No lean este libro buscando emociones. Supone el recuento de una vida que, como todas, transcurre en el ámbito privado. Sus caracterÃsticas, las de todas las existencias: rutina, ordinario discurrir de acontecimientos anodinos. Hay, al igual que en toda biografÃa, alegrÃa en la dulzura, sensaciones (bajo control), bondad, domesticidad, pero también historias en hilarantes detalles. Conoce el autor su época, es consciente de su lugar en ella. Continúa, sin embargo, su recuento detallado:
“No hay en un libro nada bueno ni malo que el ser humano, con su gran entendimiento, no acabe encontrandoâ€.
Se suceden las entradas del diario, desprovistas de contexto: tomadas todas juntas, forman un ensayo impresionista de reflexiones a cargo de una mente idiosincrásica, viva, abierta al mundo:
“Un loco y un inútil son poco regalo de la providencia para un paÃsâ€.
A pesar de la recopilación heterogénea, el volumen se lee como un todo coherente.
La diáfana sintaxis de su autor y su voz singular se despliegan en microensayos sobre temas tan diversos como el arte, la literatura o la lingüÃstica: no en vano Georg Christoph Lichtenberg (1742 Darmstadt, 1799 Göttingen) siempre parece estar escribiendo sus memorias. El tercer volumen de sus Cuadernos, letra F, recién publicado por Hermida editores, en traducción de Carlos Fortea, es un hogar de sabidurÃas aforÃsticas acerca de hechos aleatorios. Se celebra aquà el matrimonio siempre legible entre lo accidentado y lo banal:
“Experiencia, no leer y oÃr, es la cosa. No está claro si una idea llega al alma por el ojo o por el oÃdoâ€.
Encuentros con la aristocracia de la cultura se asientan junto a torpezas y revelaciones. DifÃcil no leer estas crónicas de lo consuetudinario sin escuchar la voz del matemático alemán en nuestro oÃdo: como un amigo, nos acompaña mientras busca placer en lo aburrido o se enfrenta, como cualquiera de nosotros, a las comunes derrotas, en escritos que son miscelánea de charlas, prefacios, notas programáticas para una historia personal de la literatura, elogios y pullas para autores muertos hace tiempo y otras piezas fugitivas:
“Si otra generación se viera en la tesitura de reconstruir al ser humano a partir de nuestros sensibles escritos, creerÃa que éste fue un corazón dotado de testÃculosâ€.
Conforme avanza el discurso, Lichtenberg intenta poner en orden el caos de la existencia. Al ordenar sus documentos, teme que los dÃas de lectura y toma de apuntes hayan quedado en nada o, en el mejor de los casos, en un ejercicio de “autocorrección con autolavativaâ€. Nada más inapropiado para el naturalista que una lista de exageraciones. No en vano, ha pasado a la posteridad por su modestia e ironÃa, por sus observaciones puntuales, poco explÃcitas, por ese agudo, en definitiva, sentido de la frustración que permea cuanto escribe: ambiciones incumplidas, pasiones a tientas. Nada grandioso, ampuloso o sobrecalentado. La ostentación no es, ciertamente, del gusto del autor:
“Ahà está él, hurgando en la insignificancia de los tiemposâ€.
Solemos leer libros como si fueran una versión pública de nuestro yo más Ãntimo. Estos Cuadernos transcienden el prejuicio de lo privado para revelar lo quejumbroso de la identidad; escritos al final del dÃa, consiguen apuntalar lo desprotegido de nuestro devenir. El aforista no desea aburrir al lector con una lista de afecciones y molestias:
“En el mundo se encuentra más a menudo enseñanza que consueloâ€.
Es prolÃfico, pero nunca descuidado. Sus apotegmas son invariablemente lúcidos. Consciente de que “la mucha lectura nos ha traÃdo una barbarie eruditaâ€, las entradas son cortas, apenas gags, haces de luz para el fermento de lo cotidiano. ¿Deseamos más acción? Su vida es común, no dramática:
“Hay dos clases de fanfarrones: el positivo y vistoso y el negativo y escurridizo; ambos tienen la misma dudosa finalidad; que el último sea capaz de engañar a veces a gente honrada viene, entre otras cosas, de que aún no ha aprendido a calcular en cuestiones moralesâ€.