Georges Perec | Foto: Perlstein | Editorial Impedimenta

Georges Perec, la pasión por la amistad

El oulipiano siempre consideró que eran sus amigos tanto los escritores clásicos como sus contemporáneos

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Georges Perec | Foto: Perlstein | Editorial Impedimenta

Georges Perec amaba los gatos, las novelas de Julio Verne, el Jazz, la pasta fresca, el cine americano, caminar por París, los trenes, los crucigramas, la plancha que le regaló su amigo Harry Mathews, Bouvard y Pecuchet, los ataques de risa, los puzzles, las enumeraciones. Pero, por encima de todo, amaba a sus amigos.

Eso es lo que contó su viejo amigo Marcel Benabou en una conferencia que dio hace un tiempo con ocasión de la exposición Especies de espacios en el MACBA de Barcelona. Benabou empezó su charla abordando directamente el tema de la amistad:

«Quisiera retomar enseguida lo que me parece ser la característica más llamativa, la característica más central de Perec: su extraordinaria apertura a los demás y su sentido de la acogida, que se reflejaban en su vida cotidiana por un verdadero culto a la amistad».

Marcel Benabou y Georges Perec se conocieron en 1959 cuando, junto a otros jóvenes, decidieron fundar una revista de estética marxista, La ligne générale. La revista nunca vio la luz, solamente se publicaron una docena de artículos en revistas afines, pero tuvo el mérito de consolidar un grupo de amigos que acompañaron a Perec durante toda su vida: Roger Kleman, Marcel Benabou, Claude Burgelin, Jean Crubellier (que daría su nombre al barco a vapor “Commandant-Crubellier” de Las cosas y a la calle “Simon-Crubellier” del inmueble de La vida instrucciones de uso, ¡qué suerte!), Pierre Getzler y su más viejo amigo Jacques Lederer.

Todos estos amigos acudían sin previo aviso a las reuniones semanales que Georges y su pareja Paulette organizaban en su apartamento de la rue du Bac, cada martes a partir de las cinco de la tarde.  Se instauró una divertida tradición: «los martes de la rue du Bac». El Sr. y la Sra. Perec recibían en su salón homenajeando y parodiando la antigua tradición francesa de los círculos literarios.

En ese mismo apartamento, también tuvo lugar, en diciembre de 1967, una singular exposición. El pintor Pierre Getzler no conseguía exponer en ningún sitio. Así que, si nadie quería exponer al talentoso Getzler, pues ya se ocuparían de hacerlo Perec y sus amigos. Durante una semana, el apartamento de la rue du Bac se convirtió en una improvisada galería de arte. Perec desempeñó el papel de comisario y se esmeró en crear el catálogo de la exposición. Esta anécdota refleja muy bien cómo era Georges Perec y el amor que tenía por sus amigos.

«Para mí no cabía la menor duda: Georges Perec era mi mejor amigo. Pero rápidamente me di cuenta de que éramos unos quince o veinte que podíamos decir lo mismo», explica el escritor Harry Mathews.

¿Pero por qué Georges Perec organizaba su vida alrededor de los amigos? Podemos suponer que una de las razones más directas se remonta a su infancia. Georges Perec nace en París el 7 de marzo de 1936, de padres judíos polacos emigrados a Francia. En junio de 1940 su padre muere en el frente contra los alemanes y su madre es deportada en 1943 al campo de concentración de Auschwitz, donde desaparece sin dejar rastro. Perec es, por lo tanto, un hijo huérfano de la Segunda Guerra Mundial, lo que provoca en él heridas íntimas que se convertirán más tarde en uno de los grandes temas de su obra.

«Escribir: intentar meticulosamente retener algo, hacer sobrevivir algo».

La desaparición de los padres y la ausencia de raíces recorren toda su obra: la «e» que desaparece de la novela lipogramática La disparition, W o el recuerdo de infancia o Ellis Island son los ejemplos más conmovedores. Sin embargo, la desaparición de los padres también tuvo su gran reverso. Cuando uno carece de familia, debe crearse una nueva. En la obra de Perec la ausencia obstinada se ve de alguna manera compensada por una presencia, la de la amistad, como si ésta tratara constantemente de suplir la familia desaparecida.

Un buen ejemplo de esto es la correspondencia que mantuvieron Georges Perec y Jacques Lederer a finales de los años 50 y que puede leerse como un largo y bello testimonio de amistad. Estas doscientas veinte cartas están repletas de jazz, cine, literatura, borracheras, conquistas y rupturas amorosas, juegos de palabras y bromas tontas, esperanzas y fracasos.

«La impresión que surge para mí cuarenta años después es que fue el compañero más maravilloso que alguna vez me hizo el honor de pensar en mí, pluma en mano y sello postal al alcance de la lengua. ¡A veces le enviaba cuadernos enteros para asegurarme de que me escribiera!», explica Lederer en el prólogo del libro.

En esa misma correspondencia, Perec dice que está trabajando en una pieza satírica titulada Los amigos perfectos.

La obra de Perec está atravesada de principio a fin por la amistad. En 1965, se publica Las cosas, su primera novela que le consagra y con la que obtiene el Premio Renaudot. En varias entrevistas y conferencias, Perec explica que la primera versión de la novela relataba la historia de unos amigos que atracaban bancos. Esta primera versión se llamó durante un tiempo La bande magnétique, ingenioso juego de palabras que hace referencia tanto a una cinta magnética como a una pandilla (de amigos) magnética.

En ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio?, no podemos evitar soltar unas buenas carcajadas al recordar cómo ese grupo de amigos grillados deciden partirle el brazo a uno de ellos, para ahorrarle el mal trago de morir en la guerra de Argelia.

Los recuerdos de Me acuerdo no son únicamente recuerdos de Perec, sino de amigos que pasaban a sugerirle tal o tal recuerdo. Si se daba el caso de que él también los recordaba, lo anotaba en un gran registro negro que se encontraba a todas horas en la cómoda de su casa. Me acuerdo es, por lo tanto, un trabajo de memoria colectiva.

La Disparition es también un proyecto que le debe mucho a la amistad, ya que Perec fue integrando en el libro una serie de contribuciones encargadas a amigos. Por lo que encontramos siete u ocho fragmentos del libro que no son de Perec, que fueron proporcionados por amigos que vivían en el Moulin d’Andé, residencia de artistas que Perec frecuentaba a finales de los años 60.

Asimismo, los 124 sueños que se relatan en este fascinante librito llamado La cámara oscura, no son exclusivamente suyos. Algunos eran de su amigo Jacques Lederer, otros de su compañera Paulette. No hay nada más íntimo y personal que los sueños de uno. Sin embargo, Georges Perec no podía evitar incluir a sus más allegados. Era así.

En 1966, Perec trabajó con Marcel Benabou en un proyecto excéntrico, la PALF (producción automática de literatura francesa) que les permitió acceder, un año más tarde, a una nueva familia de amigos, el OULIPO, grupo de experimentación literaria fundado por Raymond Queneau y François Le Lionnais. No hace falta mencionar la importancia que tuvo el OULIPO en la obra posterior de Perec: este encuentro feliz posibilitó la creación de libros como La disparition, Les revenentes o La vida instrucciones de uso, así como su «gran palíndromo», que sigue manteniendo el récord del palíndromo más largo escrito en lengua francesa.

El poeta y matemático Jacques Roubaud fue quien intercedió a favor de Georges Perec. Juntos, y con la ayuda de Pierre Lusson, popularizaron en Francia el juego de go gracias a la escritura de un pequeño tratado con el título más placentero: Pequeño tratado invitando al descubrimiento del arte sutil del go.

También son muy recomendables sus experimentales Voeux, estos «textos pequeños, generalmente basados en variaciones homofónicas, impresos en cien copias y enviados a mis amigos con motivo del año nuevo».

Y, por fin, tenemos La vida instrucciones de uso y su nota liminar:

«La amistad, la historia y la literatura me han proporcionado algunos de los personajes de este libro».

En el post-scriptum de la obra, Perec hace una lista de los autores de los que toma prestado citas «a veces ligeramente modificadas». En esta lista figuran autores del pasado, admirados desde su juventud como Raymond Queneau, Thomas Mann o Raymond Roussel, pero también -y esto es lo interesante- amigos del escritor como Jacques Roubaud o Harry Mathews, es decir, sus amigos más cercanos. A Jacques Lederer le irritaba Perec cuando «abordaba a los grandes escritores de igual a igual, como si tuviera acceso a sus bastidores». Así era Georges Perec: hablaba de Thomas Mann como si le hubiera visto escribir La montaña mágica en su mesa de trabajo. Tenía la misma familiaridad con la producción contemporánea que con los clásicos. Esta puesta a nivel, no diferenciar entre autores de culto y amigos, tiene dos consecuencias. Por una parte, los amigos se sentían halagados por esta muestra de amistad. Por otra parte, los clásicos se convertían en una suerte de amigos, personas cercanas y accesibles.

De la misma forma que se apoyaba en amigos para construir su propia obra, la amistad también le sirvió para iniciarse a otras disciplinas como el cine, la radio o el teatro. Un día el cineasta Bernard Queysanne recibió una breve nota expedida en Austria que decía:

«1) ¿Has leído Un hombre que duerme? 2) ¿Crees que podemos hacer una película? 3) ¿Quieres hacerla conmigo?».

Así empezaron los múltiples trabajos que hizo Perec a lo largo de su vida en el mundo del cine. Su traductor alemán Eugen Hemlé le inició a la radio y le ayudó a crear sus piezas radiofónicas. En cuanto al teatro, fue Marcel Cuvelier quien hizo posible que se representara L’Augmentation en el teatro de la Gaîté-Montparnasse, una tarde de 1970.

Georges Perec muere el 3 de marzo de 1982 pocos días antes de cumplir los cuarenta y seis años. Su temprana muerte dejó a todos sus amigos desconsolados. Ya no volverían a disfrutar de sus formidables historias, no volverían a escuchar sus juegos de palabras, no volverían a ver sus ojos verdes brillar.

«Me acuerdo que en esa época toda la gente que cruzaba por las calles de París parecía estar de duelo por Georges Perec».

Es Harry Mathews quien escribe estas líneas, en 1986, en un libro breve y fulgurante, Le Verger. Les aconsejo que dejen inmediatamente la lectura de este artículo y que salgan a comprar este librito. Es conmovedor.

La muerte de Georges Perec desencadenó una infinidad de reacciones de amigos. Italo Calvino le dedicó una poesía oulipiana en la que utilizó solamente las letras del nombre Georges Perec y de la palabra oulipiano. Su editor Paul Otchakovsky-Laurens fundó la célebre editorial P.O.L., cuyo logo representa una figura del juego de go que aparece en la página 566 de la La vida instrucciones de uso y significa eternidad. Todavía hoy los miembros del Oulipo utilizan esta afectuosa exclamación cuando descubren alguna nueva restricción: «Georges y avait pensé!» (¡Georges ya lo había pensado!).

Más allá de los amigos que le conocieron, es muy elocuente ver cómo los escritores posteriores han querido relacionarse con él. El escritor Enrique Vila-Matas es el parroquiano más asiduo de un café que ha bautizado él mismo «Café Perec». Sospecho que es toda una estratagema para que un día aparezca Perec por la puerta y se siente a su lado a charlar un rato:

«Entre los libros de primera hora que me cambiaron la vida, estuvieron siempre los de Perec, libros que recuerdo haber leído fascinado, devolviéndole al autor, página a página, cada uno de los eufóricos balones que lanzaba».

Paul Auster fantaseaba con un encuentro post-mortem entre François Truffaut y Georges Perec, los dos «narradores franceses más importantes» de su generación. Roberto Bolaño -que tanto se le parece- un día llegó a soñar que lo cuidaba; sí sí, que cuidaba a un pequeño Georges Perec de 3 años, que lo mimaba, lo abrazaba, lo besaba y que le compraba golosinas.

Perec suscita admiración como escritor, pero sobre todo inspira cariño y fraternidad, incluso a aquéllos que no tuvieron la oportunidad de conocerle. De hecho estoy convencido de que a todos sus fieles lectores nos hubiera encantado asistir a la fiesta que organizaba cada 7 de marzo para su cumpleaños. Porque le encantaba esta fecha. Posiblemente fuera para él un día señalado, una restricción de vida. Sea como sea, lo celebraba cada año con una gran fiesta. Para la ocasión cogía su libreta de direcciones e invitaba sistemáticamente a todos sus amigos. Marcel Benabou cuenta que al principio eran unos pocos, básicamente el pequeño grupo de la Ligne Générale, pero que a lo largo de los años la fiesta fue creciendo y creciendo, y se convirtió en una enorme fiesta en la que desfilaban escritores, cineastas, pintores, hombres de teatro etc. Todos aquellos que habían estado en contacto con él y que, por supuesto, se habían convertido en sus amigos.

Este fenómeno expansivo ha perdurado después de su muerte. Al principio, unos pocos lectores, poco reconocimiento en el academicismo francés; ahora, un fenómeno sin precedentes, con miles de lectores por todo el mundo, y la entrada reciente en la prestigiosa biblioteca de La Pléiade.

Parafraseando a Alberto Manguel cuando habla de Stevenson, se puede afirmar que quien lee a Perec, si es una persona medianamente sensible, entabla una amistad que perdurará a lo largo de toda su vida.

«La amistad ha sido mi gran pasión», anotó un día Georges Perec.

Y nosotros, sus lectores, sus amigos, se lo agradecemos infinitamente.

Kim Nguyen Baraldi

Kim Nguyen Baraldi (Bruselas, 1985) es crítico literario. Edita el blog Calle del Orco desde 2011.

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