Rebeca García Nieto | Foto cedida por la autora

Las siete vidas del cangrejo

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Rebeca García Nieto | Foto cedida por la autora
Rebeca García Nieto | Foto cedida por la autora

Rebeca García Nieto (Medina del Campo, 1977), que además de escritora es doctora en Psicología y especialista en Psicología Clínica –una profesión que condiciona de manera notable parte de su obra-, nos tiene acostumbrados  a dar pasos narrativos hacia territorios nada trillados y a sorprendernos con propuestas originales, como ha hecho con su segunda y última novela, editada hace bien poco, Eric (Zut, 2015), y que está a punto de publicarse en inglés.  Y aún así,  este libro dibuja un mapa casi insólito en la narrativa actual. La audacia de Rebeca se manifiesta aquí en distintos ámbitos: en primer lugar, porque es un libro de relatos y al mismo tiempo es una novela. No me atrevo a decantarme por uno solo de los géneros a la hora de clasificarlo y de hecho creo que puede leerse de manera simultánea como una doble propuesta o una propuesta postgenérica, aunque esta ambivalencia  solo es posible entenderla con la lectura del acta de la sesión final, pues esta segunda parte enlaza y crea un poderoso hilo conductor entre los siete relatos que los sutura de inmediato: siete integrantes de un grupo oncológico de escritura terapéutica comentan  los relatos que han escrito, que hemos leído en la primera parte y que conforman el dossier del terapeuta que les atiende. Ahora todo adquiere un sentido distinto: Los siete hilos del dossier que son las siete historias forman una madeja en la que se enredan –más bien, desenredan- los siete dramas, parejos en su rotunda y terrible diversidad, de vidas seccionadas de manera dramática y traumática por el cáncer.

Editorial Alegoría
Editorial Alegoría

Lo que suponíamos que era un habilidoso juego de estilos y registros lingüísticos, empleados con distintas tipografías y medios –el mensaje de twitter, la carta, el diario, el documento oficial, la nota llena de correcciones…-, se convierte ahora en un territorio de exploración del atroz e irreversible daño  que los distintos tipos de cáncer –de colon, de mama, de pulmón….- han dejado impresos en sus cuerpos, y de sus secuelas psicológicas, patológicas en alguna ocasión. La escritura adquiere así un sentido más allá de todos los que podamos encontrarle –el placer de escribir, de hallar lo desconocido, de bucear en la conciencia, la escritura como misterioso modo de conocimiento…-, permitiendo que prevalezca sobre todos ellos el de desahogo, la búsqueda en el subconsciente de esas cadenas que nos atan al dolor para poder resarcirnos de algún modo, y el alivio que se siente al poder exteriorizarlo, darle forma y, por fin, nombrar  -aunque se manera simbólica- la complejidad de emociones y sentimientos, en concreto ante una enfermedad de resonancias tan terribles para todos como es el cáncer.

En segundo lugar, Las siete vidas del cangrejo es también, como decíamos, un ejemplo de audacia por la habilidad y facilidad para conjugar vías narrativas tan distintas, en un control admirable sobre lenguajes, registros y  estilos diferentes (el informal, el dialógico, el judicial, el administrativo o burocrático, el intimista o confesional…) que hacen de su lectura casi un manual de propuestas, siete, naturalmente (como las de Italo Calvino para el próximo milenio, en el que ya estamos), un compendio de estilos (aunque no lleguemos a los cien de  Raymond Quenau)  y tonos, y también de influencias o, mejor dicho, de intertextualidad con sus escritores fundacionales.

Kafka, por ejemplo. El primero de los relatos, La verdad sobre la rayuela, lleva al absurdo la persistencia en un juego del que una niña no se puede librar (al modo de la protagonista del cuento de Andersen, Las zapatillas rojas, en un baile sin fin, o del  que castiga con una carrera imparable al personaje de Espronceda en La pata de palo). Y Cortázar. El juego de la vida se convierte, por arte y gracia de la última parte, en el juego de la resistencia de una niña contra  el cáncer y el de sus padres  en su intento de simbolizar las injustas penalidades mediante un juego-metáfora, que en su absurdo adquiere, paradójicamente, el sentido de una tragedia inmerecida. Se podría resumir este, como el resto de los relatos, con una de las frases más explícitas: “La vida te mete la cabeza en la taza del váter y amenaza con tirar de la cadena”, que corresponde al segundo de ellos, de título tan tristemente célebre y presente en nuestra memoria colectiva, Se buscan hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, para ser devorados. Si hay algo terrible en el imaginario de los juegos infantiles (pensemos sobre todo en Perrault), no digamos en los juegos de adultos, y Rebeca escenifica a la perfección hasta dónde se puede llegar en la expresión del dolor físico encadenado al espiritual, cuando un hombre con cáncer de próstata tiene que ahondar en los entresijos del alma mediante las más brutales asociaciones.

La muerte, cómo no, aletea con perseverante obstinación sobre muchos de los relatos y el tercero de los documentos del dossier así lo expresa desde su mismo título, Máteme; si no, es un asesino. Título tomado, como señala la autora, de la última frase que dijo Kafka al borde de la muerte, pidiendo que con ella se paliaran sus terribles dolores provocados por un cáncer de pulmón, como el que sufre el autor del relato. Porque, como se señala en el quinto documento-relato, Bloody Mary, que escriben con mensajes de twiter tres adolescentes en torno a la petición de extremaunción de uno de ellos, “vivimos todos en una casa gigantesca esperando que alguien pronuncie el fatídico mensaje: La audiencia ha decidido que debe abandonar la casa… Y luego te llevan al plató… y proyectan las imágenes más vergonzosas de tu vida”.

No podía faltar la literatura, no, tratándose de Rebeca García Nieto. Uno de los enfermos de cáncer, en concreto de cáncer cerebral, es un profesor de literatura y lector compulsivo (tanto que es ocupado por sus personajes: “Flaubert y compañía habían ido creciendo en mi cabeza hasta que apenas quedaba espacio para mí”, pues “los buenos personajes pugnan con toda su fuerza por encarnarse”), que escribe su relato, El club de los Hachisianos, tratando de entender a sus escritores preferidos, Baudelaire, de Nerval o Dumas, y las correspondencias con su vida y con su enfermedad y con los recursos paliativos.

“Es más fácil destruir que crear”, dice una mujer a ese bebé que nunca tuvo. Sí, es más fácil destruir, como hace el cáncer, que crear vida de la nada, como hace Rebeca García Nieto con este magnífico ejemplo de creatividad, de impulso hacia la dilucidación de nuestros enigmas, de valentía en la búsqueda de nuevas formas de expresión de una realidad múltiple, que se diría inasible si no fuera por el esfuerzo de escritores como ella, que hablan de lo que somos en medio del dolor arrimándose a él con nuevas herramientas.  De sus conocimientos de la complejidad del hombre, y del esfuerzo y  profesionalidad  que tan claramente derrocha hablan, una a una, las páginas de este libro.

Yolanda Izard

Yolanda Izard Anaya, (Béjar, 1959), escritora y crítica literaria. Ha publicado las novelas 'La mirada atenta' y 'Paisajes para evitar la noche', además de tres poemarios y una Selección de Poemas en la Transición. Colaboradora habitual del suplemento cultural de 'El Norte de Castilla', y de las revistas digitales 'Sigueleyendo', 'Granite&Rainbow' y 'Subverso'.

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