En esta vida sólo cabe una consigna, y esta es la de no rendirse. No existe la victoria, porque eso de que haya un final es privilegio de novelas y pelÃculas, pero durante el paso por este universo, uno no puede rendirse, por muy dura que sea la tarea. DurÃsima es la que nos expone Robert Kolker (Columbia, Maryland) en esta crónica, Los chicos de Hidden Valley Road, en la que nos acerca a la vida de una familia atravesada por la esquizofrenia. Al cumplir los cuarenta años, los padres ya habÃan creado a doce hijos, y en medio de esa brega comenzaron a recibir diagnósticos de enfermedad mental de hasta seis de ellos. Los capÃtulos en los que se exponen sucesos y reacciones son demoledores, pues no se trata de una esquizofrenia de baja intensidad, sino de una enfermedad que lleva a intentos de suicidio, a intentos de asesinato, a mucha violencia y hasta al abuso sexual contra las hermanas menores.
En realidad, no sabemos nada del cerebro. Sobre este sustrato se construye el libro en el que sólo se incluye una definición de la esquizofrenia: «no consiste en una personalidad múltiple, sino en levantar un muro y aislarse por completo de la consciencia, primero de forma lenta, después de golpe, hasta que ya no eres capaz de acceder a nada de aquello que el resto de las personas acepta como lo real.» A lo largo de la crónica, Kolker incluye la evolución de los estudios sobre la enfermedad, las hipótesis y los tratamientos, centrándose mucho en el debate entre qué existe de biológico, de genético, en ella, y qué de ambiental, de educacional. Recrear los avances cientÃficos, y hacerlo desde las personas interesadas en la enfermedad, es un acierto que va enlazando con la evolución de una familia, condenada a un infierno que deberÃa preocuparnos demasiado: la realidad paralela que ellos construyen, la coherencia interna de su demencia, está muy imbricada con una sociedad neurótica, la condiciona y nos deja a todos expuestos, a la intemperie.
El trabajo que hace Kolker es exhaustivo. De hecho, no se detiene en las biografÃas, en la documentación, en los testimonios, sino que va mucho más allá y es capaz hasta de reproducir las sensaciones. En ocasiones, da la sensación de estar creando él a los personajes y sabiendo perfectamente qué emociones les mueven, qué razones arguyen. La empatÃa literaria que contiene este magnÃfico libro, una empatÃa creativa, es uno de sus puntos fuertes. El otro, como no puede ser menos, es haber elegido una causa por la que merece la pena luchar, por la que merece la pena la entrega. ¿Qué lleva a una pareja a tener doce hijos? Partiendo de que es imposible rellenar lo irrellenable, uno se cuestiona si no existirá algún malestar muy esencial en los padres Galvin para crear una familia tan numerosa. Luego lucharán por ser una familia de corte tradicional. De hecho, el padre es un militar entregado a causas que podrÃamos llamar patriotas. Y todos conocemos en qué consiste ese espÃritu en Estados Unidos.
La demolición será el impulso que nos vaya empujando dentro de una narración escrita con precisión y elegancia. Comprobamos cómo se van descubriendo las enfermedades, y qué poco eficaces resultan los tratamientos. Cada capÃtulo se centra en uno de los miembros de la familia, que terminarán por ir desapareciendo. Pero a medida que vamos avanzando, nos damos cuenta de que las verdaderas protagonistas son las dos hermanas pequeñas. Sucede que de los doce hermanos, los diez primeros serán varones y seis de ellos padecerán gravemente. Las dos hermanas fueron vÃctimas de abusos, además de padecer la carga de la responsabilidad y la culpa. Será en ellas donde sintamos el anhelo de la reconstrucción, el deseo de reinventarse, la necesidad de ir renaciendo constantemente. En realidad, seguimos leyendo la crónica con un pesimismo en la razón, pero con optimismo en el deseo. En ocasiones, a eso se le llama esperanza. Y tal vez esa forma de ilusión sea lo único que nos mantiene en pie frente a los diagnósticos tan demoledores, que en este caso atañen a una familia americana, pero que, se nos sugiere, están instalados entre nosotros, habitan en nuestro vecindario, tal vez en nuestra familia. Es fundamental avanzar en las curas. Mientras tanto, por nuestra parte, es fundamental tomar conciencia de lo que supone para concluir, como se concluye tras esta lectura, que la enfermedad mental está imbricada en lo que nos hace humanos, como la hiedra venenosa que se engancha al roble.