«Arbres de mongetes», de Barbara Kingsolver

Arbres de mongetes. Barbara Kingsolver
Traducción en catalán de Joan Puntí
La Galera (Barcelona, 2010)

Después de haber vendido millones de ejemplares en una treintena de países y con varios premios literarios a su espalda, Arbres de mongetes (The bean trees, 1985) se ha convertido en clásica lectura obligatoria de la enseñanza secundaria norteamericana. El argumento es sencillo: su protagonista, Marietta Greer, decide llamarse Taylor y abandonar el hogar materno en busca de oportunidades fuera de su Kentucky natal. Sus dos mayores temores son quedarse embarazada e hinchar neumáticos. Pero todos sus planes se trastocan cuando alguien deja en su coche una niña de dos años y, resuelta a encontrar un trabajo que le sustente, termina de ayudante en un taller de automóviles.

Desde un principio, la lectura de Arbres de mongetes me instaló en una enmarañada dicotomía cavilativa de la que no conseguí salir ni después de haberla terminado. Resumiendo, diría que me ha resultado algo peliagudo combinar mi valoración (siempre subjetiva y discutible, está claro) con las opiniones y datos ajenos con que me he cruzado por el camino. Es por ello que intentaré establecer una dialéctica más o menos equilibrada entre ambos elementos.

Con una trama sencilla, libre de giros inesperados y escasos juegos metaliterarios, tal vez el eco que más resuena es el de Holden Caufield, el joven protagonista de The Catcher in the Rye (también lectura obligatoria en los institutos), por si la huida de Taylor tiene algo de viaje iniciático. Sin embargo, si así fuera, su evolución como personaje es indirectamente proporcional a la crueldad, la violencia y las injusticias de la sociedad en que se ve sumergida página tras página. Acaso sea la rapidez con que se suceden los acontecimientos lo que no deja lugar a la existencia de personajes redondos en la novela, construidos rápidamente para ser consumidos aún más deprisa.

Ello se contrarresta -puede que como causa indirecta- con un ritmo rápido de la acción que mantiene al lector ávido en la voluntad de seguir leyendo, cosa de la que no todas las novelas pueden presumir. Pero la habilidad de la autora de situar al que lee dentro de la piel de la protagonista y enternecerle o indignarle es otro de los mayores méritos del libro. Se identifica y sufre con ella desarrollando en el lector un peculiar instinto protector que desea que a Taylor le salgan bien las cosas. Se verá recompensado.

Barbara Kingsolver (Foto: La Galera)

Taylor es una locuaz narradora en primera persona que, a pesar de que en algunos capítulos goza de una dudosa omnisciencia, tiene un registro lingüístico bastante apropiado al que se espera. Se agradece que la novela se construya a partir de diálogos, aunque son, en general, ingenuos, llanos, a veces artificiosos y desprovistos de fuerza y personalidad, lo cual repercute en el estilo general de la autora. Este es un elemento que se echa en falta: una marca de la casa como valor añadido -si no la razón de ser- para que los más exigentes puedan colgar al libro la etiqueta de “extraordinaria calidad literaria”.

Arbres de mongetes es, con todo, una buena oportunidad para comprender el funcionamiento de la Norteamérica de los últimos decenios. Al mismo tiempo, es un libro perfecto para el lector juvenil no sólo por la espontaneidad de la narración misma, sino por los valores (fácilmente asimilables) que se desprenden de ella. Se demuestra que el concepto de familia va más allá de la sangre y adquiere varios matices cuando nuevas personas acaban configurando el sentido de la propia cotidianeidad. Si bien se pasa de puntillas por las introspecciones y emociones de los personajes, la capacidad de resiliencia que hace resurgir y tirar adelante la protagonista después de cada bache es una lección que por sí sola ya da sentido al texto. Junto a ésta, la ternura es el sentimiento por excelencia que tiñe la novela. Ante ella, al lector sólo le queda enmudecer, observar su alrededor y reflexionar acerca de lo esencial y lo superfluo.

Diana Argelich

Diana Argelich

Diana Argelich i Isern (Barcelona, 1985), licenciada en Humanidades y Máster en Gestión del Patrimonio Cultural, compagina a diario su labor en el Museu Olímpic i de l’Esport con la colaboración en la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona. También es coguionista del programa de televisión Filmets, redactora semanal en www.waaau.com y traductora. Anteriormente trabajó en el Área de Cultura del Instituto Cervantes de Roma, en diversas instituciones patrimoniales y en la agencia de comunicación Llorente & Cuenca.

3 Comentarios

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Pecados Veniales, por Marina Sanmartín

Next Story

«El despertar de los muertos», de Gareth Wood

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield