ha participado en revistas de poesía y espacios literarios como La Galla Ciencia, Empireuma, El coloquio de los perros, Círculo de Poesía, Oculta Lit, El cuaderno, entre otros. 'El ocho de las abejas' (Devenir, 2018) es su primer libro publicado hasta la fecha.

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