Notas sobre realidad, ficción y tiempo

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 Antonio Tajuelo | Flickr Commons
Antonio Tajuelo | Flickr Commons

La tempestad lo arrastra irremisiblemente hacia el futuro al que da la espalda.
Walter Benjamin

La cita que encabeza este texto está contenida en 10.04, la nueva y excelente novela de Ben Lerner (Kansas, 1979), publicada recientemente en la editorial Reservoir Books. Figura bajo la imagen Angelus Novus, de Paul Klee, y parece aludir al modo peculiar en que Lerner aborda las relaciones entre ficción, realidad y tiempo. Vayamos por partes.

La amenaza de un huracán se cierne sobre Nueva York, lugar donde reside el protagonista, un joven escritor que goza de un notable reconocimiento literario. La ciudad en alerta se vuelve un motivo fabuloso para narrar la vulnerabilidad individual y colectiva. Da la impresión de que el protagonista y los demás personajes caminaran sonámbulos entre las ruinas de un presunto futuro. Un porvenir que organiza el presente y lo pone en entredicho. El mismo protagonista dice no saber leer, en esa atmósfera de terribles presagios, “la ficción realista que aparenta ser el mundo.” El mundo se resquebraja bajo los pies y la visión cambia. En una de las tiendas, que aparece en las primeras páginas de la novela, la gente se amontona para abastecerse de productos y el joven escritor, al que acompaña Alex, su mejor amiga, cuenta:

“Alex me saludó y la noté cambiada, irradiaba algo inespecífico, pero conforme nos abríamos paso entre la muchedumbre con la mayor delicadeza posible comprendí que lo más probable era que el cambio estuviera en mi mirar, porque todo lo que quedaba en las estanterías también me pareció un poco cambiado, un poco cargado. La relativa escasez resultaba extraña: en lo que habitualmente eran los luminosos pasillos de la superabundancia ahora se abrían grandes huecos vacíos.”

Reservoir Books
Reservoir Books

Todo, incluso un insignificante bote de café, adquiere nuevos significados. Es como si el aire cargado de premonición hiciera confluir las conversaciones de la gente en la calle, en las colas o en el cine en torno a un único tema: la tormenta. Sus posibles secuelas propician una fractura en la forma habitual de proyectar la mirada sobre el mundo de lo real. Al fin y al cabo, este es lo que nos contamos de él, una ficción más entre otras posibles. Y la realidad, da a entender Ben Lerner en su novela, se revela aún más ficticia en momentos de incertidumbre que descubren su falsedad. De hecho, 10.04 trata, según palabras de su autor en una entrevista que le hizo Andrea Aguilar en Babelia, “sobre los efectos reales de la ficción o la manera en que la realidad está organizada en torno a ella.” No sostiene Ben Lerner, en cualquier caso, una perspectiva fatalista. La revelación del carácter ficticio de una realidad no refuerza la distancia entre ficción y mundo.

Vivimos experiencias reales ficcionalizadas, parece insinuar Ben Lerner. Por tanto, reconocer las flaquezas de una determinada ficción que habla del mundo abre la puerta a ficciones alternativas. Y todas ellas, para bien o para mal, afectan nuestras vidas. La manera en que se edifican y destruyen realidades –entendidas en el sentido apuntado aquí– subyace como objeto de reflexión en 10.04. Ficción y realidad se confunden o sus fronteras son cambiantes. Ocurre igual con la noción temporal. En una escena del libro se encuentra el protagonista en casa de Alex. Ambos preparan la cena mientras escuchan por la radio las últimas noticias sobre el avance de la tormenta. Se espera que toque tierra de madrugada. Son todavía las diez y hay todavía electricidad, pero, atemorizados, se sientan a comer a la luz de unas velas, como si la tormenta hubiese llegado. Viven en el presente una experiencia de futuro. Lerner escribe con su característica ironía sobre ello:

El peligro y la magnitud de la tormenta nos pareció real; quizá porque la comida recordaba a la última cena, quizá porque comer juntos creaba una sensación de familia contra la que podíamos calibrar la amenaza.

Los dos amigos se meten en la cama, en previsión de quedarse sin internet, deciden ver en DVD El tercer hombre, proyectado en la pared del dormitorio. Eligen esta película porque transcurre en una ciudad en ruinas, tal vez parecida a la que ellos suponen que viven. Mientras la ven, ficción y realidad se confunden.

Las sombras de los árboles doblados por los vientos cada vez más fuertes al otro lado de la ventana se movían sobre la imagen proyectada en la pared blanca, convirtiéndose en parte de la película, como si siguieran el ritmo de la música de cítaras; qué fácil se cambia de mundo, me dije.

También se anula la distancia entre los diferentes espacios temporales. La novela de Lerner se desplaza de continuo en tiempos simultáneos. A veces transcurren diferentes tiempos de forma paralela. Memorable es el momento en que Alex y el protagonista ven en el cine El reloj de Christian Marclay. En la película, que dura veinticuatro horas, cada escena marca la hora que coincide con la del mundo de lo real. La obra está pensada para borrar la distancia entre el arte y la vida o fantasía y realidad, de modo que los tiempos dentro y fuera de la película están sincronizados. Sin embargo, algo empuja de pronto al protagonista a consultar la hora en su teléfono. En ese trecho que va del reloj de la pantalla al de su muñeca se le abre un mundo de nuevas posibilidades narrativas fuera del tiempo como tal.

Regreso a la escena de la noche en la casa de Alex. El protagonista, después de ver El tercer hombre, pone Regreso al futuro. A esta película le debe la novela su título, 10.04. Como botón de muestra de la presencia simultánea de los tiempos en esta novela, transcribo un fragmento:

Escuché las previsiones meteorológicas mientras Marty viajaba hacia 1955 (…) y luego intentaba regresar a 1985, cuando yo tenía seis años (…). En la película les falta plutonio, el combustible del coche que viaja en el tiempo, en cambio en la vida real el plutonio se filtra en el suelo de Fukushima; Regreso al futuro se adelantó a su época.

Esa madrugada no se desata aún la tormenta. Llega una cierta calma. El protagonista y Alex se habían entregado antes, atrapados por el miedo, a una intimidad física inhabitual entre los dos amigos. Luego se disuelve esa intimidad a la vez que la tormenta. En el siguiente pasaje del libro el tiempo presente y futuro se difuminan por los bordes.

Como tales momentos habían sido propiciados por un futuro que nunca llegó, no podían recordarse desde este futuro, el presente, alcanzado.

Es una cita que recuerda a la otra que abre este texto:

La tempestad lo arrastra irremisiblemente hacia el futuro al que da la espalda.

En otros fragmentos se sitúa el protagonista en el pasado, imaginando un futuro que en realidad ya ha sucedido. Un porvenir del que, paradójicamente, se puede hablar porque ya se cumplió en el presente. Ha dejado de ser futuro. Recuerda, por ejemplo, a un amigo de su infancia que terminó muriendo en circunstancias dramáticas.

Qué triste construir un diorama del futuro con un niño que sabes que se ahorcará por las complejas razones que fueran en el sótano de sus padres, a los diecinueve años.

En el futuro ser pueden citar todos los momentos del pasado, “inclusive aquellos que desde nuestro presente actual pasaron pero no ocurrieron”, dice el protagonista de la novela. Ben Lerner tiene en cuenta, en este sentido, la parte de la vida que se revela como ficción, pero que se experimenta como real o como mentira verdadera. Somos lo que nos cuentan y lo que inventamos de nuestra biografía. De igual modo, los recuerdos que tenemos de nuestra vida y del mundo en general solemos vivirlos como provenientes de experiencias directas, aunque sean transmitidos. Mientras tanto, cualquier mentira se torna verdadera si se cree en ella.

La noción de futuro se convierte, además, en una quimera cuando se manifiesta la distancia entre presente y pasado. Y viceversa. Así reflexiona el protagonista, observando en compañía de un niño una exposición de presuntos dinosaurios:

Me recordó a El planeta de los simios u otras películas de los años sesenta y setenta que había visto de niño en los ochenta, películas cuya distancia del presente se evidenciaba sobre todo en lo pintoresco de los futuros que imaginaban; no hay nada en el mundo, pensé para mí, más viejo que lo que era futurista en el pasado.

El futuro, como escribí más arriba, puede vivirse como si estuviera sucediendo. También, sin embargo, como si ya hubiese ocurrido. Le sucede al protagonista, mientras piensa en el examen médico al que deberá someterse enbreve. Le diagnosticaron una enfermedad grave y las pruebas le dan pánico:

Me imaginaba con tal claridad al cardiólogo entrando a informarme de que la velocidad de dilatación requería una intervención inmediata que era como si ya hubiera ocurrido; predecirlo era como recordar un acontecimiento dramático.

En la novela se corresponden con frecuencia las similitudes del pasado y las del futuro. En ella el pensamiento avanza una y otra vez de forma discontinua, entremezclando los tiempos, los espacios y las vivencias. Y todo lo que se experimenta como real o inevitable, dice Ben Lerner en la entrevista de Babelia, es hasta cierto punto provisional. Pero “no se trata de que nunca puedas llegar a la realidad porque todo es lenguaje, sino de entender que vivimos a través de narraciones.” Apuntan estas palabras a la idea desarrollada aquí anteriormente sobre las fronteras cambiantes de ficción y realidad. Ambas comparten la misma piel. Sobre esta base forja el autor de forma magistral una novela intertextual y poética, rebosante de sutil ironía. Su escritura experimental tiene rasgos, o eso me parece a mí, vilamatianos. Guarda cierta semejanza no solo con la escritura de Enrique Vila-Matas. A veces recuerda la de Rodrigo Fresán, Roberto Bolaño, Sergio Chejfec y otros como Winfried G. Sebald. De cualquier manera, con un estilo particular, propio, de intransferible personalidad. En 10.04 encontrarán los lectores cultura, literatura y poesía, así como innumerables reflexiones interesantes sobre la creación literaria, la edición de libros, el presunto plagio literario, la fragilidad, la corrupción, el amor,… Y todo ello se narra a través de historias que se expanden en círculos concéntricos, unas dentro de otras ad infinitum.

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

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