El interlocutor de la colección de ensayos La voz extraña (Ediciones Universidad Diego Portales. Edición de Leila Guerriero) es un alma errante. El alter ego del narrador y poeta argentino Fabián Casas (Buenos Aires, 1965) es un hombre obsesionado con la memoria. Su verdadero rostro es estatua de Jano, la cara falsa mirando al frente, la verdadera en la parte posterior de la cabeza, mirando hacia atrás con ira:
“Me gusta pensar que Jimmy Page y Carlos Slowhand caminaron en cÃrculo, orbitándose como planetas, por las calles de Buenos Aires. En algún punto se deben haber tocado, tienen que haber estado en el mismo lugarâ€.
Los lectores deben colaborar en la construcción del significado. Casas no cree que su papel como autor sea alimentar con información a un lector pasivo; en su lugar, prefiere que este colabore, proyectándose en la lectura. Las palabras que dedica al autor Elvio Gandolfo en “Función social de la poesÃa†pueden aplicarse a su propio discurso:
“Un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor del mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos se modifican para siempre en la percepción de sus lectoresâ€.
Casas construye un laberinto y luego nos deja libres para explorarlo. Su prosa intenta poner ideas en nuestra mente, se deshace en interpretaciones, pistas y personajes. Las capas de significado son infinitas:
“Pienso que la derecha existe y que existe la izquierda. Pienso que la naturaleza, por ejemplo, es de derecha. La naturaleza solo se preocupa por la naturaleza. Si un impala de la manada es deficiente, que se lo coma el león para purificar la especie. En este sentido, la izquierda es un tumor para la naturaleza. A la izquierda –como yo la veo– le interesa preservar y proteger a ese ser que no consigue correr a la par que los demásâ€.
Los lectores (o al menos los más atentos y curiosos) nos vemos acosados por una incapacidad para dejar de reflexionar sobre las ideas que se forman dentro de ese laberinto. A veces no encontramos la manera de salir. Las más, no queremos hacerlo.
La experimentación formal de La voz extraña es un placer que se renueva con cada lectura. Su prosa es rica en reflexiones metafóricas. El libro está escrito en los márgenes de la vida, pero estos márgenes proporcionan ocasión más que suficiente para encontrar en ellos al ser humano y todos sus predicamentos humanos, demasiado humanos:
“…esos seres –padre e hijo– que caminaban muertos de hambre, recorriendo las calles con su changuito metálico en el fin del mundo, nos resultan muy familiares. Son los desplazados de nuestro sistema social, que salen por las noches a juntar la carroña que les dejan los que tienen techo. En la novela de McCarthy, el fin del mundo es más democrático –los implica a todos–; en nuestro territorio el fin del mundo ya empezó y es exclusivo para miles de pobres. Este no es paÃs para cÃnicosâ€.
“James Joyce pensaba que la Segunda Guerra Mundial era una mierda porque impedÃa la expansión de la fuerza del Ulises. Francamente un artista es alguien en quien no se puede confiar. Su arte está por encima de todo y el cambio radical de una sociedad debe venir por el genio colectivo y no por la recalcitrante individualidad de esta genteâ€.
Para Casas, una página encarna fÃsicamente una idea o un sentimiento, algo que el lenguaje por sà solo no puede expresar. Su angustia existencial es algo que trasciende edad e ideologÃa. La voz extraña es una de esas experiencias que ningún bibliófilo digno de ese nombre deberÃa perderse.