Las citas, propias y ajenas, que componen El libro contra la muerte (Galaxia Gutenberg, 2017; Edición al cuidado de Ignacio EchevarrÃa), suponen un collage de reliquias confusas que reconfiguran vestigios de un mundo perdido:
“Uno no deja nada. Sólo frases mal escritas y peor comprendidas†(1993).
El escritor y pensador en lengua alemana Elias Canetti, (Ruse, Bulgaria, 1905-Zúrich, Suiza, 1994) hace acopio de los restos con la esperanza de reconstruir un pasado que intuye irrecuperable:
“Tengo cada vez más claro que sólo podré escribir el libro sobre la muerte si estoy seguro de no publicarlo en vida†(1987).
Lúcido, reconstruye reminiscencias en una suerte de autobiografÃa episódica que es, al mismo tiempo, recorrido por la historia universal de las ideas.
“La dignidad de los deudos depende de cómo murió el difunto†(1984).
DirÃase que Canetti excava en el cementerio de su erudición hasta encontrar cadáveres exquisitos: “Has vivido más tiempo que Kafka, que Proust, que Musil (…) ¿A qué te obliga tan monstruosa injusticia?†(1981). Exhuma el archivo soterrado de una rebelión contra la destrucción: reúne lo disperso (“Nada, no hay nada, y tampoco te tranquiliza el hecho de que digas nadaâ€; 1978); recompone lo disgregado (“Ahora es un trozo de tierra, pero lo sobrevuelan sus pájarosâ€; 1975); sigue al pie de la letra la prescripción de Baudelaire para el poeta-trapero: cataloga y clasifica el detritus, mientras se aplica a su método emotivo.
“¿Por qué te rebelas contra la idea de que la muerte está ya presente en los vivos? (…) Porque tengo que atacarla†(1973)
Dietario inmisericorde, donde restaurar significa recuperar el paraÃso. Conocer lo efÃmero. Fabricar ruinas. El autor de Masa y poder (1960) garabatea sus percepciones en trozos de papel, pensamientos hechos jirones (“El máximo esfuerzo de la vida consiste en no habituarse a la muerteâ€; 1967), prescindibles formularios (“Su egolatrÃa, su tumbaâ€; 1964), talonario de recetas recogidas de la basura de lo cultural (“Combatir la muerte, sin tenerla todo el tiempo en la boca. En una palabra: valor y justiciaâ€; “1961â€). ElegÃa por la idiosincrasia de lo que elude nuestra sociedad de producción masiva, Contra la muerte explora cultivos de biblioteca, reduce tesis enteras a anotaciones abreviadas.
Traducen del alemán Juan José del Solar y Adan Kovacsics recreativas miniaturas, microuniversos de productos arcanos, compartimentados, almacenados en corsés de conocimiento, prótesis de significado.
“He decidido arrostrar la guerra (…) sin matar yo mismo (…) destruir su hechizo, echar a sus sacerdotes†(1957).
Para el novelista de Auto de fe (1936), el subterfugio es una forma de desenterrar significados ilÃcitos:
“Un moribundo inmortal… ¿Qué si no es Jesucristo?†(1953).
Se desencadena una rebelión para abolir el olvido. Se tiende alrededor de ella una telaraña de referencias, un palimpsesto de capas superpuestas. Exiliado en su propia mente, Canetti logra evocar lo desaparecido. Fascinada por los espejos del laberinto, la muerte yerra el camino.
“Dios, que no existe, testimoniará en mi favor (…): ni soy un amante, ni un cristiano, ni un artista, pero no reconozco la muerte, y eso es todo†(1951).
El propósito del Premio Nobel de 1981 parece ser retener el pasado: ser archivo itinerante, indexación de una experiencia colectiva, preservación de las huellas borrosas de un mundo evanescente. El resultado es una epopeya del otro lado del telescopio, donde la fragmentación implosiona de forma trágica. Ningún pensamiento pasa de incógnito. La literatura tiende trampas a medida que se desliza como una fugitiva a través de la barrera entre el sueño y la vigilia. Estas sobras dan testimonio de la nobleza de una empresa: la batalla de una mente contra la muerte de la cultura que, en el proceso, se olvida de defenderse de su propia extinción.