Jacques Rigaut | Foto: Ático de los libros

Agenda general del suicidio

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Jacques Rigaut | Foto: Ático de los libros

«Sólo me siento vivo a partir del instante en que contemplo mi inexistencia.»

Agencia General del Suicidio es una antología que recoge textos en prosa del escritor dadaísta Jacques Rigaut -abandonó el surrealismo al trabar conocimiento con Tristan Tzara– cuyo punto en común es la referencia al suicidio, hecho con el que dio fin a su vida a los 30 años, después de una vida de excesos.

«Olvidaba para beber.»

Editorial Ático de los libros

Igual que los psiquiatras pueden, en multitud de casos, detectar en los sujetos una tendencia a la muerte por propia mano, estoy convencido de que, en el caso de los escritores, también es posible revelar esa misma tendencia en forma latente, explícita o implícitamente, rastreando sus textos con la suficiente profundidad. Rigaut es uno de los escritores que, sistemáticamente, destruyó todo aquello -en realidad, poco- que escribía; acaso esa pulsión destructora hacia su propia obra, supuestamente en razón de su exigencia, podría interpretarse como uno de esos signos que, como decía más arriba, anticipaban que moriría por su propia mano: el destino de la vida, su obra suprema, fue también retenido en sus manos hasta que, en la cama de la clínica de desintoxicación de Châtenay-Malabry, la famosa Vallée-aux-Loups, y después de una meticulosa preparación, acabó con su vida. Para Rigaut, el objeto final de cualquier pensamiento es, forzosamente, la muerte; para escapar de esa trampa, la existencia debería de cualquier tarea que obligue a pensar.

«Esa emulación de inventar caminos más legítimos hacia una muerte que guardamos en el bolsillo desde la edad de la razón.»

En cualquier caso, parece que las razones para suicidarse son las mismas que para vivir, y que dependerá de la predisposición del sujeto seguir una vía -pues cualquiera que fuera la elección se tomaría incuestionablemente desde el hecho de estar vivo- o desviarse por la vía alternativa. Aquejados por una enfermedad incurable, escogemos seguir viviendo porque mantenemos la esperanza en una improbable curación y, por tanto, en la cesación del dolor; o decidimos acabar con ella con la misma intención.

«Intentad, si podéis, detener a un hombre que viaja con el suicidio en el ojal.»

La valentía que supone, parece ser, acabar con la propia vida, no debe implicar una valoración moral superior a la que supone afrontar la situación gravosa. Así pues, obviando excusas y cualquier enfoque que requiera algún recurso al submentalismo, Rigaut, en un alarde de humorística franqueza, concede validez a tres razones: la venganza, hacia alguien que le ha rechazado; la pereza, para cumplir sus obligaciones, principalmente las laborables; y el hastío.

«Un hombre que evita los hastíos y el tedio puede encontrar quizás en el suicidio la realización del gesto más desinteresado, ¡con tal de que no sienta curiosidad por la muerte! No reconozco en absoluto cuándo y cómo he podido pensar así, lo cual, por otra parte, no me importa. Pero he aquí, sin embargo, el caso más absurdo, la fantasía en su máximo estallido, la desenvoltura más lejana que el sueño y el compromiso más puro.»

La ironía con que Rigaut habla de la muerte, que consigue restar gravedad al suicidio, define una visión con cierto tono surrealista: parece que al hablar de ello abiertamente conjura el peligro, por más que ya lo intentó una vez y, a última hora, la vieja pistola no estuvo a la altura de lo que se le requirió.

Acostumbrados a asociar suicidio y demencia, aunque sea instantánea -la sombra de la religión es alargada-, sorprende la lucidez y la serenidad con que Rigaut razona acerca del suicidio y de la muerte, y cómo se resigna a su propia vulnerabilidad.

Completa el volumen un texto de Pierre Dieu la RochelleL’Adieu à Gonzague– en forma de carta dirigida a Rigaut, cuando éste ya había fallecido, en la que se culpa por no haber creído que las amenazas de suicidio eran ciertas y le pide perdón por no haberlo impedido.

«Tan sólo se puede escribir sobre la muerte, sobre lo pasado. No he podido comprenderte hasta el día que supe que habías muerto.»

Es un texto que desborda sinceridad y que incide en ese remordimiento tan común entre los cercanos al suicida: la sensación de no haber hecho lo suficiente para impedir el hecho. Es uno de los mejores textos del volumen, y su inclusión, más que pertinente, da el contrapunto trágico al conjunto de escritos del propio suicida, insólitamente irónicos y desenfadados.

«Morir es lo más bello que podías hacer, lo más solemne, lo más.»

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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