“Yo intento que las palabras tengan un sentido otro que nos diga. Intento hacer mi propia dicción del mundo. Cecilia, en cambio, despeña los significados. Su silencio es la carne de mi mundoâ€.
Asà habla Emilio Terán, uno de los tres hermanos ecuatorianos que comparten piso en Barcelona con la mexicana Kiki Ortega, absorta en la escritura de una novela pornográfica, su compatriota Iván Herrera, en lucha contra sus deseos de autocastración, y el Cuco MartÃnez, español, hacker vocacional y carterista ocasional en las Ramblas, asà como artÃfice del ominoso videojuego que da nombre a esta novela, una de las más perturbadoras y osadas que haya sido publicada en España en los últimos años y que desentona del conservadurismo estético hegemónico en la narrativa española, lógica consecuencia de la concentración en unos pocos grupos editoriales regidos casi exclusivamente por la lógica económica y no por la “economÃa al revés†que según Pierre Bourdieu rige en los espacios autónomos del campo literario, y que se basa en la promoción de lo diferencial que da pocos réditos económicos en el presente pero gran capital simbólico a largo plazo. No es por ello casual que la editorial independiente Candaya haya publicado buena parte de la narrativa más renovadora de los últimos años, desde los primeros libros de AgustÃn Fernández Mallo o Javier Moreno, a una novela como AnatomÃa de la memoria, del mexicano Eduardo Ruiz Sosa, quizás el dispositivo narrativo más complejo y logrado publicado en castellano en la última década.
Nefando, de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) se articula en una polifonÃa de seis voces que giran en torno de lo que es inefable porque es “nefandoâ€, imposible de ser referido sin repugnancia u horror. Ello dota al texto de una tensión no organizada linealmente hacia la resolución del enigma, sino en una espiral que nos absorbe como lectores. Ciertamente, si entendemos que lo que hace que una novela nos resulte inolvidable no es la intriga, sino los personajes, también es evidente que la literatura, nos guste o no, gana con la representación ficcional de seres fuera o más allá de lo normal, perturbados en cierto modo. Alguien como Iván Herrera, acosado por pensamientos de automutilación, transmite una autenticidad innegable, y también un germen de anticonformismo que no renuncia al humor sarcástico (inolvidable su parodia de cierto escritor español, innombrado pero fácilmente reconocible, impartidor habitual de cursos de escritura creativa, en las páginas 25 a 29, y que recuerda a la antológica realizada por Luis MartÃn-Santos sobre Ortega y Gasset en Tiempo de silencio). La novela, de apenas doscientas páginas, concentra toda una red de juegos de espejos y mises en abyme. AsÃ, el triángulo que forman Diego, Eduardo y Nella en la novela pornográfica que escribe Kiki Ortega, refleja evidentemente el de los tres hermanos Terán, unidos por los abusos que sufrieron por parte de sus padres, y que han integrado como vÃdeos de pederastia en el famoso videojuego. Por boca de sus distintos narradores se van deslizando verdaderas perlas de la poética narrativa de esta prometedora escritora. “Para escribir habÃa que ir más allá de uno mismoâ€, dice Iván Herrera, y eso hacen todos sus personajes, forzando sus lÃmites, lejos de cualquier autocomplacencia. Esta novela es, inevitablemente, tanto dicción como disección de lo dicho, y cuestiona tanto nuestro modo de ver el mundo (empezando por los valores y tabúes más reconocidos) como nuestra manera de expresarlo.