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Caminamos, cambiamos 200 euros (pronto nos daremos cuenta de que eso es una minucia en esta ciudad…) y subimos en una especie de trasbordador galáctico que nos transporta a la estación de tren. Allà nos decidimos por el express, un ferrocarril que, por el módico precio de 25 euros, nos dejará en Victoria Station en 30 minutos. Eso prometen. Llega tarde. Ni de la puntualidad británica se puede fiar uno ya.
19.50 horas. En Victoria hay filas de personas mirando las pantallas. Ensimismados. Los letreros anuncian todo tipo de destinos, pero decenas y decenas de hombres y mujeres permanecen allÃ, inmóviles, impasibles ante el movimiento que proponen las letras rojas. Parece, más que una estación central, una casa de subastas. Una carrera de caballos desbocados.
Los viejos vagones, serpientes de larga cola, se mueven con la pesadez del hierro que transportan. Nadie escucha los crujidos de las vÃas porque se refugian en sus auriculares.
20.43 horas. Las ciudades, a veces, tienen una forma muy bestia de avisarte de que responden a inercias distintas a las tuyas. Un perro ha cruzado sin mirar. El sonido alargado, infinito, de un capó que se dobla. El aullido del dueño, agarrado a una puerta entreabierta. El coche y los intermitentes. El perro se esconde, presa del golpe y del pánico. Look left. Seguro que ahora no se nos olvida.
21.45 horas.
Huele a curry. Dejamos los bártulos en el apartamento, y bajamos en seguida. La calle está silenciosa. Nos hemos olvidado el adaptador para recargar la baterÃa. Entramos en un colmado abierto 24 horas. Además del adaptador (aquà tampoco les importa nuestro macarronismo lingüÃstico), compramos un vino chileno. En la esquina, hay un restaurante indio. No nos servirán alcohol, pero no les va a importar abrirnos la botella. Comenzamos a entender, con un gesto tan sencillo, la tolerancia que reina en Londres. Dos platos de masala, con pollo y gambas, y arroz blanco. El multiculturalismo no es una receta. Pero es buen comienzo.
23.35 horas. La noche se ha cerrado. Nos sentamos, con la luz apagada, en el comedor del apartamento. Las ventanas tÃpicas, de madera blanca, son el mejor escaparate de la ciudad nocturna. Enfrente, un neón rojo que palpita. Anuncian tatuajes y otros augurios de permanencia. El autobús de doble piso, y una bicicleta que le persigue como si le hubiese robado la iniciativa. Un taxi negro clausura la jornada, como una persiana que se baja.
14.10 horas.
Suena español por todos sitios en la ciudad en la que vivió durante tantos años Cabrera Infante. En el McDonald’s, los camareros llevan banderitas. Y, sin duda, España gana aquà otro mundial. Sin necesidad de Waka Waka. Entramos para vampirizar su Wifi.
14.43 horas.
Bajamos por Trafalgar, y en la plaza de la National Gallery, Londres comienza a ser la ciudad viva de la que todo el mundo ha escuchado hablar. Mimos, músicos, danza africana, policÃas y manifestantes, miran cómo la tarde reclama su sitio. Acudamos a Dickens: “Cuando reflexiono sobre el pasado de esta enorme metrópolis me parece asistir al desarrollo de una espectacular obra de teatro en la que los actores son reyes, reinas, prÃncipes, nobles, prelados, genios, poetas filósofos, estadistas y soldadosâ€.
Algunos entran en el museo (gratis, ¡gratis!) y otros, como nosotros, prefieren llegar hasta Westminster, cruzar el puente, realizar las postales de rigor, y pasear por uno de los lugares más placenteros de Londres. Encontraremos un mercado de libros de segunda mano, los skaters produciendo su banda sonora, conciertos en la suerte de rambla que bordea el Thames, hasta llegar a la Tate Modern (si caminan un poco más llegaran al Skakespeare’s Globe y al imponente London Bridge). La noria gigante nos recuerda que, si Heráclito tenÃa razón, acabaremos volviendo siempre a este bulevar.
Picasso comparte espacio con una obra de Jannis Kounellis en la que dos pájaros negros, atravesados por una flecha como si fueran las mariposas de Nabokov, le dan la tridimensionalidad a un dibujo pegado a la pared. Hay una retrospectiva de Klee y sus geometrÃas de color. Pero es una pintura de Chirico, de 1913, la que nos llama la atención. En La incertidumbre del poeta un busto femenino, sin rostro ni rastro, posa ante unas bananas. El deseo vive cuando uno se salta el muro de la fábrica de naturalezas muertas. Los arcos de un misterioso y oscuro pasaje que, si nos atrevemos a andar, nos lleva al convoy de los sueños.
19.12 horas.
Hemos vuelto caminado a la otra orilla. En Covent Garden nos reunimos con un grupo de amigos que viven en la ciudad. El pub es un ágora techada. “El hombre que puede dominar una conversación en Londres puede dominar el mundoâ€, nos advertÃa Oscar Wilde.
Escena única. Personajes: Guillermo (periodista y filósofo, está a punto de cumplir cuatro años en la ciudad), Merit (psicóloga, acaba de celebrar su primer aniversario en Londres, trabaja en un centro de apoyo a personas con peligro de exclusión social), Cristina (periodista de Santander, especializada en ciencia) y el interrogador (o sea, el menda).
EL MENDA: El clima no es tan malo. Sóis unos exagerados…
GUILLERMO: Los londinenses están molestos con que ParÃs sea conocida como la ciudad de la luz cuando llueve lo mismo y hay más niebla que aquÃ.
EL MENDA:
SÃ, pero acabamos de venir de la Tate y hemos pagado igual a cero. ¿Eso dónde lo encuentras?
GUILLERMO: Puedes entrar cinco minutos a ver momias egipcias si pasas por delante del British y continuar tu camino.
CRISTINA: Y siempre hay algo nuevo en la calle. La gente que te encuentras te sorprende.
EL MENDA:
¿La interculturalidad no es un mito?
GUILLERMO:
Londres no mira de dónde vienes sino cuánto dinero tienes.
MERIT:
La verdad que es una ciudad bastante más tolerante que Barcelona. Aquà coexiste gente de todo el mundo y por ese motivo son capaces de respetar lo foráneo.
GUILLERMO:
La limpieza de las calles. Y el precio de los alquileres. Por una habitación cerca del metro en Londres puedes alquilar un piso de 80 metros cuadrados en Barcelona.
MERIT:
El mar, la comida, los olores, las amistades…
(La conversación sigue su curso entre cervezas, fritangas y hamburguesas XXL).
EL MENDA:
El metro es carÃsimo, sÃ, pero habrá algo más barato, además de los museos…
CRISTINA: Volar a casi cualquier rincón del planeta es mucho más económico desde aquÃ.
GUILLERMO:
Los ingredientes de la cocina japonesa, asiática, africana. En España son productos delicatessen y aquà están en la estanterÃa del súper junto a los huevos y el porridge.
EL MENDA:
Lo terrible es ese liberalismo del que tanto presumen.
GUILLERMO:
El Reino Unido tiende a la beneficencia más que a un sistema de garantÃas sociales.
CRISTINA:
Yo lo noto especialmente en la Educación. Las matrÃculas universitarias se triplicaron hace dos cursos.
(Nos acabamos las cervezas. Son más de las once de la noche. Abrazos y besos. Se baja en telón).
15.45 horas.
Es enero, y el sol rompe todos los esteriotipos de la urbe gris. Es momento de regresar al aeropuerto. Groucho Marx se despedÃa mejor que nosotros: “Me voy porque el clima es demasiado bueno. Odio Londres cuando no está lloviendoâ€.
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros tÃtulos, de 'MalpaÃs' y 'La travesÃa de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).
1 Comentario
Oye! me encanto!! solo quisiera saber el numero de edicion de la revista y el numero de pagina! necesito hacer un ensayo y esto me ayudaria mucho solo que necesito la fuente
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