Las mejores deudas pendientes son aquellas que nadie espera, las que no debes a nadie, las que uno siente que debe cumplir con uno mismo. Porque a uno mismo, es al primero al que uno debe rendir cuentas. Esta es una de ellas: decir algo, de lo dicho entonces y de lo que ahora, pudiera añadir sobre esta novela, que es una suerte de honestidad literaria con lo ocurrido en las cloacas de aquella no tan lejana Barcelona olÃmpica; y sobre su autor, Jorge RodrÃguez Hidalgo, alguien por encima de las deudas, incluso de las que la justicia de la crÃtica, si la hubiere; le deben a él, olÃmpicamente.
Esta novela, que editó por primera vez la Editorial Maghenta en el 2007, y que antes estuvo en las quinielas de todo un Premio Nadal, ha vuelto a editarse ahora con Excodra Editorial de la mano de Rubén DarÃo Fernández, uno de esos editores heroicos que andan flotando en el océano del sistema. La presentamos recientemente en la Llibreria La Malvasia de Llibres. Una librerÃa que bien podrÃa llamarse La única, por serlo, en esa maravillosa población de Sitges, que a pesar de la circunstancia, tan culta y artÃstica fue siempre.
Cuando Jorge me invitó a sentarme junto a él y Roberto R. Bravo para hablar de su novela, le sugerà que mi papel en esta presentación fuera más personal, que de análisis literario. En primer lugar porque Roberto R. Bravo ya es un experto ex profesor universitario de literatura, y en segundo lugar porque después de tantos años, haberme reencontrado con Jorge bien valÃa una intervención más emotiva que técnica. Ya en la presentación de su poemario también editado por Excodra, El follador del puerto (Carmen adentro) tiempo atrás, me hubiera gustado evocar algunos recuerdos.
De todos modos, no pude resistirme a decir algunas pocas cosas de la novela que entonces, volvà a leer de un tirón.
La última vuelta del perro es una novela sobre el desarraigo y la explotación, sobre el sueño roto de algunos emigrantes que creyeron que iban a encontrar el paraÃso y se vieron convertidos en esclavos de la modernidad. El contexto de la Barcelona olÃmpica fue un caldo de cultivo excelente para ello. HabÃa que terminar las obras a cualquier precio, y luego, pagarlo entre todos, barrer la mierda, cambiarla más bien de sitio, para no manchar la imagen de la ciudad, silenciar los primeros casos de sida (un virus extraño, decÃan), esconder a las prostitutas, pero no demasiado, para tenerlas a mano.
Pero también es una novela sobre la osadÃa de quienes teniendo una preparación intelectual, como Ramiro, el perio-poeta frustrado, decidieron no reÃrle las gracias al sistema, y no solo no torcer el brazo ante el espejismo de la modernidad de una nacionalidad excluyente, sino directamente tomar partido, elegir bando. Nótese que Jorge es periodista y poeta… por cierto, pero no frustrado…, o no al menos en el más profundo sentido del término y del oficio.
Estos dÃas pensaba que a Francisco Candel, que no pudo leer esta novela ya que falleció el mismo año de su publicación, en 2007; le hubiera gustado leerla y habrÃa compartido la punzada de su denuncia. A otros les pareció una novela truculenta… cuando lo truculento es precisamente haber silenciado esa atmósfera de submundo bajo los fastos olÃmpicos que describe. Truculento es que por haber sido una novela que podrÃa resultar molesta, incómoda para los mangoneadores, o sea, para los manguis del poder, el poder editorial; la dejara por dos veces, en las quinielas del prestigioso Premio Nadal, ahà es nada…
Y sobre todo es la historia de Rosario, de Antonio, condenados a la sordidez y la fagocitación del sistema, pero en el fondo libres de amar, odiar y sufrir y ser propietarios de sus vidas.
La novela, de alguna manera también es una novela sobre la muerte, la palabra aparece hasta seis veces en la primera página. Una muerte sin embargo planteada como redención y rebeldÃa.
Como bien sabemos, todo argumento es banal, solo la forma en que se cuenta, importa. Pues bien, para mÃ, el mayor elogio que puedo hacer a Jorge es que lo que más me interesa de la novela, es la forma, más que el tema, y que creo que en la forma en este caso, está el logro.
La narrativa de Jorge es precisa, contundente, sin concesiones al artificio o al trampantojo en el que tan a menudo solemos caer los aprendices de esto de la literatura. Cuando tiene que denunciar el exceso, lo hace como un verdadero periodista de la realidad sin sueldo:
“Ex convictos sin posibilidad de redención; estraperlistas de Winston y Marlboro; putas; homosexuales; polÃticos revolucionarios; artistas sutilÃsimos, algunos de ellos autores de importantes obras que firmaban nombres ilustres; pobres cuyo aspecto afeaba la nueva estética; ciudadanos pasivos que no acudÃan a os festejos populares; mujeres estériles…. La relación de seres no afectos a los nuevos tiempos aumentaba continuamente debido a la facilidad con que eran identificados. Una vez localizados, el trabajo de los guardianes de la moral consistÃa en mostrarles el lugar en el que debÃan recluirse mientras la vida oficial preparaba y festejaba su triunfoâ€.
Es veraz cuando les da la voz a los personajes principales, a los desarraigados, y transcribe su habla sin complejos, lo que me parece un efecto de valentÃa y honestidad por su parte:
“Estás agilipollao, coño. Er niño t’está devorviendo encima y tú estás ahà pasmao -gritó Rosario con tal vehemencia que derramó parte de la manzanilla que habÃa preparado- Mañana, sin farta, hay que llamar ar meico, que pa eso tienes la cartilla der seguroâ€.
O cuando Antonio, en un momento de lucidez, le dice a un relamido profesor universitario al que visitan junto a su amigo Ramiro:
“Usté perdone, pero entavÃa hay luz. Y a lo que yo iba: yo pensaba que los que andáis siempre entre libros erais… no sé, pues como la autoridá, que está siempre pendiente de los que no sabemos hacer la o con un canuto. Pero a lo visto, ustedes sois peores aún, porque además sus decÃs unas cosas mu raras o mu finas que vienen a ser como si yo digo, y usté perdone, “me cago’n tu puta madreâ€, ¿verdad? Ahora, cuando sus juntáis en maná, en igual de darle al pico sacáis la mano y si una perdÃa como mi Rosario pasa por vuestra vera, ¡paf!, hostión que te crio, que hay que ver, y no digo que usté l’haya hecho, ¡cómo me dejaron a mi Rosario!, hechica un harapo. Y dÃgame usté, ¿quién le quita el susto a la criatura?, porque los moraos, oiga usté, los moraos no hay quien se los limpie, ni ustés, que se conoce que sois tan aficionados a la limpiezaâ€.
Y cuando tiene que ser poeta, porque lo es, suma verdad con un delicioso lirismo elevando el texto a la categorÃa de magistral:
“Lloraban los tres degenerados inútilmente porque los rÃos de la desdicha colmaban a esa misma hora infinitos cauces en la ciudad. Lloraban un llanto que a nadie importaba. Incapaces de producir compasión en quienes los veÃan caminar indecisos, provocaban, no obstante, la sospecha por su sola presencia y la consiguiente repulsión. Fuera del trabajo, los reptiles se conducÃan con dificultad. Después del trabajo, más trabajo; después de los hombres, el hombre, los niños. ¿Pero en qué consiste el tiempo, la vida, cuando nada tienes que hacer? Después de limpiarle la casa al señorito, te cierran la puerta, y adiós. “¡Adiós, adiós!â€, decÃan los reptiles, embadurnados de angustia y miedo, a ese futuro que a empellones los estaba echando de la mala vida. “¡Adiós, adiós!â€, repetÃan, atrapados por los incisivos hambrientos de la vida peorâ€.
En definitiva, impecable, una lÃnea narrativa sin altibajos, que mantiene el discurso enrabietado y directo, pasando por diferentes matices o registros que se enriquecen entre sÃ.