Fábrica textil | Foto: 272447 | Pixabay Commons

Intimismo y conciencia de clase

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Fábrica textil | Foto: 272447 | Pixabay Commons

“En los meses que precedieron a la muerte de mi abuelo, algo entre mi madre y yo se rompió. Su presencia en mi vida había sido sólida y valiosa; luego, de repente, ya no estaba allí. Noté que se apartaba de mí. Me dolió por dentro como si me tirasen de los intestinos. El amor me tenia confusa; esa capacidad que tiene el amor de atraparte y darte la libertad al mismo tiempo. Cómo podía hacer que la gente intimase hasta esos extremos para luego separarlos por completo. Cómo podía abandonarte la gente que te quería cuando más la necesitabas”.

Agua salada, el debut literario de la escritora británica Jessica Andrews, nos presenta a Lucy, una joven que se ha criado en un barrio obrero de Sunderland y que abandona su hogar para marcharse a estudiar a la universidad de Londres a la par que trabaja en diferentes bares para poder costearse la cara vida londinense. Tras graduarse, regresa a Irlanda para vivir en la cabaña de su difunto abuelo.

“Aprendimos a pensar de otra manera; fuera del lenguaje de nuestros pensamientos y del lenguaje de la familia que creíamos tener. Tuvimos que pensar fuera del lenguaje por completo”.

Estructurada en cuatro partes y un breve epílogo, la novela de Andrews se mueve en tres tiempos y espacios que Lucy narra en primera persona: recuerdos de su infancia en Sunderland; relato de su vida en Londres; y el intento de encontrarse así misma en Irlanda. Así, Agua salada es claramente una novela de formación en cuanto a su fondo: Lucy recuerda su niñez, se cuestiona sobre su vivencia formativa -tanto académica como vital- en Londres y se pregunta sobre su futuro. Siempre con la presencia de la figura de la madre, a quien dedicada gran parte de la novela, para comprender algunas de sus decisiones pasadas; también para usarla como guía para su vida.

“Cuando la ola se repliega y todas las rocas quedan expuestas, todo es marrón. Las algas pudriéndose al raso, el lecho marino excrementado; el cielo, el mar y la arena. Se trata de un tipo de belleza magullada y violenta, y a mí se me antoja que quizá así es el amor en su forma más pura. Ese residuo desecado y descascarado que el corazón destila”.

Seix Barral

A nivel formal, Andrews recurre a la fragmentación o desarticulación narrativa, no solo a nivel temporal con los diferentes momentos que componen la historia, también con los distintos fragmentos, de variada extensión, pero con tendencia a la brevedad, que operan a modo capitular. La elección funciona, aunque se echa de menos algo menos de contenido y de reiteración en su tramo final, en tanto a que sirve para transmitir varias ideas o sensaciones. Por un lado, en cuanto a los recuerdos: a pesar de seguir una línea cronológica, la fragmentación permite a Andrews reproducir la naturaleza memorística y su vaguedad y sentido caótico. Los recuerdos van y vienen, tienen sentido en su independencia, pero también componen un fresco conjunto y global del pasado a pesar, o precisamente por ello, de las constantes elipsis. Por otro lado, parece hablar de una generación, la que representa Lucy, basada en una comunicación breve, concisa, aunque en este caso, bien elaborado desde un punto de vista literario. Y, en tercer lugar, la desarticulación estructural deviene en representación de la desarticulación emocional a la que se enfrenta Lucy en cada etapa de su vida. En la primera, criada en un ambiente familiar problemático por el alcoholismo de su padre y sus puntuales desapariciones de su hogar durante días, Lucy debe enfrentarse a una pubertad que Andrews narra no solo a nivel individual: a través de su personaje crea un mapa generacional, de varias generaciones de hecho, que muestran una leve transformación en cuanto a la mirada hacia el mundo de unos y otros.

“Al vivir en un sitio nuevo puede pasar de todo; lo mismo te aferras a tus propios significantes como los pones a prueba y los haces saltar por los aires. Nos categorizamos para intentar darle coherencia a quienes somos. Es un mecanismo de supervivencia para evitar la pérdida del yo en la vorágine de la experiencia humana”.

Pero a pesar de que Agua salada se plantee como una novela de crecimiento y formación, con un trabajo muy bien medido de contención de la intensidad emocional, con ciertos pasajes que muestran una clara voluntad de distanciamiento para alcanzar una mirada certera sobre lo narrado, resulta más interesante cómo Andrews introduce elementos de clase social en su novela. Frente a otros autores y autoras, algunos de los cuales tiende a compararse a Andrews, la escritora no reniega de su pasado -es más, la novela tiene bastante de autobiográfico, al menos en cuanto a elementos superficiales- e indaga en ellos. Por eso acaba resultando más interesante que sus dudas emocionales de raíz sentimental aquellas que surgen en cuanto a su relación con su propio pasado y por la clase a la que pertenece. Sin olvidar, por ejemplo, algunas cuestiones de índole religiosa muy ancladas en las zonas en las que creció o vivió. Un contexto que, si bien no es inédito, sí resulta curioso en un panorama como el actual en el que cualquier dialéctica o planteamiento de clase parece denegado frente a cuestiones, también relevantes, pero más concernientes a la interioridad individual. Lucy, en su lucha personal, evidencia sus dudas y sus miedos, pero lo hace dentro de algo más amplio que ella misma. Esto enriquece considerablemente Agua salada en tanto a que conduce su mirada y su discurso hacia derroteros más profundos.

Sin negar elementos de cariz emocional personal, sobre todo en lo relativo a la relación entre Lucy y su madre, a quien intenta comprender y en quien intenta encontrar las respuestas a muchas preguntas que asolan a la joven durante su presente, Andrews conduce la historia a unos discursos más generales donde surgen cuestiones universales alrededor del pasado de la juventud a la madurez; sobre la toma de decisiones vitales y los errores; sobre la pertenencia a una clase social y lo que eso significa; sobre cómo nos condiciona el lugar en el que vivimos: a este respecto, Andrews lleva a cabo un gran trabajo descriptivo y atmosférico alrededor de Sunderland, Londres e Irlanda. Sobre la soledad y la pertenencia a una comunidad que, finalmente, se abandona para perder algunos lazos que, a lo largo de la vida, se buscan restituir. Como el propio cuerpo de la madre, que tanto obsesiona a Lucy y que acaba deviniendo en mapa emocional y físico de la joven, consciente de que, a veces, para construir una identidad es necesario desligarse del pasado. Pero siempre consciente de dónde se viene y de quién se es para no poder el rumbo.

“La respuesta es espacio. Hay tanto espacio aquí que no hay necesidad de reducir a escombros las cosas viejas. En algún punto de la historia hay sentimentalismo y algo relevante en observar cómo la naturaleza se impone. Al principio pensé que la reticencia a abandonar el pasado significaba el rechazo a aceptar el paso del tiempo. Ahora lo veo más como un símbolo de temporalidad y un recordatorio de que existen capas de experiencia vivida zigzagueando en las superficies de nuestras vidas, invisibles a nuestros ojos. Aquí hay sitio para todo. Hay rastros del pasado en el presente y hay, también, espacio para el futuro”.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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