«‘La nueva realidad’ era una expresión que oÃa a todas horas esas primeras semanas: la gente la empleaba para describir mi situación, como si en cierto modo representara un avance. Pero la verdad es que era una regresión: la vida habÃa metido la marcha atrás. De repente no avanzábamos, sino que retrocedÃamos, volvÃamos al caos, a la historia y la prehistoria, a los comienzos de las cosas y al tiempo anterior a que esas cosas comenzaran. Un plato se cae al suelo: la nueva realidad es que está roto. TenÃa que acostumbrarme a la nueva realidad.»
Rachel Cusk nos habla con ironÃa en estas lÃneas de una nueva realidad y de cómo esta es más bien un retroceso que un avance, un plato roto. Ahora bien, aunque detectemos paralelismos, la nueva normalidad que vemos representada en este libro no es la que ahora vivimos en el plural de la era coronavÃrica, sino la más especÃfica de su divorcio.
En Despojos, presentado como narrativa autobiográfica, se nos dibuja el paraje desolado que queda después de una separación, con el hundimiento del relato anterior sobre la propia vida, con la vulnerabilidad a flor de piel, con la autorrepresentación en crisis cuando el conjunto familiar pasa de civilización a caos. Y si hay algo relevante y admirable en este libro es precisamente la manera de modular y mostrar el caos, a través de elementos como la analogÃa, el desplazamiento, la elisión, como si Cusk nos mostrara su mundo en el modo como este se despedaza entre imágenes onÃricas, usando los mismos recursos que cifraba Freud en La interpretación de los sueños. AsÃ, Despojos se lee como una suerte de sinfonÃa musical con diversos movimientos que nos van guiando a través de sugerencias diversas que caracterizan el estado de la protagonista, aunque nunca nos dicten de manera nÃtida sus móviles:
Rastrojos, el primer capÃtulo y tal vez el más elocuente, nos habla sobre lo que queda después de la siega, la destrucción antes de la reconstrucción. Y se nos relata cómo fueron las bases de su organización matrimonial, supuestamente muy modernas e igualitarias pero que fracasaron. AsÃ, la pareja decide intercambiarse los roles clásicos al tener hijos, el hombre quedándose en casa y la mujer trabajando pero la ecuación resulta imperfecta, porque la mujer acaba sintiéndose un hombre travestido y con gran frustración por no sentirse reconocida en su maternidad. Aquà aparece un interesante motivo de debate sobre feminismo y sobre cómo ha de construirse una mujer para sentirse completa, conciliando el instinto y la civilización.
En la segunda parte, Extracción, se habla del momento doloroso de la separación usando a modo de analogÃa la imagen de la extracción de una muela cuando el dolor ya es insoportable, aunque se sabe que quedarán secuelas. Después, en progresivos capÃtulos se nos trazan otros elementos que nos ayudan a entender el mapa de las ruinas: la afición de las niñas y ella por los clásicos griegos, como la OrestÃada o AntÃgona, con los que intentan entender sentimientos extremos; el desvalimiento y vulnerabilidad que siente una familia de tres mujeres, en paralelo a una nueva libertad vertiginosa; la mirada ambivalente ante las familias convencionales y su modo de vivir, mientras se va encontrando otro modo de vivir más arriesgado; las conversaciones y encuentros con los tres hombres de su nueva vida: su ex, su psicoanalista y su nuevo amante. Y el último capÃtulo Trenes resulta un cierre del todo desconcertante, puesto que hay un cambio de punto de vista, y de repente lo que importa es cómo una joven y desvalida canguro enfrenta las dificultades que suponen ayudar a una familia, y sentirse útil en ella, enfrentando a la vez los deseos de la mujer y del hombre enmedio de sus disputas.
En todas esas páginas, pues, veremos una continuidad entre la trilogÃa novelÃstica A contraluz para los que la hayamos leÃdo, también publicada por Asteriode, y Despojos, traducida ahora al castellano pero que en realidad es anterior cronológicamente. Hay una lÃnea constante en el etilo de ambos: una manera oblicua, perifrástica, de acceder a la interioridad de alguien. Sin embargo, en A contraluz la interioridad de la protagonista queda velada de modo todavÃa más radical, y accedemos de manera parcial a otras interioridades, otros personajes que se cruzan en su camino.
Sin embargo Despojos, como literatura autobiográfica, resulta un caso atÃpico y perturbador. AsÃ, cuando se anuncia como un texto sobre «el matrimonio y la separación», el lector al uso pensará que vamos a conocer todas las intimidades y miserias que llevan a un matrimonio al infierno y posterior separación. Pero, tal y como nos advertÃa la autora en el festival Primera Persona Indoors que tuvo lugar en el CCCB el pasado 30 de mayo, si queremos saber los motivos que llevaron a la separación, ello no es la sustancia de este libro: el libro es un trabajo de escritura, que se adentra en la narración de los despojos del Yo que quedan después de la separación. (De hecho la versión inglesa originaria de 2012 se titula Aftermath, cosa que ya nos indica que se trata de la narración del después de la catástrofe, no de su causa).
En definitiva, si bien resulta deliciosa la prosa enigmática que nos lleva de una reflexión a una imagen y viceversa y que va constituyendo una retórica del dolor y la confusión de la separación, no deja de echarse de menos un mayor ahondamiento en la situación que llevó al matrimonio de Cusck al colapso, puesto que no queda claro si ha tenido algo que ver con el anticonvencional modo de organizarse en familia o no, y ese detalle sà podrÃa resultar relevante en la recepción del discurso del libro. Aunque lo importante sea la escritura, el lector espera una parte de confesión en la escritura autobiográfica para poder empatizar con el personaje y para que el libro constituya un testimonio comunicable de expresión humana. En este caso, esta comunicación se produce de manera harto esquiva, por lo que sentimos que la autora nos regala una pieza de orfebrerÃa literaria, sÃ, pero sumergida en unas aguas translúcidas en la que no nos es posible vernos reflejados más que a modo de destellos, de fragmentos.
Mejor, entonces, enfrentar la lectura de Despojos a sabiendas de este rasgo: que no nos va a dar pistas claras sobre su proceso de desencuentro, sino que nos van más bien a mostrar los fragmentos del espejo roto, y cómo es de difÃcil construir una nueva narración sobre uno mismo cuando la anterior ha estallado en mil pedazos. Cómo ser mujer, cómo hacerse mujer, como ser madre sin dejar de ser una misma, cómo tratar de dinamitar los antiguos roles pero sin menospreciar el legado cultural ni el biológico, cómo atreverse a cultivar una identidad nueva, esos son, más allá de la crisis del matrimonio en sÃ, los grandes temas que subyacen en el texto de Cusk. Y no es poco.
«Mejor vivir una vida compartimentada y desorganizada, mejor sentir la oscura agitación de la creatividad, qu einstalarse en una unidad civilizada y atormentada por el impulso de destrucción».
«Lo que vivà como feminismo eran en realidad los valores masculinos que mis padre, entre otras personas, me legaron con buena intención: los valores travestidos de mi padre y los valores antifeministas de mi madre. Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sà misma.»
«No identifico a esta autoridad como mi marido: la autoridad es el propio matrimonio, y en estos momentos de libertad, tengo la sensación de que a él le amedrenta tanto como a mÃ, casi llego a pensar que podrÃa reclutarlo para que se sume a la fuga y reencontrarme con él allÃ, en el no-matrimonio, libres los dos.»
«El matrimonio es civilización, y ahora los bárbaros están retozando entre las ruinas».