«No puedo escribir cuando estoy leyendo a Flaubert; o no puedo leer a Flaubert cuando estoy escribiendo; son dos cosas que no pueden hacerse juntas».
Si es por la magnitud de su producción, la reducida obra novelÃstica de Flaubert (1821-1880), si se la compara con sus paisanos seculares Balzac (1799-1850) y Zola (1840-1902) ―y con Stendhal (1783-1842), para completar el cuarteto de los colosos de la novela francesa del siglo XIX― parece relegarle al infierno de los segundones; pero, de los cuatro, es el único que tiene en su haber la novela perfecta y el relato perfecto.
«Flaubert nada, en las zapatillas, en el Sena, en el mar, y en el mundo, y en la frase. Imaginemos eso, cómo Flaubert se extrae de la frase, del libro, de los libros, del flujo de los textos, los suyos, los ajenos, tiene que extraerse porque se hunde de tal modo en sus textos y en los de los demás, que tritura poderosamente».
Flaubert for ever (Flaubert for ever, publicado en 2018 como parte del volumen Flaubert de la colección Les auteurs de ma vie) es el homenaje que Marie-Hélène Lafon, flaubertiana confesa, rinde a su admirado autor ―»a causa del imperfecto, es a causa del imperfecto»â€•.
«Il ne pouvait suivre aucune carrière, étant absorbé dans les estaminets. No podÃa seguir ninguna carrera, estando absorbido en las tabernas. El impávido gerundio pasivo, engarzado por una coma, moldeado en el mármol de la frase perfecta, definitiva y desopilante, insondable, abismal».
La autora mezcla la vida del autor y los personajes con los que tuvo relación a lo largo de su vida, con las tramas de sus propias novelas y los protagonistas de sus obras, para dar a la luz un improbable universo hÃbrido en el que la literatura no sustituye a la vida: es la vida.
«El amor de lejos no tendrá fin; permanecerá enquistado bajo la piel, clavado bajo las uñas, incrustado en el hueso, infundido en el tuétano; envejecido, alisado y tozudo, permanecerá, por más que madame Maurice [Élisa, esposa de Maurice Schlésinger] haya perdido su nombre de caramelo; diáfano y flotante como un velo de estameña en la luz irremediable de los veranos  cumplidos, permanecerá, danzando, bajo el grueso drapeado de las convenciones y las frases repetidas en ParÃs entre una Señora Madre canosa y un Señor Hijo barbudo».
En esa festiva mixtura de flaubertofilia, Lafon incluye trifulcas familiares: con su padre, con su hermano, con la hija de su hermana, con su cuñado; lÃos amorosos: George Sand, Louise Colet, la enigmática mademoiselle Leroyer de Chantepie, Élisa Schlésinger; amistades conflictivas: Maxime du Camp, los hermanos Goncourt, Sainte-Beuve; sus ambivalentes personajes: Charles y Emma Bovary, las dos Felicité; Salambó y HerodÃas; y sus epÃgonos: Rimbaud, Bergounioux y Michon.
«Flaubert a caballo. Flaubert fue guapo. Flaubert fue joven. Joven. Glorioso. Rubio, rizado. Alto y bien proporcionado. Flaubert tuvo dolor de muelas. Cayó fulminado a los diecisiete años en el camino de Pont-l’Évêque; no se sabe bien qué lo fulminó; fue fulminado y esquivó el Derecho y pudo empezar a devenir. Flaubert es inagotable. Flaubert for ever».