Hace cuatro años aterrizó Daniel DÃez Carpintero (Madrid, 1979) en las librerÃas con un magnÃfico libro de relatos, El mosquito de Nueva York, al que ahora sucede este Nunca se sacia el ojo de ver, para confirmar que ese talento que elogiamos no fue una casualidad. De nuevo con las palabras justas y la expresión acertada, con una buena pegada, pero sin intentar aturdir, de nuevo con ritmo acertado y con la decantación de historias fruto de una gran capacidad de observación, nos deleitamos con los relatos y nos reconciliamos con la distancia corta. Subrayemos un ejemplo, una frase que encontramos nada más empezar el libro: “En la incoherencia entre los pechos enormes y la menudez de lagartija estaba ese quedarse sin aliento -ese puñetazo en el esternón- que producen los seres no bellos sino insólitosâ€. Ahà está la paradoja, la ironÃa, la observación vertida tanto hacia el exterior como hacia el mundo emocional, y la conclusión sorprendente.
Para que un autor de cuentos encuentre voz propia, será fundamental la mirada, elegir bien la mirada, saber situar el punto de vista y acertar con el tono de la prosa, con la forma en que propondrá cabalgar al lector sobre lo que cuenta. DÃez Carpintero parte de la pregunta ¿qué somos? ¿Resulta demasiado convencional? La pregunta sÃ, el acento en que la plantea no tanto. Nos lleva al filo de la locura, pues los relatos son, básicamente retratos en los que vemos a un personaje que es consecuencia de todo el pasado que tiene por detrás. Y a muchos de ellos les atoran los problemas económicos. Pero esta situación será parte de la contribución a la caricatura, a una caricatura que, y este es el planteamiento que a nosotros nos sorprende y al autor le dignifica, es real, es parte de un mundo tan posible y tan probable como el que habitamos. Uno no puede dejar de preguntarse cuánto de humanidad hay en las caricaturas. Y de concluir que son una estrategia para revelar la esencia de lo que somos, pudiendo expresarnos con una libertad de la que carecemos al pretender la pura fidelidad al original.
Entramos a la obra acompañando a un profesor de filosofÃa, que es un viejo verde, que acepta la visita de una joven pareja de religiosos sólo para imaginar el sexo con la muchacha. La combinación de sexo y religión, de deseo carnal y deseo espiritual, es una especie de revuelta contra la soledad. Y la soledad será una de las caracterÃsticas de nuestros personajes, pues hablamos de adultos solos o a los que acompaña un niño, en alguna ocasión, que será un acicate para volver a recordarnos que estamos solos. Y en la soledad es donde suben el volumen las perturbaciones, sobre todo en la soledad del adulto, y no digamos en la del anciano. DÃez Carpintero afronta el tema del miedo colocando a los personajes frente a la incertidumbre. Lidiar con ella es una tarea de Hércules, a no ser que aceptemos que las incertidumbres no se resuelven, que las incertidumbres son las gotas del océano en el que nadamos todos los dÃas. Aunque la mayor incertidumbre, tal vez, surja de la convivencia con uno mismo. Los otros, en realidad, son mera parte de la incomodidad; o puede que una de nuestras mayores limitaciones sea la de no ver nada más que la incomodidad en la presencia de los demás.
El hombre asustado llegará a preguntarse qué hacer, porque debe hacer algo, lo que sea, y llegará a discurrir una barbaridad. Y, lo que es más grave, llegará a ejecutarla para asà sentirse dueño de su destino. Como sucede en alguno de los relatos. Aunque DÃez Carpintero también es capaz de construir un cuento a partir de una expectativa, pues preguntarse quién va a venir y si yo seré lo bastante bueno como para soportarlo, es otra de las incertidumbres con que topamos con frecuencia. El problema, nos viene a sugerir, es que la imagen que tenemos de nosotros mismos es también una construcción social. Y necesitamos sentir que somos alguien. Lo más frecuente, el intento de sanación más frecuente, es el recurso al sueño. Sueña el pobre con ser rico y, en cuanto puede, deja que ese sueño se cumpla durante un pequeño rato.
Y asà llegamos al final de un libro que vuelve a dejarnos satisfechos, como en muy pocas ocasiones nos sentimos, y con el deseo de que esta fiesta en la que la realidad se deforma con franqueza siga llegándonos. A ser posible con más frecuencia.