/

Creador de imágenes, creador de memoria

A medio camino entre el recuerdo y la ficción, 'La buena voluntad' constituye uno de los textos más íntimos del director y creador Ingmar Bergman | Foto: Bengt Wanselius, Fulgencio Pimentel

La editorial Fulgencio Pimentel comienza con La buena voluntad la reedición de la “trilogía familiar” que completarán Niños de domingo y Encuentros privados. También publicarán ensayos inéditos de Ingmar Bergman, en un intento de recuperar la faceta de escritor de uno de los grandes cineastas y creadores del siglo XX.

“Me meto en las imágenes y toco a las personas, a las que recuerdo y a aquellas de las que no sé nada. Esto es casi más divertido que los viejos filmes mudos que han perdido sus textos explicativos. Yo me invento mis propias pautas”.

La buena voluntad, publicada por Bergman en 1991, fue concebida como una suerte de epílogo de su magna Fanny y Alexander, realizada en 1982, y editada en castellano bajo el título de Las buenas intenciones, y que fue, a su vez, trasladada a la pequeña pantalla y, después, convertida también en película, por Bille August. La acción arranca en 1909 y se centra en el noviazgo y matrimonio de los padres de Bergman, Henrik y Anna, y en las complicaciones que rodearon a su relación; pero, también, sobre cómo a pesar de todas las problemáticas su amor acabó imponiéndose, aunque fuese de manera inexplicable. Henrik es un estudiante de teología de carácter sombrío, pero que consigue salir hacia delante a pesar de su situación social gracias a su perseverancia; Anna, es una joven impetuosa, pero que vive arropada por la familia burguesa a la que pertenece. Ambos quieren estar juntos, y, sin embargo, se darán de bruces con una realidad social que impide que así sea. Especialmente, Karin, la madre de Anna, quien se opone de manera abrupta a que el matrimonio se consume y llevará a cabo todo tipo de maniobras para conseguirlo.

Fulgencio Pimentel

Bergman comienza La buena voluntad con un pasaje muy revelador que no solo describe a Henrik en muchos de los aspectos que definirán su futuro, también revelan muchos de los temas que irán desarrollándose a lo largo de la novela. En ella, Henrik visita a su abuelo, quien pide a su nieto que asista a su abuela, postrada en la cama gravemente enferma. Sin embargo, él se niega debido a que su padre fue repudiado por ellos. A pesar de ser un estudiante sin apenas dinero, no aceptará el reintegrarse en el seno familiar y, con ello, poder acogerse a una vida cómoda en lo material. Así, el dinero, el problema de las divisiones de clases, la actitud individual frente a la presión externa, el perdón, los remordimientos y la culpa surgen de manera sutil, pero clara, en un pasaje que marca gran parte del ritmo y del tono de la novela. Temas que estarán muy presentes en la vida de Henrik y Anna durante el intento de poder contraer matrimonio y superar las dificultades que encontrarán en el transcurso de su relación.

El escritor y director sueco ofrece la historia a modo de novela dramática en tanto a que la expone como si de un guion o texto teatral expandido se tratase. Los diálogos aparecen con los nombres de los personajes que hablan como si fuese un libreto, mientras que aquellas partes narrativas se asemejan a acotaciones de textos teatrales aumentadas: las descripciones de los espacios y los personajes, sus movimientos, el ambiente que los rodea o la especificación de los estados de ánimo, parecen indicaciones para un director de escena; y sin embargo, y a su vez, no lo son. Bergman consigue un texto en cierto modo experimental, que pugna en su interior por ser una novela normativa en su forma a la par que exponer sobre el papel acotaciones que puedan servir como indicaciones para poner en escena. Un procedimiento que aúna las diferentes tendencias artísticas y expresivas de Bergman y que ayuda a que, en ocasiones, se sitúe de manera clara y abierta como el narrador que, recordando, noveliza sus memorias.

“Esto no es tampoco una crónica sujeta a estrictas exigencias de dar cuenta de la realidad, esto no es ni siquiera un documento. En mi infancia había en las revistas una especie de imágenes que consistían únicamente en cifras y puntos. Uno tenía que trazar líneas entre los puntos con un lápiz. Poco a poco aparecía un elefante, o una bruja, o un palacio. Yo dispongo de noticias fragmentarias, narraciones cortas, episodios aislados, esos son los puntos numerados. Trazo mis líneas con la, tal vez, vana esperanza de que surja un rostro. ¿Tal vez lo que diviso es una verdad sobre mi propia vida?”.

Bergman deja claro que lo que estamos leyendo no se ajusta en su totalidad a lo que debió pasar, pero que es su recuerdo el que da forma a esas memorias: la fijación por el detalle descriptivo, más que querer recuperar con exactitud aquellos hechos, busca darles forma mediante la creación a través de la literatura y su poder evocador. Hay en La buena voluntad una pugna interna, presente en la obra de Bergman de sus últimos años, sobre la preservación del recuerdo y, sobre todo, sobre el uso del arte para hacerlo. Ejercicios memorísticos en busca de perdurar, de testimoniar y de alzarse por encima del olvido y del paso del tiempo. En el prefacio, Bergman señala que existen numerosas fotografías de aquella época, las cuales, presuponemos, son la base para esta reconstrucción del pasado: las imágenes que observa Bergman funcionan como detonantes de la memoria, imágenes que hablan de un momento preciso, aquel en el que fueron tomadas, y que sirven al escritor para fabular a partir de ellas.

De ahí surge la “trilogía familiar” cuya primera pieza, La buena voluntad, es quizá la más ambiciosa en cuanto a extensión por aquello que abarca a nivel narrativo, pero destaca, no solo por ese relato personal y su desafío por establecer un curso de la memoria íntima, también por su capacidad para escribir una historia de amor perdurable en el que se da cabida a la alegría y a la tristeza, al sacrificio personal y a la reconciliación, a la superación de la culpa y a la aceptación de la realidad tal y como es. Un relato de gran belleza formal para ahondar en unos personajes retratados con gran humanidad y mostrar sus contradicciones, como esas buenas intenciones o buena voluntad que mueven sus acciones, aunque a veces sean erróneas o nocivas con respecto a los demás.

Para ello, Bergman se erige como demiurgo de la historia en tanto creador que, partiendo de personajes y hechos reales, los convierte en personajes y mueve los hilos de la historia para, adentrándose en el pasado, conseguir que este resucite en el presente ante sus ojos. Un creador de imágenes mediante la literatura que muestra en todo momento una extrema sensibilidad para adentrarse en las debilidades humanas, también en sus virtudes, considerando que todos los individuos son contradictorios: tienen diferentes caras, actuando en ocasiones de manera errónea, aunque crean que lo están haciendo de forma correcta. Y, en cierto modo, lo está haciendo. La buena voluntad nos habla de un Bergman que en sus últimos años de su carrera y de su vida, miró a sus raíces, quizá, hablando más de sí mismo que de sus padres bajo un prisma melancólico.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Heridas que no cicatrizan

Next Story

Stephen Crane y la comunidad lectora

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield