Volver a las consecuencias de morder el fruto del Ãrbol del Bien y del Mal es regresar al diablo y regresar a la inocencia. En esta esencia sobreviven las tres narradoras de los relatos de Tres truenos, la obra de Marina Closs (Misiones, Argentina, 1990) que sigue los pasos de autoras como Sara Gallardo, llevando a sus protagonistas a lugares donde tener alma serÃa un privilegio.
Expulsadas del paraÃso, de un probable hogar, aunque jamás se hayan movido del mismo emplazamiento, y también cuando emigran a pie, nos obligan a preguntarnos por la metáfora de la expulsión del ParaÃso: ¿Cuándo cometimos el error que nos condena? Y está, además, esa impresión de posible infierno en la Tierra, una sensación demasiado real, al preguntarnos dónde sucede lo que se nos relata, un lugar que se nos antoja escondido pero, tal vez, a muy escasa distancia.
![](https://revistadeletras.net/wp-content/uploads//2021/09/Tres-Truenos_Marina-Closs-195x300.jpg)
En realidad, somos inocentes. Eso pensamos mientras leemos episodios que nos hablan de un incesto muy ingenuo o de una infidelidad sin consideración por el duelo. También cuando confundimos tener sexo con amar. Es el sexo uno de los grandes desencadenantes del mal, parece decirse, uno de los motivos por los que somos seres perdidos. Y, sin embargo, consigue exponerse con una ingenuidad adolescente, con una sinceridad que nos empuja a perdonar cualquier pecado, o al menos a perdonarlo como hombres, pues ya habrá un dios que lo considere motivo para desalojarnos del ParaÃso.
El destino está en las filias de nacimiento de las tres narradoras: son perdedoras desde el minuto cero de su vida. Asà es como poseen tanta libertad para hablarnos. Se trata de tres monólogos directÃsimos, pues hablan sin cortapisas con uno o varios interlocutores. Closs manipula el lenguaje para darle una forma oral que podrÃamos considerar poco literaria, si consideráramos que la literatura tiene que ser solemne. Por suerte, no lo es. De ahà que este tono de confesiones resulte tan depurado y tan natural, y, sin embargo, se trate de un ejercicio de estilo muy elaborado. De ahà que la inocencia se entrelace con el desgarro.
La muestra nos habla de una soledad que nos atañe, pues cada cual somos protagonistas de nuestra vida, a pesar de que las decisiones no las tomemos solos, a pesar de que se nos impongan las consecuencias del pecado original. Hay algo de absurdo en los ambientes que recrea Closs, algo que con un poco más de impulso nos llevarÃa al humor, por las estúpidas costumbres impuestas que se reflejan, por ejemplo, o por la crueldad de las leyendas en las que crecieron las protagonistas. Pero se impone la imposibilidad de adaptarse. Se impone la sensación de que no existe la opción al descanso ni la alteración del placer. No se les dará ninguna satisfacción a las narradoras, a no ser que consideremos follar como una satisfacción. Son tres mujeres muy jóvenes, sin defensas elaboradas ante los acosos del planeta. Viven desconociendo que vivir puede entenderse como un regalo. Caminan por la selva brasileña o se alojan en una aldea endogámica. Cosen trajes para las bailarinas y entran a servir en la casa de un hombre con el espÃritu tullido. Son seres que nacieron minusválidos y cuya confesión solo explica, no justifica nada, porque eso que conocemos como destino carece de justificación posible.