«No hay lugar para los cuerpos enfermos ahà donde la salud ha suplantado a la virtud», con esa negación aforÃstica —entre la biopolitica de Foucault-Agamben y el moralismo francés de un La Rochefoucauld— comienza La emancipación de los cuerpos. Teoremas crÃticos sobre la enfermedad, el ensayo de Marco Sanz que se hizo recientemente con el Premio Internacional de Pensamiento convocado por el Institutu Asturies 2030 y el Grupo Editorial Akal.
Hay ensayos cuyo propósito se cifra en el análisis cultural —humanista y profundo— propio de la literatura comparada (al modo de George Steiner), ensayos orientados por un agnosticismo (no solo religioso) humilde y sin embargo combativo (en la lÃnea que va de Montaigne a Hans Magnus Enzesberger), ensayos conducidos por un compromiso tan penetrante como insobornable como los que nos dejó la añorada Susan Sontag, extensos ensayos pedagógicos de una erudición muy agradecida (por citar solo ejemplos recientes y locales muy conocidos, los de Irene Vallejo o Ramón Andrés) y hay ensayos gobernados por esa intención, que debe mucho a una determinada orientación de la investigación sociológica europea (no solo frankfurtiana) que llamamos «crÃtica». A este último tipo de ensayo pertenece el trabajo de Marco Sanz, profesor de AntropologÃa filosófica y FilosofÃa de la cultura en la Universidad autónoma de Sinaloa y miembro del Sistema nacional de investigadores (México). La emancipación de los cuerpos es, ante todo, una crÃtica a una concepción (un «concepto» manejado en sentido dinámico) de la salud tan dominante como ideologizada.

Dividida en cuatro partes, precedidas de un muy sintético e informativo prefacio, la obra comienza con una fenomenologÃa crÃtica (que pronto toma un fuerte cariz existencialista), a la que sigue un desarrollo apoyado sobre todo en Heidegger, Extirpar la forma, dominio de la masa, a esta, una descripción impugnadora, global y negativa, del «mal del cuerpo» como mal del mundo (no solo como señal, esto es, como «dolor del mundo», según me parece) y un cuarto tramo de un análisis inteligente y por momentos ambicioso, Derrames: entre la herida y la contingentia mundi, donde se hace más presente el pensador que, en mi modesta opinión, trató con mayor capacidad de sugerencia la relación entre la enfermedad, la inacción y el (sin) sentido de la vida, y que se asoma se tanto en tanto en los vuelos más altos de este ensayo: el autor de Sobre la enfermedad recogida en el libro La caÃda del tiempo, Emil Cioran.
Si la fenomenologÃa crÃtica abre la conjura a «una matriz no ideológica de la vida» propuesta como «urdimbre de quehaceres», el capÃtulo donde el sello de Frankfurt, de Woolf y de Nietzsche —pero también del menos citado Ortega (en lo que toca a la sociedad de masas)— se hace más evidente se abre a una interesante gama de reflexiones desde la imaginación y el lenguaje en la base de una praxis emancipatoria (casi por explorar) enfrentada a lo que el autor engloba como lógicas de la dominación. La llamada a la radicalidad (ir a la raÃz) supone tanto el delineamiento de una particular ontologÃa definida por la previsibilidad de la muerte como una crÃtica a determinados (en este punto quizás habrÃa sido interesante matizar qué cae del lado de lo conservable —mucho en mi opinión) presupuestos de las ideologÃas del bienestar. Más robustos (también es cierto que menos originales) son las justas embestidas contra el mercadeo de la salud y las privatizaciones del capitalismo neoliberal que incluyen (al reseñista le hubiera gustado que el autor insistiera más en este punto) observaciones propias de la sociologÃa del derecho acerca de cómo las sociedades igualitarias se caracterizan, entre otros rasgos valiosos, por una mejor salud mental.
Otra virtud de este ensayo es su magnÃfica capacidad para apuntar (sin desarrollar del todo, tal como es consustancial al género) aristas muy distintas de la cuestión, desde los incipientes vÃnculos entre salud y transhumanismo a los incipientes formatos de marginalidad existencial, de la amnesia corporal y la reformulación del «memento mori» del autor de Ser y tiempo (un dÃa puede que no pueda) a la literatura comparada: La muerte de Iván Ilich (1886) de Tolstói y La montaña mágica (1924) de Thomas Mann.
Apoyado en un cuerpo sólido de ideas y conceptos (algunos más oscuros que otros), Sanz ensaya distintas e inteligentes aproximaciones sociopolÃticas a la enfermedad, tanto desde su reverso, el culto a la salud, el higienismo contemporáneo, la biomedicina entrelazada con la lógica mercantil, etc. como desde la propia dolencia en su multiplicidad de sentidos metafóricos, desde el sufrimiento económico ocasionado por la vulnerabilidad, al desarreglo en términos de legitimidad del poder, al contagio ideológico de distintos formatos de pensamiento único a, por último (but not least) la centralidad de los imperativos de la «salud social» en los tiempos de la gran pandemia.
Destaco también de este ensayo la forma en que reanima la hermenéutica de la sospecha «los objetos de encubrimiento y la disimulación», ligada ahora (tras apuntar —Ricoeur dixit—, a la moral, la conciencia, o la identidad por parte, respectivamente, de Nietzsche, Marx y Freud) a la subsunción real del consumo, al nuevo fetichismo de la salud y el narcisismo del tiempo de la imagen y la emopolÃtica (una emopolÃtica que paradójicamente no se deshace del utilitarismo más ramplón). En la parte final, Mal de cuerpo. Dolor del mundo y Derrames: entre la herida y la contigencia mundi (este último capÃtulo con algún eco de Peter Sloterdijk) nos encontramos ante poderosas ideas situadas en el núcleo del ensayo: la experiencia carnal de cierta nihilidad y a la vez el encuentro óntico con el mundo, el campo donde brota la angustia, la enfermedad conduciendo al umbral de la vida, la apostasÃa de los órganos enfermos (un sintagma nominal en la onda del Cioran más visceral), el disimulo táctico del cuerpo enfermo, la enfermedad como signo de nuestra época (más allá del Covid 19). Particularmente remarcables me parecen asimismo los intentos (bastante logrados) del autor de incardinar el objeto particular de su intento de aprehensión de nuestra época, el potencial crÃtico de la enfermedad en término de autenticidad y de conciencia, en el contexto más general de la reflexión humana acerca de los tres grandes objetos de la literatura: el tiempo, el amor y la muerte.
Es posible que en algunos momentos dificulte la lectura de La emancipación de los cuerpos cierta jerga oscura, (en algunos párrafos oscurecida) pero el lector comprenderá que no resulta posible (y quizás tampoco deseable) baldear el léxico, denso y singular con el que se expresó en su dÃa el autor de Ser y tiempo o de ¿Qué significa pensar?, siendo que constituyen nada menos que el punto de partida y el cuerpo central (valga la redundancia) de la propia exploración actual y original de los cuerpos de Marco Sanz.
Un buen ensayo debe resultar inspirador y este lo es. Uno recupera en su cabeza, por ejemplo, los mejores momentos de tres recientes obras que suponen una refrendadora (de las tesis de Sanz) ontologÃa de la enfermedad. Son tres mujeres: Raquel Taramilla (Mi cuerpo también), Bárbara Blasco (Dicen los sÃntomas) y Anne Boyer (Desmorir). Por otro lado, repaso cómo en Shakespeare’s Tremor and Orwell’s Cough: The Medical Lives of Famous Writers, el médico y buen conocedor de la literatura John J. Ross recogió, no hace mucho, la relación entre la enfermedad y el pensamiento de escritores famosos (fenomenal el referido al padecimiento de Joyce con la gonorrea y la experimentación formal), muchos citados por Sanz. La enfermedad no solo es un tema clásico de la literatura (de Petrarca a J. G. Ballard). Recuerdo que Patricio Pron se ha hizo eco del libro de Ross en Letras Libres y recupero ejemplos de lucidez asociada a la percepción de un final de mi particular commonplace book: «[…] Nathaniel Hawthorne parece haber muerto de una trombosis relacionada con un cáncer de estómago […] como William Butler Yeats; todas las Brontë murieron de tuberculosis […] Jack London tenÃa piedras en los riñones, dolor articular y problemas dentales que se sumaban a un consumo regular y extensivo de alcohol, morfina y tabaco. Jorge Luis Borges, Gilberto Owen, Aldous Huxley, John Fante, James Joyce, James Frazer, Jean Paul Sartre, Wyndham Lewis y Alejandro Sawa murieron ciegos». Ni Sanz, ni Ross, ni Pron, mencionan, sin embargo, el nombre que me resulta ineludible en la crisis que supuso la apertura de la URSS al capitalismo purulento y brutal, el del escritor y médico Mikhail A. Bulgakov cuya «imaginación de la desgracia» expresada en el relato Morfina sirve de base a unos de los films más sólidos del mejor retratista de la sociedad rusa en tanto que sociedad enferma (por corrupta): Aleksey Balabanov (Morfina o sobre todo, Cargo 200). Lo digo, porque la sociedad enferma, en el caso de la autocracia rusa pero también en el caso del despotismo democrático en EE. UU. (ese riesgo despótico fue adelantado, por cierto, por el primer gran analista de la democracia moderna: Alexis de Tocqueville), ¿no supone el ejemplo actualizado de la corrupción polÃtica de los regÃmenes –estudiada clásicamente por Aristóteles y Montesquieu— como podredura, como putrefacción como descomposición, como enfermedad en fin, ora del cuerpo polÃtico ora del cuerpo social?
Pero Sanz, y ese posiblemente sea otro mérito de este ensayo, no ha pretendido agotar las manifestaciones de un tema inteligente y actual, o de la salud como biopolÃtica, sino que ha querido renovar (a menudo con un pulso y una habilidad del tipo de Byung-Chul Han) el potencial de la noción de desarraigo, el modo radical de asumir el yo corpóreo, la fenomenologÃa del cuerpo ante el aumento del «supermercado global» y ciertos lÃmites del ser capaces de «desnudar» la unidimensionalidad de una ética individualista orientada al consumo (siempre decepcionante) y al delusorio placer (efÃmero), nuevas cuestiones que el autor desarrolla antes con la incisión de Giorgo Agamben o Michel Foucault que con la meticulosa exhaustividad de Roberto Calasso. Para bien.
No mencioné antes, al informar sobre la estructura de La emancipación de los cuerpos, su bella coda (De la soledad de los enfermos) donde aflora el potencial de muchos de sus neologismos («soledumbre») en relación con la poderosa imagen del enfermo abismado a su libertad radical, y el tamiz con el que re-presenta ciertos pensamientos de Nietzsche, Zambrano o Virginia Woolf.
Ensayo profundo con gran capacidad de sugerencia, el reseñista piensa antes de cerrar la pantalla del ordenador y terminar, en la nueva carne de Cronenberg, en el SIDA y su oculto (¿ocultado?) exorcismo, en el toque de queda como forma de quietud, en el sentido de la solidaridad de Camus frente a la «peste», en la fiebre de Rashkolnikov, ¿contra que fondo especulativo blandirÃa hoy su hacha enfebrecida?
Mérito de Marco Sanz es haber puesto nuestros cuerpos a cavilar.