Juan de Dios García | Foto: Antonio Gómez

Matar el frío

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Juan de Dios García | Foto: Antonio Gómez
Juan de Dios García | Foto: Antonio Gómez

La editorial valenciana Germanía continúa ampliando su colección Viaje al Parnaso, dedicada a la poesía emergente escrita en castellano, con Ártico (2014), de Juan de Dios García Gómez, una lectura más que idónea ahora que el calor del verano se está disipando para dejar paso al frío, las noches alrededor de la estufa y la lectura concentrada en el hogar.

El frío, en numerosas ocasiones invernal, pero también glacial ante el sufrimiento de los demás y las experiencias que en un tiempo fueron intensas y ahora olvidamos con indiferencia, y el dolor, elemento indispensable para la superación, a la vez que recordatorio de nuestros castigos y del acontecer injusto de la vida, son dos palabras que cobran un nuevo significado dentro del poemario que Juan de Dios fabrica en medio de la devastación, luchando desesperadamente por un cobijo que pueda calentar la vida.

Si el personaje de Craig Thompson, que experimenta al principio la peripecia del primer amor (el que atrapa, el que nunca se olvida) y termina con una optimista frialdad ante las posibilidades del futuro, se corresponde como el modelo del radicante (el modelo topográfico que va describiendo progresivamente su propia trayectoria); las ambiguas sensaciones que se destilan del particular hálito del Ártico se encuentran más cercanas al conocido modelo del rizoma (el modelo botánico según el cual es posible conectar los fragmentos de forma múltiple para que den cuenta de algo común) al entrelazar toda una serie de experiencias dolorosas que muestran la amargura de la existencia.

Portada ÁrticookPero, acostumbrados a vivir en un espacio rápido y ruidoso, hemos olvidado, por desgracia, el profundo significado de los silencios como pausas necesarias en el camino. Si en 4’ 33’’ John Cage subvertía la música al proponer un silencio que permitiera al público reflexionar sobre su papel en la música (y, de paso, convertir el cronos temporal en tiempo aprovechado, kairós), el lector debe sentir la soledad del paisaje nevado. Para más tarde, en una acción añadida, coger un pedazo de hielo y mantenerlo. Sujetarlo. Agarrarlo. ¿A qué quema? La poesía tiene esa capacidad de traspasar, de hacer reflexionar sobre la vida diaria, aunque es el lector el que debe decidir el modo de aproximación.

Como también tiene la posibilidad, a modo del rizoma ya comentado, de tratar un abanico amplio de temas. A lo largo de todo el poemario emergen ecos de vivencias, de los «placeres sumergidos en el tiempo», que nos configuran y nos permiten «avanzar a ciegas abriéndose paso a través del pecho». Instantáneas de la vida que recogen la excepcionalidad de los iconos culturales, como Ulises, Napoleón o la misma Nancy Spunge:

«Â¿Morirías por mí?, preguntó Nancy. / Pero Sid solamente imaginaba / animales de fábula / palmeras rojas, plátanos azules.»

la presencia continua de los grandes maestros literarios: «Zaratustra no ha muerto»; y, por último, de la grandeza de los pequeños momentos diarios:

«Venimos de la nada / y a la nada llegamos, / eso dijo mi madre en el entierro. / No lo leí en Albert Camus ni en Sartre, / lo dijo madre, negro riguroso, / mirando un crucifijo tachonado / en el ataúd blanco de mi hermano.»

Pero las experiencias terminan siendo efímeras: las épocas pasan,

«se hace el silencio, alguien se suicida, / brotan pueblos, acaban dinastías, / se fermenta la fruta en el olvido, / nace una mariposa en la basura, / cordón umbilical, tabla de arcilla, / herramientas y libro de instrucciones, / hormigas pellizcando el corazón.»

Aunque esa tristeza por lo ya vivido, por los seres queridos que nos acompañaron y se fueron, no debe en ningún momento enturbiar las posibilidades del futuro:

«el pasado no existe, / construimos sucesivamente en él, / flores sobre el estiércol. / Sólo el blancor del semen borrará / tanto dolor y tanta oscuridad».

Pero el poeta, en ningún caso, no es alguien que posea la verdad absoluta: su voz es la de un eco que reverbera, choca y explota en todas direcciones reflejando la dualidad inherente del ser humano, las decisiones contradictorias, las barbaries y las superaciones posteriores:

«Si no amáramos, nunca destruiríamos. // Escribiré un poema después de Auschwitz».

Pero no todo es Tánatos, queda un hueco muy grande para las alegrías, las experiencias esperanzadoras y, al fin y al cabo, el poder incomparable de Eros. Aunque a veces sea necesario deshacer lo andado, repasar las bifurcaciones y las señales de prohibido el paso:

«Entiendes que la vida, a veces, para / y no adivinas quién pulsó el botón»,

mientras que las posibilidades truncadas y la sabia salada de las lágrimas van deshaciendo poco a poco la frialdad del hielo:

«Entonces estalló en su plenitud, / el dolor comprimido. / Nuestro corazón ártico volvió / a latir con el fuego de su muerte».

No hay nada prohibido, está todo por hacer, aunque sea una locura, una contradicción, teniendo en cuenta que, en la base,

«se permite desear, acariciar, desaparecer».

Porque, teniendo en cuenta esa amargura, siempre hay un resquicio para la esperanza,

«simplemente se trata de cerrar / puertas, abrir ventanas. No es la vida / una ciencia precisa».

Intentando que este tiempo, contradictorio e injusto en muchas ocasiones, merezca la pena y que el balance, al final, sea positivo. Pese a que

«siempre volverán. Siempre / Mundos nuevos con otras nuevas órdenes. / Vuelve otro horror científico, / otra visión del arte. / Otra imaginación, otra intención. // Y nunca despertamos. Ni lo haremos».

Sin embargo, aunque mi intención hasta este punto ha sido la de apuntar ciertas líneas temáticas con algunas referencias teóricas, esta crítica no estaría completa si no se señalara, de un modo breve, pero necesario, dónde se encuadra este acercamiento poético en la periférica Región de Murcia. En esta última década, entre las variadas aproximaciones poéticas a la realidad, que usan la posmodernidad, la crítica social o la cultura de masas, ha surgido también lo que se podría denominar poesía del distanciamiento personal. Según esto, el autor toma apuntes de la realidad, bebe de la experiencia cotidiana, de los sentimientos diarios y de los reveses de la vida, pero en sus obras no se inmiscuye directamente en esa realidad, sino que interpone una pared, un velo, entre medias para refinar y profundizar en soledad en lo que ha visto de una manera más meditada y reflexiva.

No ha sido casual la aparición del rizoma, pues se trata de abarcar como las raíces de un árbol una serie de experiencias separadas que, no obstante, comparten un nexo común muy definido; ni la del silencio, que permite transformar rápido flujo temporal en kairós, en aprovechamiento literario. Como tampoco lo es que la portada la haya diseñado José Alcaraz, perteneciente a este movimiento poético junto con Juan de Dios, al mostrar que debajo del iceberg, de todo lo que vemos diariamente, se encuentra todo un mundo escondido que… necesita ser tratado urgentemente. Quizá esto pueda comprenderse mejor, si no profundizar, con unos ejemplos.

Por un lado, José Alcaraz continúa la tradición de Rilke, según la cual «el poeta -el artista– ha de estar llamado por la vocación absoluta, por la conciencia de que se moriría si no escribiera, y debe aceptar esa exigencia vital sin preocuparse por lo que otros digan sobre lo que escriba» (Rilke, Cartas a un joven poeta). Es decir, que vale más escribir que publicar, que la poesía debe nacer como una necesidad y no como un pasatiempo, porque solo así, sintiendo qué estás haciendo, cuál es tu propósito, pero también qué te devuelve, la poesía hará su efecto. En su último poemario, aglutinado en torno a la idea de la tristeza como elemento indispensable que nos hace superarnos, entra la sinceridad, pero también los versos limpios de metáforas, llenos de humanidad:

«Como quien canta una canción / improvisando las partes / que no recuerda de la letra, / de igual modo se dignifica / una vida: sin detenerse, / con sentido, poniendo de sí / luz, entereza, palabras / que no dejen en blanco / el paso de los años; / y sólo al fin enmudecer, / cuando la voz se apague / y aún la música suene / desde un mundo / que se aleja de nosotros» (José Alcaraz, Edición anotada de la tristeza).

Por otro lado, Juan de Dios García, gran lector de la literatura española e hispanoamericana, continúa la tradición en la que el autor se desdobla en varios sujetos, iguales a él, que encarnan otras voces. En este caso el término clave es la ficción del yo o desdoblamiento para ofrecer distintas perspectivas contradictorias y complementarias a una verdadera, que el lector debe descubrir, claro, como el explorador asustado en la jungla que corta sin parar con su machete la vegetación. En esta línea, la influencia de los juegos literarios de Borges es muy clara: «pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro (…) No sé cuál de los dos escribe esta página» (Jorge Luis Borges, El hacedor). Ya que en esta obra el autor enuncia:

«Â¿soy real o estoy escrito? / A veces, caminando por la acera / de cualquier ciudad, paro e imagino / convertirme en poema entre la multitud».

Que la vida, al fin y al cabo, como bien reza el poema que viene a continuación, es una constante decisión, solo posible después de la liberación del pasado, de la apuesta por un futuro desdibujado, como la vanguardia que se dispone a chocar contra el enemigo sin temer por el resultado. Hagamos, entonces,

«como el atleta que ha sacrificado / su cuerpo y juventud por un cronómetro, / pienso en sílabas, números, acentos, / me olvido de sufrir hasta la meta».

Pues se trata de que la adversidad no triunfe, dejando una huella, un surco sinuoso en el que se alternan trayectorias gruesas y delgadas dibujando una cartografía indescifrable. Y podremos decir, en definitiva, cómo el dolor nos invadió, modelo y traspasó… Y vencimos.

Héctor Tarancón

Héctor Tarancón Royo (1991, Albacete). Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Murcia (2009-2013). Máster Universitario en Filosofía Contemporánea (2013-2014). Vocal de la Asociación AHARMUR. Colaborador y Redactor en "Tebeosfera". También ha colaborado en "Culturamas" y "El coloquio de los perros" con reseñas, artículos sobre literatura y entrevistas, y participado en el I Congreso de Jóvenes Historiadores del Arte. Su línea de investigación se centra en la cultura visual y las relaciones, cada vez más estrechas, entre el arte contemporáneo, la cultura de masas y la literatura.

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