El viaje que propone Hernán DÃaz (Buenos Aires, 1973) en A lo lejos, sigue la dirección contraria al de los sueños, que en Europa, por ejemplo, es el viaje al sur y en Estados Unidos el viaje al oeste, a California. Ahora mismo se trata de la búsqueda de un mejor clima y una sensación de que el tiempo y las rutinas del tiempo no nos dominan; hace cien años suponÃa una intención de aventura, un viaje de pionero, un atrevimiento. Y, en ambos casos, posee un punto perfecto de locura. El protagonista del viaje desconoce cuál será su destino, pero en esta búsqueda encuentra una paradoja: por una parte, pone en marcha los mecanismos para dominarlo, pues, al fin y al cabo, es él quien empieza a poner un pie delante de otro para ir avanzando y eso es construir la suerte propia; pero, por otro lado, nada sabe con certeza acerca de lo que le saldrá al paso.
En ese sentido, comienza una novela de aprendizaje, una suerte de Bildugsroman que, como en esta novela, se extiende a lo largo del resto de la existencia. Nuestro protagonista, un sueco que desconoce el inglés y se encuentra en la última etapa de la adolescencia, parte desde San Francisco con intención de llegar, por tierra, a Nueva York, donde cree que encontrará a su hermano mayor. A lo largo del viaje, irá creciendo, sÃ, pero no tanto para convertirse en un adulto como para transformarse en lo que sea que nos transformamos después de la adolescencia. De hecho, por mucha que sea la edad y las vivencias de los personajes que le van saliendo al paso, de ninguno podemos decir que se trata de un adulto.
Tal vez la intención oculta de Hernán DÃaz sea recordarnos esa afirmación de Malraux, quien sostenÃa que el problema de este mundo es que no hay adultos. Ni siquiera en situaciones extremas, como las que atraviesa Hakan, el hombre obligado a aprender a existir y que se ve en tesituras que le empujarán, y con él al lector, a pensar que existir se parece más a la supervivencia que a la vida retratada en pelÃculas como Cantando bajo la lluvia. De ahà que se imponga la perplejidad. Hakan es un tipo perplejo, ante las actitudes de los demás, ante el imperio de los parajes e, incluso, ante su propia fuerza fÃsica. Es un gigante casi mudo en un paÃs de pendencieros, es un voyeur en una tierra en construcción y por tanto violenta. Es alguien que parece carecer de atributos en la mirada del narrador, objetivo, misericordioso pero viendo todo desde una distancia enorme, la suficiente como para eliminar trazos de empatÃa propios del realismo y meternos en el mundo de referencia de Hernán DÃaz, que es, como se ha expresado anteriormente, el de Cormac McCarthy, sÃ, y también el de Jack London. Caminamos con él sin terminar de conocer cuáles son las cualidades de Hakan, sin saber bien si podemos llegar a conocerle. Y asà nos preguntamos, por ejemplo, a qué se debe el cariño que le profesan varios de los seres con los que se encuentra, con los que comparte un periplo de años. Tampoco terminamos de entender el odio, del que solo se nos da a conocer las consecuencias, los términos en que se establece su interacción.
Al margen de esos episodios, Hakan debe sobrevivir en soledad sobre buena parte de la geografÃa, siempre inhóspita: desiertos, praderas, montañas, bosques, territorio sin civilizar, naturaleza virgen que no ofrece garantÃas de supervivencia al hombre. Son los capÃtulos que beben también de Robinson Crusoe y la soledad de los Robinsones. Es el paisaje, en estas ocasiones, el que le va formando, y lo hace no solo emocionalmente, sino también socialmente. Tenemos la impresión de que estas experiencias contribuyen a su mutismo, a darnos a conocer, o a desconocer, a este personaje crÃptico. Un luchador que se aferra con frecuencia a la necesidad animal de seguir respirando, y que, aquà y allá, se da de bruces contra caricaturas. Pues quienes le acompañan, temporalmente, en la ruta, son hombres trágicos, son mujeres con drama, pero con una distinción propia de la caricatura: al filo de la exageración, dan de sà todo lo que pueden respetando su propia autonomÃa, su supervivencia. Muchos de ellos le quieren, pero le quiere también la soledad.
Escrita sobre una estructura tan sencilla que da envidia, escrita con un estilo indirecto reducido a los huesos, A lo lejos es una epopeya a flor de realidad: un mundo creÃble, un pasado que nos hubiera gustado echar de menos.