Imaginemos una ciudad de muebles vacÃos. Una metrópolis hecha de camas, sillones y escritorios deshabitados. Un simulacro y una ausencia. Imaginemos un pasillo largo. Oscuro. En el que la niña corre disimulando el miedo y el deseo. Al final de la galerÃa, como un destello, el olor a madera. La animalidad de la mano. Lo ancestral de la ternura. La artesanÃa del gesto. Ése podrÃa haber sido el escenario de esta conversación. O de otro desvelamiento.
La segunda jornada del festival internacional Cosmopoética reunió, en la sala Orive de Córdoba, a Paula Bonet y a MarÃa Sánchez. La artista valenciana habló de Roedores y Cuerpo de embarazada sin embrión, dos libros que acaba de publicar, y que dan un puñetazo en el estómago al silencio y al estigma. La poeta cordobesa, veterinaria de profesión, reivindicó la vida rural, tan llena de vida como de muerte, un mundo inalienable que ha sabido plasmar en Cuaderno de campo, volumen sobre ceremonias y dehesas.
“La poesÃa está en la miradaâ€, defiende Bonet, quien siempre ha apostado por el diálogo entre las artes, entre la palabra y la imagen. Preguntada por qué es la pasión, la valenciana convoca la belleza y el dolor en una búsqueda estética que es refugio, pero en continuo desplazamiento. En el libro, ese nomadismo de la madriguera es una intimidad fraternal, jamás literal. Desde donde nos muestra ese ruido, ese estrépito, cuando no se nos permite habitar un duelo si no hay bautismo previo.
¿Es, ahora más que nunca, el nombrar lo innombrable la mayor de las resistencias? ¿Qué significa, hoy, aquÃ, que el verbo se haga carne?
“El creador sigue caminos como el investigador cientÃfico, y la poesÃa nace de esa mixturaâ€, dirá Sánchez. La autora insiste en la importancia del destello, una electricidad que también aporta el campo. “Aprendo más de un pastor que de un escritorâ€, asegura.
Se niega MarÃa Sánchez a hablar del mundo rural desde la nostalgia. Lo hace desde la cotidianidad temprana, desde la jornada inagotable. No se puede hacer desde la distancia frÃa y abstracta. En eso ve la poeta un sÃmil entre el feminismo y el campo, espacios en los que el lenguaje construye un arma de liberación colectiva. “Lo más importante de este paÃs está pasando en los márgenesâ€, sostiene.
No hay fórmulas mágicas en ninguno de los dos casos. El éxito, para ambas, es poder ir sorteando la idea de producto cerrado, las expectativa del contexto. E incluso del público que intenta dirigir la la mirada.
Nombrarse es, pues, ir encendiendo esos focos cerrados de las habitaciones, apiladas como cuerpos, a las que nadie se ha atrevido a bautizar. En los pasillos y en los destellos. No nominamos para expulsar. Lo hacemos para tocar con los manos el rostro del tabú. Y todas sus grietas llenas de luz.