Foto: Vinsky 2002 | Pixabay Commons

El unicornio en el café Libertad

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Foto: Vinsky 2002 | Pixabay Commons

Hora es de llamar a las cosas por su nombre. En la literatura como en tantas otras cuestiones de la vida existe un momento en que hay que decir, ¡basta ya! Hasta ahora la poesía española parece obedecer a un solo canon, o, mejor dicho, a un solo gurú, tan poderoso, que nadie se atreve a oponerse a él, a contradecirlo en lo más mínimo, porque ¡ay de aquél que ose a enfrentársele! El silencio será la condena y ya nunca más podrá vivir de sus migajas. Ocurre ahora lo mismo que con aquella eclosión mercantilista y efímera que allá por los años 60 se llamó Novísimos y que silenció a otro elenco de poetas de gran calidad y diferencia estética notable.

En nuestros días, y aún después de un momento que parecía que otra “poesía era posible” con aquella “rebelión de los diferentes”, que luego vino en llamarse poesía “De la Diferencia” y que bien por sus luchas internas o por la hegemonía de la llamada poesía “De la Experiencia”, que aún cuenta con el poder mediático, junto a las grandes editoriales, digo, poco ha cambiado la situación, y sin embargo, a raíz de la publicación de La otra mirada y El unicornio en el Café Libertad, ambos autoría del también poeta, profesor universitario y ensayista Pedro Rodríguez Pacheco (Sevilla, 1941), parece que vuelve a estar vigente el argumentario que sostuvo a “La Diferencia” y con el que, posiblemente, muchos poetas actuales estarían de acuerdo.

Ediciones Carena

Salvando la distancia del tiempo, en aquella diatriba de “Novísimos” y “Poetas del Lenguaje” o “Promoción del 60” como se la llamó también, en la actualidad, se dan parecidas circunstancias entre seguidores de una “poesía de la Experiencia” (¿acaso puede entenderse la creación poética ajena a la experiencia?) y el resto de poetas tan ajenos a este movimiento, como diferentes en su concepción de la poesía. Dicho lo cual, es de una oportunísima aparición El unicornio en el Café Libertad. 25 años después. Antología. No es este un libro más, un texto pretencioso y oportunista, todo lo contrario. Tras el paso de los años, con una mirada serena y respetuosa, sabiendo que sólo los argumentos y el análisis son los aliados del investigador o ensayista, también de la justicia poética, se puede vislumbrar el hecho histórico que supuso aquella “rebelión de los diferentes”, poetas todos en el más puro sentido de la palabra, como lo demuestran las diferentes poéticas de cada uno de ellos, pero siempre bajo el paraguas de la Poesía.

Si ya en La otra mirada, Rodríguez Pacheco expuso ampliamente el devenir “De la Diferencia”, sus orígenes, sus causas y objetivos o metas, con El unicornio en el Café Libertad, de una manera resumida aporta su particular visión, al tiempo que analiza pormenorizadamente las poéticas de cada uno de los vates antologados y que fueron artífices de aquella rebelión: Manuel Jurado López, Pedro J. de la Peña, Ricardo Bellveser, Antonio Enrique, María Antonia Ortega, José Lupiáñez, Concha García, Antonio Rodríguez Jiménez y Fernando de Villena. Es, pues, de agradecer que, con absoluta libertad, su autor, Pedro Rodríguez Pacheco, se haya desnudado y presentado, con la honestidad que le caracteriza y el conocimiento experiencial adquirido también por su relación con aquella propuesta “De la Diferencia”, ante el lector, a sabiendas que muchos serán, todavía, sus detractores.

Con todo, es de reconocer que pocos son los que se atreven a “enfrentarse” dialécticamente al contrario, siempre desde el respeto. Y todo ello lo demuestra cuando, desde un sentido crítico, analiza la obra de cada uno de estos poetas. Rodríguez Pacheco toma como símbolo al Unicornio y lo hace presente en el Café Libertad donde aquellos poetas se reunieron para rebelarse contra el sistema; el Unicornio: “Un animal fabuloso…, con figura de caballo, que lleva un solo cuerno muy puntiagudo sobre su frente. Es veloz y muy valeroso. Según la leyenda nadie podía cazarlo por la fuerza”. En su recorrido por la poesía de estos autores, Rodríguez Pacheco no ceja en su empeño por demostrar la vitalidad de aquella rebelión en el marco de la poesía española del siglo XX. De Manuel Jurado López, el primero de los poetas seleccionados, Rodríguez Pacheco dice: “Jurado López es un cóndor sobre las altas cimas de la poesía: andaluza hasta la médula ha sabido asumir ese “río interior” y dejarse llevar por su corriente hacia otros mares de civilización y plenitudes fraternas”. De Poemas de Ginebra, estos versos:

“Soy hombre y mujer al mismo tiempo porque ya estás / en mí igual que la palabra que pronuncio / para que la oigas tú y caiga en mí, muy honda, / como en un pozo.”.

Escribe Rodríguez Pacheco sobre el siguiente antologado: «La poesía de Pedro J. de la Peña se mueve entre dos polos que, sin ser antagónicos, distinguen dos poéticas, y aunque con carácter oposicional para que el sistema funcione, el poeta intenta que sus universos, los íntimos y los exteriores, es decir, los de la vida y su experiencia y los de la cultura (los paisajes del sueño y los de deseo) encajen en esa caja china de múltiples registros». De El soplo de los Dioses, estos versos:

“Cuando un amor se pierde es asunto sabido / que los débiles buscan desamores livianos / que ayuden a ahuyentarlo.”.

El siguiente perfil trata del poeta valenciano Ricardo Bellveser, de quien escribe Rodríguez Pacheco: “La poesía de R. Bellveser se nutre de urgentes afirmaciones y, seguidamente, de sus refutaciones; es una tensión en la que el sujeto poético vive su sinvivir”. De su poesía seleccionamos estos versos:

“El tiempo tenaz todo lo ha cambiado: / el techo no es tan grande, ni tan alto, / ni tan misterioso, ni me acongoja. / La cama, sólo es un campo de plumas / que el tiempo con la muerte ha desolado.”.

Del perfil poético de Antonio Enrique, escribe así Rodríguez Pacheco: “Antonio Enrique, como poeta, en su esencialidad como poeta, es un místico humanista…Esa rehumanización que compromete a toda la Naturaleza, es el hallazgo diferencial de Antonio Enrique”. De La palabra muda, estos versos:

“No me importa morir / porque he conocido a la mujer / que ha sido mi madre, mi hermana, / mi amante y mi amiga: / El todo mi ser.”.

Nos descubre ahora Rodríguez Pacheco el perfil poético de María Antonia Ortega: “En toda su obra se detecta un profundo ardor, un fuego, un magma volcánico que cuando entra en fase eruptiva y se derrama libre por las laderas de su universo, nos deja esas ascuas incandescentes que son sus poemas, sus revelaciones, sus iluminaciones…”. De El emparrado, sean estos versos:

“Mi alma es antigua / y ya no volverá a reencarnarse; / por eso necesito el desierto / y los días de luz interminables, / igual que antes la proximidad / de los cuerpos”.

José Lupiáñez, para Rodríguez Pacheco es ese inmenso poeta proclive “a dos grandes movimientos que vertebraron -y para algunos aún vertebran- el universo de la creación literaria: el Barroco, como tiempo de violenta aceleración temporal y, más acusadamente, el Modernismo”. En su sabiduría, capacidad de creación y emoción confía el antólogo; de su poesía estos versos que la ilustran:

“Mis manos acarician la piedra / en esta inmensa grita del mundo. / Hasta hoy fue el desierto, / con su aliento de fuego, azotándonos / sin misericordia, y la arena en los ojos / o los labios cuarteados por la sed”.

La poeta cordobesa afincada en Barcelona, Concha García es, para nuestro antólogo, otro de los perfiles elegidos y de ella habla así: “Concha García había montado su insurrección heterodoxa ejerciendo una especie de violencia en el lenguaje normativo que era de uso canónico en las hegemonías…”. Aquí una breve muestra de sus versos:

“…Tú me amas. / La hermosa nada que recupero / me pasea en automóvil”.

Si hay un poeta que, por su vitalismo, “La Diferencia” irrumpió en el panorama poético español con fuerza inusitada, ese es Antonio Rodríguez Jiménez. “El “yo” poético de Rodríguez Jiménez -nos dice R. Pacheco- lo es blindado por seres mitológicos, intuiciones fantásticas, espectros que se reparten lo benéfico y lo maligno”, y añade: “Rodríguez Jiménez es prototipo del paroxismo visionario, lleno de intuiciones y de frenesíes fantasmales”. De su poema inédito Escala primera tomamos estos versos:

«Las escalas indican el momento vivido, / el pasado de humo, el presente / de plástico y el futuro de goma, como un alambre que se derrite / una y otra vez hasta que chorrea como un líquido más ligero que / el agua».

De Fernando de Villena, último poeta antologado, R. Pacheco escribe: “El proyecto poético de Fernando de Villena lo es en constante erupción: todo lo incita, todo lo provoca. Hay, principalmente, cuatro elementos conformadores o incitadores en su poesía: el amor, el tiempo, las creencias y los paisajes del mundo con sus consanguíneos: la alta cultura, sus símbolos y mitos”. Reflejo de su humana condición, sean estos versos pertenecientes al poema Vacilaciones de la fe:

“No sé si de verdad existes, / pero ahora quisiera / que de verdad existieses / para sanar tanta pena, / para colmar tanta esperanza”.

Esta ha sido una pequeña muestra de lo que significó, y creo que convendría decir, lo que aún significa hoy “La Diferencia”, conscientemente silenciada por quienes todavía mantienen la hegemonía poética en España, tan alejada de la calidad que requiere toda creación que se precie.

José Antonio Santano

José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957), cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Actualmente es miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios y de las Juntas Directivas de ACE-A (Asociación Colegial de Escritores de España, Sección Autónoma de Andalucía), AAEC (Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios).

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