Pentimento. Enrique Gracia Trinidad
Sial Ediciones (Madrid, 2009)
Si hacemos una radiografÃa de este libro veremos que el esqueleto está formado por la tristeza, el abatimiento y la pérdida, pero también por la ironÃa y la esperanza, y que a estos huesos los recubre una carne trufada de imágenes sorprendentes y versos escrupulosamente trabajados. Éste serÃa, para mi, un resumen poco ortodoxo de Pentimento, el último libro de Enrique Gracia (Madrid, 1950), publicado por Sial Ediciones.
Desde el cuadro de la portada de Teo Puebla (magnÃfico, por cierto) al último poema del libro, aparece el desengaño y la constatación del paso del tiempo; es tarea del poeta, entonces, mirar atrás y rendir cuentas con uno mismo: de ahà el tÃtulo, pentimento («arrepentimiento» en italiano). En palabras de Ed Robinson en las notas iniciales al libro, «En la vida real, ¿quién podrÃa ejercer el pentimento, arrepentirse, corregir lo vivido, cambiarlo, añadir nuevas capas de pintura hasta que lo nuevo ocultara lo antiguo?», y este poeta madrileño, a falta de técnicas reales para llevar a cabo tal empresa, se sirve de la ficción para sacudir el pasado, destilarlo y diluirlo en un presente negro (… esa oscuridad/ hace ya tiempo que nos envuelve) que tiene a la muerte como telón de fondo o como protagonista (La última dama, Un dÃa más) y con la que entabla un diálogo en el poema La visita oscura, delicioso, lúcido e irónico.
Sin embargo, también aparece, como leitmotiv constante, para resaltar esa dicotomÃa muerte-vida, la consigna que el yo poético intenta trasmitir a la multitud entre tanto estropicio: resistir a estos tiempos convulsos y – acaso más importante - a nosotros mismos, porque como dice en el poema Sin nada que perder «A estas alturas alturas todo lo que importa/ es eso: que no hay nada que perder,/ salvo perdernos a nosotros mismos«. Mientras iba leyendo, recordaba el tÃtulo del poemario de Ãngel González de 1961: Sin esperanza, con convencimiento, pues Enrique Gracia escribe «aún juntamos las manos implorando«. Implorando esperanza, añado yo. Ese presente casi imposible de asumir o transformar, propone el clásico Carpe Diem, que no por tópico deja de estar vigente (menos todavÃa después de los bellÃsimos endecasÃlabos que lo envuelven) y el seguir haciendo ruido (Canción para despertar a Dios) para interrumpir el letargo de la conciencia, según mi lectura, aunque el tÃtulo diga la contrario: «Para que Dios despierte, /llegue a tiempo al trabajo, /y recuerde que estamos aquÃ, donde nos puso, habrá que armar barullo esta mañana«. También brilla con luz propia la ironÃa (trágica, en ocasiones) que emplea magistralmente en poemas como Desconsuelo, donde un asesino se encuentra que su vÃctima se habÃa suicidado, o en Condescendencia, que dice
«El Nudo Gordiano no quiso desilusionar a Alejandro, pero ya estaba a punto de soltarse él solo «,
aunque donde mejor se ve reflejado el uso que le da el poeta se encuentra en su libro Sin noticias de Gato de Ursaria, publicado en Visor, que se llevó el Premio Emilio Alarcos en 2004.
El mapa (poético) en el que se mueve Enrique Gracia es tan ecléctico que combina los poemas de aliento largo, que resultan manifiestos éticos o arenga desesperada, escritos en una prosa poética vertiginosa y cargada de imágenes de raÃz cotidiana pero elevadas hacia la eternidad
«Era mi oficio, sÃ, tarea innoble y dura, malpagada, repleta de rumor y de chocar de jarras de cerveza ya vacÃas. Trabajo miserable, cercano a las bisagras, siempre al lado de los embarcaderos solitarios, de los pueblos nocturnos que abandona la vida» (Â fragmento de Tome el testigo quien lo quiera),
con otros que podrÃamos llamar minimalistas, que hacen de lo básico y sencillo su signo de identidad, y que el autor recoge de tradiciones tan dispares como la castellana o la oriental (una soleá, un tanka); aunque el influjo de esta última no sólo se deja sentir en las formas métricas, sino también en los temas, en creaciones como JardÃn Japonés o Testamento apócrifo de Li Po. (No en vano, hizo la versión castellana de poemas traducidos del chino por Xu Zonghi, Cantos de amor y de ausencia, Hiperión, Madrid, 2002). Asimismo, bebe, sobre todo, de autores como León Felipe (al que dedica un poema cuyo tÃtulo es un claro intertexto del poeta zamorano: Me han dormido con todos los cuentos), o de Ãngel González, cuyos versos abren el poemario, pero sin descuidar la producción de sus coétanos o de los escritores más jóvenes, como el Premio Nacional de PoesÃa Juan Carlos Mestre (que realiza el proemio del libro) o Miguel Losada.
Al acabar, queda un regusto amargo pero a la vez una pizca de esperanza, un «no está todo perdido». En fin, brillante libro el que nos brinda Enrique Gracia Trinidad, gran poeta (no suficientemente reconocido, a pesar de haber ganado un accésit del Adonáis en 1972 o tener recogida ya su obra completa en Contrafábula, 1972-2004, Sial ediciones, 2004) que actualmente está dedicado plenamente a la creación literaria y a la divulgación cultural en Madrid, solo o en compañÃa de Soledad Serrano, en actos en los que tiene cabida la poesÃa y el teatro, la historia de España y cualquier otro campo del saber que merezca ser conocido y reivindicado.
Rafael Banegas Cordero
http://arsspoetica-rafa.blogspot.com
Gracias, Rafael Banegas, por ese comentario de mi libro. Y gracias sobre todo por tu detenida, atenta y certera lectura. Seguro que hay más generosidad en tu texto que eficacia en mi libro.
Si alguien se siente inclinado a leerlo por tu comentario será muy agradable.
Por cierto, lo mejor para encontrarlo es buscando mi nombre completo en http://www.agapea.com
Un cariñoso saludo.
Enrique Gracia Trinidad