Todo biógrafo asume la complejidad de la peripecia vital y la simplifica, parafraseando o directamente eludiendo datos cuando es necesario. Se escribe acerca del filósofo, polÃtico, abogado y escritor inglés Francis Bacon (1561 – 1626):
“Ninguno de sus criados osaba presentarse ante él si no era con botas de cuero español, porque el olor vacuno de las otras le molestabaâ€.
Estas sucintas biografÃas no requieren puesta en escena, sino más bien la compleja y alusiva sugerencia del lenguaje:
“[Francis Beaumont y John Fletcher] vivÃan juntos en Bankside, en la orilla sur del Támesis, no lejos del teatro. Solteros ambos, dormÃan juntosâ€.
Más que por su prolijidad, podrÃa decirse que el escritor inglés, caballero-erudito, anticuario y biógrafo pionero John Aubrey (1626 – 1697) ha pasado a la posteridad gracias a su obsesión por la incertidumbre.
Sus Vidas breves (no impreso hasta 1813; La Uña Rota, 2017. Prólogo de Juan Pimentel), suponen una serie de anti-biografÃas de los anglosajones más mitologizados de todos los tiempos. Ficción a menudo catalogada como no ficción, participa de la búsqueda monomanÃaca de las verdades literarias oscurecidas por la pantomima de la reputación. Sus 51 microvidas son una suerte de retrato a plumilla de los ingleses más distinguidos del XVII: escritores (Shakespeare, sir Walter Raleigh, Andrew Marvell, John Milton), cientÃficos (William Harvey), matemáticos (Henry Briggs, Edmund Gunter), astrólogos (John Dee), filósofos (Robert Hooke), teólogos (William Holder) y muchos otros.
La concepción de la verdad que informa estos esbozos es sumamente heterodoxa. Se dirÃa que su autor sigue la posterior convicción de Virginia Woolf de que, para encontrar certezas, uno debe buscar en la obra en lugar de en la vida:
“Cuando [Thomas Hobbes] se encontraba enfermo en Francia, fueron varios clérigos a verlo y a atormentarlo (…) él les dijo: “Dejadme en paz, o si no voy a desvelar todas vuestras falsedades, desde Aarón hasta vosâ€.
Contra el racionalismo de la investigación académica, contra la perspicacia crÃtica, Aubrey se inclina ante lo oculto, lo subjetivo y lo fenomenológico. Para él, el significado no se encuentra en el estudio, mucho menos en la vida de los biografiados; existe enteramente en el instante relámpago de la creación, una singularidad que precede a los procesos empÃricos y, por lo tanto, desafÃa toda comprensión.
“[Shakespeare] solÃa decir que nunca habÃa tachado un verso en su vida. Saltó Ben Jonson: “Ojalá hubiera tachado milâ€â€.
Para Aubrey, estas son las revelaciones que atormentan y dignifican el trabajo literario: para sentir su fuerza, sin embargo, debemos abstraer a los sujetos de estudio de la zona de confort de las opiniones recibidas. Sus opúsculos tienen un tono personal, casi conversacional. Excepcionalmente erudito, libre de toda afectación y bendecido por un buen humor innato, surge este libro fascinado por el chisme inveterado y la trivialidad desconsiderada. Intrigado por las interacciones de la mirada con lo demasiado mortal para ser mitologizado, nuestro anticuario anota inscripciones, cuenta historias, relata anécdotas. Sus cualidades: la claridad, la legibilidad, el encanto.
Para el autor inglés, el sello del genio es la locura. AsÃ, al menos, fue catalogado su único tÃtulo publicado en vida, Miscellanies: A Collection of Hermetick Philosophy (1696). Hay una cualidad ferviente, poseÃda, en la escritura de Aubrey, que ha sido apenas esbozada aquÃ. Su traductor al castellano, el catedrático de la Universidad de Salamanca Fernando Toda Iglesia (Porto Alegre, Brasil, 1952), tiene una sensibilidad parecida a la del autor, lo que redunda en la calidad de su trabajo. Sus frases, que a menudo se ejecutan de forma breve, concisa, al igual que pinceladas sobre un lienzo, resuelven gradualmente las partes en un todo cohesivo. Incorpora el británico inexactitudes para desestabilizar la facticidad del conjunto. Logra asà ese efecto tan difÃcil como mágico: conjurar la ilusión de espontaneidad.