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Del costumbrismo sobrenatural al sonambulismo colectivo

'La muerte del sol' de Yan Lianke, 'Ocultos' de Laura Pérez y 'Constelaciones familiares' de Ana Llurba son tres propuestas que trazan un recorrido entre lo extraño y lo cotidiano | Foto: Pixabay

Que se está acabando uno de los años más raros que hemos vivido los aquí presentes es algo que vamos a escuchar y leer hasta la saciedad. Luego vendrá 2021 y nos llevaremos la no-tan-sorpresa de que era prematuro decir aquello de “esto no puede ir a peor”, pero no seamos egoístas y permitámonos reservar un poco de desesperación para dentro de unas semanas. Eso sí: vivamos estos momentos raros leyendo libros raros. Porque algunos editores están haciendo de la necesidad virtud y aprovechan tan insólitos tiempos para recordarnos que siempre ha habido un pequeño y humilde espacio para lo extraño y lo inusitado entre las páginas de muchas obras que, como decía aquél, acabarán siendo trasladadas desde las estanterías de género a las de costumbrismo y actualidad.

Se llegue a la ficción especulativa y géneros limítrofes a partir de esta triste excusa que nos brinda la época, sumándose a la tendencia de un público que en los últimos años ha abrazado la popularización de lo friki o por ser un asiduo a estas narrativas desde los años mozos -todos motivos válidos-, el lector cuenta con un abanico de editoriales cuyos catálogos pueden satisfacer sus necesidades de ciencia ficción, fantasía o terror de forma continua e ininterrumpida durante años y años, sumando a los grandes clásicos las novedades que nos van trayendo con una encomiable regularidad que ha sido capaz de resistir en muchos casos el guantazo económico de pandemia. Y aunque son muchas editoriales y trataremos de hacer un hueco a todas ellas en esta humilde sección, Aristas Martínez es una de las primeras que viene a mi mente con un catálogo de libros inclasificables y a cada cual más distinto al anterior pero que, sin embargo, y como sucede con la ecléctica carrera de algunos directores de cine, contiene obras sin nexo alguno entre ellas pero cuya firma es perfectamente reconocible con tan sólo ver uno de sus fotogramas.

Aristas Martínez

Junto a Baba Yagá, escrita por María Zaragoza e ilustrada por El Rubencio, una de sus últimas novedades ha sido Constelaciones familiares, una recopilación de relatos de Ana Llurba. Habrá quien conozca a la autora argentina por su anterior obra, La puerta en el cielo (también publicada por Aristas en 2018), y en ese caso sabrá qué tipo de universos le esperan a la vuelta de cada título. En aquella novela Llurba nos presentaba un relato en que su protagonista, Estrella, se colaba por el sumidero de una secta cristiana ufológica -busquen, busquen, que esa especie de quimera de la religiosidad existe- y nos transportaba por un descenso a los infiernos donde se producía una mezcla febril entre la creencia en un más allá, la sexualidad, la adolescencia y la oscura monstruosidad que se esconde tras la fachada de todo ser humano.

Constelaciones familiares continúa en gran medida el legado de los personajes y situaciones de la anterior obra y nos presenta un conjunto de trece relatos muy distintos entre sí pero que, a excepción de Lo más parecido a la felicidad -que juguetea más con la ciencia ficción con un tono que respira a César Aira, uno de los maestros espirituales de Llurba junto a plumas del calibre de Lorrie Moore, Donald Barthelme, Amy Hempel o George Saunders-, decía, que me pierdo, que a excepción de ese relato en clave de inteligencia artificial emocional, el resto discurre en lo que podríamos denominar costumbrismo sobrenatural donde el mito, lo ancestral y lo moderno se dan de la mano para construir situaciones y personajes que no sólo se mantienen impertérritos ante aquello que se esconde tras la superficie de una realidad aparentemente normal, sino que lo abrazan como una experiencia extraña, sí, pero no especialmente extraordinaria.

De esta forma, abundan en las páginas de estos relatos personajes que se ven subyugados por poderes y seres atávicos capaces de sortear barreras como la muerte, que se transfiguran en criaturas habituales en nuestras peores pesadillas o que participan en rituales de inefables resultados. Mundos apocalípticos que se dan de la mano con crónicas vampíricas, sectas de todo pelaje, ritos vudú o trasuntos de personajes mitológicos a través de la sexualidad, el deseo, lo femenino y una continua sensación de que, aunque acostumbremos a mirar hacia otro lado, conocemos muy bien esos espacios liminales. ¿Recuerdan el principio de Terciopelo azul donde, tras un conjunto de estampas idílicas, nos vamos adentrando más y más en la hierba y, poco a poco, aparecen las hormigas y esa oreja cortada? Lynch pretendía -o eso suponemos, que ya conocen al artista- que entendiéramos que debajo de cualquier realidad bucólica existe un lado oscuro connatural a la misma. Y eso mismo hace Ana Llurba con nuestro punto de vista en sus relatos, llevándonos con una naturalidad pasmosa desde lo que consideramos normal hasta lo inquietantemente raro. En este sentido, y si aceptan una recomendación de buen maridaje de lecturas, la experiencia de Constelaciones familiares debería ir acompañada del disfrute de una obra análoga y hasta cierto punto hermana de la mencionada: Ocultos de Laura Pérez, publicada por Astiberri. En estos relatos en viñetas respiraremos la misma atmósfera de cotidianidad extraña donde lo antiguo parece mezclarse con lo moderno sin que exista ninguna frontera ontológica entre lo real, lo imaginado, lo soñado y lo alucinado. Unas imágenes cautivadoras que casan a la perfección con las evocadas por los relatos de Llurba.

‘Ocultos’ | Laura Pérez | Astiberri

Y de lo soñado a los soñadores, porque Automática Editorial ha publicado La muerte del solde Yan Lianke, ese autor chino capaz de plasmar en sus obras la verdadera realidad -eso dicen- de una China que, como consecuencia, ha censurado una tercera parte de las obras de este ilustre escritor. Dicen que Lianke, de familia campesina, recurrió a la escritura con el objetivo de abandonar ese pasado y ganar dinero y fama. Irónicamente, o no tanto, el autor vuelve a sus orígenes una y otra vez para hablar de la pobreza de la que huyó o de las aldeas que quiso dejar de pisar. Ahí están El sueño de la aldea Ding, Los besos de Lenin, Crónica de una explosión o Días, meses, años como ejemplo de novelas sobre el origen que, por cierto, aparecen en las páginas de La muerte del sol con títulos modificados a la voluntad de la pobre mente del personaje protagonista.

Automática Editorial

La muerte del sol no se sale ni un ápice de esta propuesta y nos traslada a un pueblecito de la sierra de Balou donde vive Niannian, nuestro joven narrador, junto a sus padres, encargados de una pequeña tienda de artículos fúnebres. Un negocio que, muy a su pesar, se verá desbordado de trabajo ante los acontecimientos que se producirán durante la noche y madrugada que dura la historia. Porque lo que arrancará como un conjunto aislado de casos de sonambulismo con consecuencias más o menos caricaturescas -aunque con alguna muerte de por medio- se convertirá con el paso de las horas en una auténtica epidemia en la que todos, o casi todos, caerán de una forma y otra. El sonambulismo se tornará de esta forma en un catalizador para explicarnos que si somos seres civilizados es sólo gracias a lo que retenemos, a lo que no hacemos, a lo que no contamos.

Tan peculiar propuesta nos pueden recordar a algunas de las historias más fantásticas de Saramago, donde la parte mágica del relato no era más que un preludio para zambullirse en los actos y consecuencias en sus protagonistas. Una fórmula que replica Lianke, también personaje de esta novela, para hablarnos de los lazos que unen a los habitantes de una aldea. Porque La muerte del sol no trata tanto del misterioso sonambulismo colectivo que se produce ni del extraño fenómeno meteorológico que evita que salga el sol a la hora habitual a la mañana siguiente como de las consecuencias que provoca. Unas consecuencias que están muy ligadas al pasado de los personajes, sus roles y relaciones, y que iremos conociendo a medida que vayamos siguiendo las aventuras y desventuras de Niannian y su madre, o sobre todo, de su padre. Así lo dice el propio Lianke -el personaje, no el autor- en una conversación con el joven protagonista:

«Niannian, por favor te lo pido, cuéntame la historia de tu familia. De tu padre, tu madre y tu tío, que llevan toda la vida aquí, tratando de asuntos de vivos y muertos. Me gustaría escribir un libro sobre la vida y la muerte en este lugar. Es posible que, además de gustarte a ti, un libro así guste también al resto de vecinos que sepan leer. Anda, cuéntamelo. Háblame de tu padre, tu madre y tu tío».

Porque de eso es de lo que realmente trata esta novela que, con la excusa de lo extraño, lo sobrenatural o como queramos llamarlo, lo que nos quiere explicar es algo tan sencillo como la historia de una familia para la que la muerte es su modo de vida. Una familia que vende coronas de flores y papel dorado a la sombra de un tío que no deja de lucrarse con su crematorio. Y, sobre todo, La muerte del sol nos habla del ser más insignificante de todos, ese padre insulso que siempre agacha la cabeza y que vive redimiéndose de unos pecados que le perseguirán hasta el final. Un hombre que, de alguna forma, acabará cumpliendo sus sueños -¿despierto o dormido?- y nos demostrará que, aunque cada vez se nos haga más difícil creerlo, existen personas cuyos anhelos no pasan por el peaje de la desgracia ajena.

Jose Valenzuela

Nacido en Terrassa, Jose Valenzuela es ingeniero, doctor en humanidades y papá de Llucia. Ha trabajado en laboratorios de física de nanomateriales o de realidad virtual, en departamentos de innovación biomédica y en agencias creativas. Apasionado de la narrativa en todas sus formas y del estudio de la mente humana, actualmente divide su tiempo entre su trabajo en neurociencia en el Brainlab de la Universidad de Barcelona, la docencia online y escribiendo en Jot Down Magazine y otros medios culturales.

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