Mark Strand | Foto: Kriller71

Itinerario en una noche sin fin

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Mark Strand | Foto: Kriller71

«A quién le importa si alguna vez fuimos jóvenes
-a los jóvenes no les importa, a los viejos no les importa
siempre y cuando no sean dejados atrás.»

Mark Strand se basó, para el título original de Puerto Oscuro (kriller71ediciones, 2019; traducción y prólogo de Adalber Salas Hernández), Dark Harbor, en una obra del pintor William Bailey, a quien dedicó en 1987 un ensayo. El cuadro, una naturaleza muerta, muestra una mesa sobre la que se aprecian una serie de objetos de cocina: una jarra de agua, varios frascos de distintos colores, una botella de vino, un candelabro, un colador… Los colores son ocres, azules, marrones; algo de naranja. La composición es en extremo formalista, de imágenes reconocibles; pero a su vez el conjunto posee algo abstracto que transciende la objetividad de las formas que lo componen gracias a que son una presencia tangible y con autonomía propia. Son objetos utilitarios que, sin embargo, parecen suspendidos de su utilidad.

«â€œEsta es la vida”, dijo, mientras alcanzaba la primera
de las muchas orillas del mar que buscaba, y se abrochó
el abrigo y alzó el cuello y comenzó a respirar.»

En Puerto oscuro, Strand compone un poema en prosa estructurado en un proemio seguido de cuarenta y cinco secciones de tercetos para crear un viaje, un itinerario, en el que un hombre se encamina hacia un futuro incierto en el que se abre un horizonte donde apenas se vislumbra la forma de una divinidad. O de algo. En un presente continuo absoluto, Strand hace convivir un pasado que se difumina, borrando recuerdos o haciéndolos borrosos, imágenes que poco a poco pierden sus formas y, por tanto, anulando su sentido, y un futuro que parece imposible de concretar.

«Siempre estamos a punto de despegar hacia un futuro
sin carga, como si pudiéramos dejarnos atrás, pero nunca
lo hacemos, por supuesto. Quién puede enfrentar el futuro,

especialmente ahora, como un nadie sin pasado
en el cual apoyarse, nada que pruebe que uno es
como todos los demás, con fotos de bebé

y fotos de Mamá y Papá en sus trajes de baño
anticuados, de alguna playa de los Maritimes.
Trabajamos el pasado para hacer más tolerable

el futuro. Ah, el pasado potencial, cómo se hincha,
cómo puebla los días ante nosotros con sentimientos
y posturas que habíamos desechado hasta ahora.»

El tono, al menos en su superficie, parece ser elegiaco, pero Strand reduce en gran medida esa sensación con un sentido del humor que, sin embargo, no disminuye la trascendencia de un poema que mira a la muerte y, por tanto, al sentido de la vida, desde una materialización de lo lírico a través de la prosa. El dolor por la pérdida, en su amplitud, planea en un poema cuyas imágenes parecen, entre lo narrativo y lo simbólico, evocar formas que, como en Bailey, resultan tan reconocibles como extrañas figuras en un paisaje que se descompone ante la mirada y la memoria del narrador. Y que no es otra cosa que su propia vida.

Puerto oscuro, en su proemio, comienza así: “Esta es mi Calle Principal”, dijo, y echó a andar. Para Strand, esa Calle Principal es el propio poema: deja patente que a partir de ahí se abre su poética cotidiana; para el narrador, es el comienzo de un viaje: es su forma de introducirse en la realidad, a la vez que el camino para salir de ella. Dentro de este viaje, Strand y su narrador se encuentran con citas, directas o indirectas, a poetas como Wallace Stevens, Yeats, Ovidio, Dante o Milton cuyas referencias crean un eco poético que amplía el sentido del poema creando un espacio muy específico para él. Como en el cuadro de Bailey, las diferentes formas poéticas referenciales que se dan mano en Puerto oscuro suponen una presencia, pero, sobre todo, una apertura hacia otras realidades diferentes. Strand incluye a esos poetas no por un mero ejercicio de cita, sino como formas poéticas que retrotrae del pasado para incluirlas en ese presente en suspenso que ha creado como territorio poético para Puerto oscuro. Strand arrastra a su narrador, y al lector con él, en dirección a unos pasillos poéticos de ensoñación que son espacios irreales, invisibles y remotos y que marcan una voz narrativa que se encuentra fuera de ese puerto oscuro, de esa habitación estrecha que confina a las cuarenta y cinco secciones que lo conforman.

Kriller71

«Â¿Lo que existe es acaso un recuerdo de la época
de la gran nada y la honda noche sin estrellas,
el tiempo antes de que empezara el universo?

Cuando nos miramos y no vemos nada,
¿no es acaso la confirmación de que somos menos
de lo que salta a la vista y encarnamos algo de

la noche de nuestros orígenes, y no es todo
un poco menos de lo que salta a la vista, recordándonos
que nuestra ignorancia se comprueba en la nada

a la que rinde honores? ¿Y no es cierto que
la pérdida de la memoria es la fuerza más poderosa
en la formación de la cultura, que el pasado

siempre es simplificado para hacer lugar
al presente? ¿Y no estamos más interesados
en lo que pudiera suceder o lo que sucederá

que en lo que ya ha sucedido, y así miramos hacia
la oscuridad e imaginamos una plenitud en la que
somos las estrellas, igual al vacío

del origen, haciéndonos nacer una y otra vez,
alzándonos de entre las ruinas o cenizas
del pasado? (…)»

Con Puerto oscuro, poema representativo de la segunda etapa poética de Strand, compone un itinerario dantesco en cuanto al movimiento, pero también un descenso órfico al inframundo de la poesía. A lo largo de la narración, ángeles y almas perdidas se mueven erráticos en círculos, queriendo alejarse, elevarse y marcharse, sin poder, ni tampoco querer, hacerlo o conseguirlo. Strand imprime a sus poemas de un marcado tono de melancólico, aquella que transmiten las figuras que transitan sus páginas queriendo tanto liberarse como permanecer.

El puerto oscuro que da nombre al poemario es tanto la entrada como la salida de la oscuridad a la que se encamina el narrador, perplejo ante la necesidad de alabar lo sencillo y simple como formas trascendentes, como receptáculos de una verdad existencial que Strand muestra con tanta melancolía como nostalgia hacia un pasado irrecuperable en el que quedaron multitud de cosas por hacer y por decir; en el que sus formas a modo de recuerdos se desvanecen en la memoria y quién sabe si, cuando él desaparezca, también lo harán esos recuerdos para siempre. Hay algo de arrepentimiento en su mirada con relación a aquellas oportunidades perdidas, pero también un sentido del humor que rebaja cualquier atisbo de tremendismo.

Strand modula con perfección su poesía para rozar un sentido de lo sublime que se anula en sí mismo: la poesía de Strand siempre la alcanzó, pero no por medios poéticos excesivos, sino desde la elegancia y la sencillez de quien, mirando a su alrededor, encuentra los elementos esenciales para trascender esa realidad. Y, en Puerto oscuro, para ir más allá de ese sentimiento de derrota ante la muerte. La materialidad de lo vivido, su presente, más allá que su recuerdo, su pasado, es aquello que dará sentido al futuro. Siempre y cuando este acontezca.

«El aire está lleno de angustia. Son pocas las medidas
de la nada. El Más Allá está simplemente más allá,
un lugar melancólico para las estrellas fallidas y caídas.»

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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