Mientras escribo estas lÃneas un diario digital anuncia que acaba de sufrir un ataque informático. Según se cuenta en las redes sociales, se trata de un ataque de denegación de servicios que consiste en sobrecargar el servidor impidiendo su funcionamiento. El método es nuevo, adaptado al cambio tecnológico. El resultado que persigue es más antiguo que el propio oficio.
Puede parecer hoy contrario a la lógica hablar de censura. Al fin y al cabo, nos hemos enterado de lo que ha sucedido. Internet ha eliminado las barreras que en el pasado permitÃan contener una información. Las palabras ya no pueden borrarse, pero tampoco parece necesario hacerlo. Resulta imposible abarcar la ingente cantidad de información que la red pone a nuestra disposición. En esa cosmópolis que configura, el acopio de datos no basta para comprender el por qué de lo que sucede en el mundo, ni tan siquiera lo que sucede a nuestro alrededor. La realidad que traslada es tan fragmentada, confusa e incoherente que todo parece ininteligible. “La censura ya no funciona hoy suprimendoâ€, dice Ramonet (1998), “funciona al contario: funciona por demasÃa, por acumulación, por asfixia… hay demasiada (información) para consumir y, por tanto, no se percibe la que faltaâ€.
Entre tal exceso de información, la censura encuentra otra nueva vÃa: la creciente tendencia al espectáculo o infotainment, el valor supremo al que nuestra civilización rinde pleitesÃa, como decÃa Vargas Llosa. Ya no es necesario, por lo tanto, privarnos de información para mantenerla bajo control, basta con entretenernos hasta la muerte, como planteó Neil Postman en el libro del mismo tÃtulo: “Orwell temÃa que nos ocultaran la verdad, Huxley que la verdad se diluyera en un mar de irrelevanciaâ€. El voraz apetito de distracción del hombre le ha dado la razón al segundo. Huxley estaba en lo cierto y la vÃctima es la realidad.
El imperio de los mercados ha alterado el concepto de valor. Las cosas ya no tienen otro que el valor que aquellos le asignan, es decir, valen lo que cuestan. La esfera comercial impregna todas las relaciones humanas. Es la lógica inexorable del capital. Y la comunicación y el periodismo no solo no escapan a ella sino que “son su vehÃculo de propaganda y su escudo de actuación†como afirma Carro. En Storytelling, Christian Salmon (2008) analiza minuciosamente este fenómeno en auge. Según su definición, esta técnica de comunicación, de control y de poder, es la responsable de transformar la realidad: “vivimos en la gran mentira. Se ve muy bien en la crisis financiera: la percepción de las cosas es más importante que la realidad de las cosas (…) Y si hablamos de polÃtica, es lo mismo. Los polÃticos no argumentan, no abren un debate, sino un teatro, una historia. Storytelling: cuentan un cuento.†Una batalla de historias dirigidas a distraer la atención de la realidad del ciudadano/consumidor, que acaba aceptando como válido aquello que dichos cuentos le relatan. En esta hiperrealidad, “nos hallamos en medio de una simulación que ya nada tiene que ver con la lógica de los hechos†(Baudrillard, 2008).
Preguntado acerca de la intencionalidad de su oficio, el austrÃaco Michael Haneke (2013) responde que «su trabajo consiste en plantear preguntas; es el espectador el que tiene que encontrar las respuestas. Ese es el juego y asà son las reglas del arte. Lo contrario es propagandaâ€. Sus pelÃculas suponen para el espectador una bofetada -o un bálsamo- de realidad. Muestran la vida sin envoltorios ni fuegos artificiales, en un intento de captar la complejidad del ser humano con ánimo provocador.
Ese mismo debe ser el objetivo último del periodismo en estos momentos, abrir ventanas a la realidad, cuestionar el relato que nos llega desde los medios de comunicación de masas. Los que ejercen este tipo de periodismo podrán mantenerse a flote en medio del descrédito que sufre el colectivo. Su receptor valorará la reflexión, que es la marca que distingue a cada profesional. En el manifiesto que escribió en 1939 y que fue objeto de la censura, Albert Camus, enumeraba los medios para practicar la libertad de expresión en medio de la guerra, a saber: la lucidez, el rechazo (al odio, a la desesperanza y a la manipulación), la ironÃa y la obstinación. Su validez sigue vigente para enfocar este tiempo borroso con ciertas garantÃas de profesionalidad.
Valeria Pereiras, periodista y licenciada en PolÃticas, reflexiona sobre el oficio dentro de las actividades realizadas en el curso de Periodismo Cultural que ofrece Revista de Letras. En Twitter: @Valeria_Reza | Blog: Crónicas contra o cinismo
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